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Julie (Eilie Harboe) en su estupenda vivienda con todas las comodidades RC
Tu plaza de garaje para entrar a vivir: 'The Architect' en Filmin

Tu plaza de garaje para entrar a vivir: 'The Architect' en Filmin

La serie noruega analiza el problema de la vivienda con interesantes tintes distópicos pero poco tiempo para complejidades

Jueves, 3 de agosto 2023, 02:16

¿No es una idea genial? Vivir bajo tierra, en el espacio que ocuparía un vehículo que ya no se usa. Si desapareciesen los coches, ¡cuantísimo espacio desaprovechado que podría convertirse en estupendas viviendas unipersonales! ¿Qué problema hay? La vivienda es el tema central de ... la noruega 'Arkitekten', disponible en Filmin, la plataforma catalana que también estos días celebra por todo lo alto su Atlàntida Film Fest, en Mallorca. Hace poco, el expresidente Zapatero dijo en una entrevista que durante su mandato los mayores problemas estructurales de España fueron el empleo y la vivienda, y luego ya todo lo demás. Y que hoy en día, lo mismo. La vivienda tiene mil facetas y esta serie trata de identificarlas y darles la vuelta como mejor puede.

Para empezar vivimos en algún punto del futuro cercano, donde todo es siniestro pero resuena con la vida de hoy: los asistentes de voz mantienen ese punto inquietante a lo HAL-9000, los drones repartidores sustituyen una visita de tu madre y nos relacionamos con contestadores automáticos cuando llamamos al banco —la violencia de esta secuencia en la serie, la primera, es bestial—. La concesión favorable de una hipoteca es un sueño y el que consigue pagar la entrada de un minipiso quizás es gracias a que ha recibido una indemnización porque le han atracado con violencia. Incluso hay personas que han empezado a vivir ilegalmente en plazas de garaje separadas por cortinas.

El equivalente al portal de casa RC

Una de las que opta por esta solución es Julie, a quien le atraviesan todas estas problemáticas, pero encima trabaja de becaria en un estudio de arquitectura. Un proyecto podría sacarle de pobre: inventar alguna manera de construir miles de viviendas nuevas en el centro abarrotado de la ciudad. Una nueva ley permite construir casas sin ventanas y en el garaje estará la solución: «no cuesta nada, los cimientos ya están hechos, y sin ventanas mejor, que el vidrio está carísimo» (por cierto, los promotores que aparecen son majísimos y nada «buitres»). Sin esperarlo, Julie hace una amiga al otro lado de la cortina, en la plaza de garaje adyacente. Se llama Kaja, que resulta que además es activista contra las barreras urbanas: con su radial va por la ciudad rebanando adornos pensados, por ejemplo, para que no se siente nadie o no pueda dormir una persona sin hogar, algo que todos vemos aparecer indisimuladamente en los elementos ornamentales de nuestras ciudades. La relación entre ambas, Julie y Kaja, parece querer decirnos algo positivo del contacto entre vecinos. Estaríamos obligados a entendernos si todos viviésemos a una cortina de distancia y, quizás, una entre un millón, encontraríamos la más bella de las amistades. Tiene que haber algo más de contacto.

La serie es cortísima —ni 80 minutos— y tan minimalista que apenas hay espacio para entrar en demasiadas complejidades. Más allá de la belleza visual y geométrica de los lugares, los personajes se cuentan con los dedos de una mano y todo parece un poco forzado. La trama de la activista entra con calzador, queriendo tocar más palos del derecho a la ciudad, como lo llamó el académico Henri Lefebvre y ha dedicado a estudiar toda la vida David Harvey. Así se mezcla en poco tiempo derecho a espacio público y privado, una combinación interesante que precisaría de más tiempo. Hay un momento muy bueno en el que Julie espera a su madre en una plaza, y aparece una mujer que le recuerda que si pasa más de cinco minutos ahí está obligada a consumir —va la trabajadora con una mochila-cafetera a cuestas—. Esto no es en absoluto una locura de la serie, es simplemente una pequeña exageración de la palpable tendencia a la privatización de espacios públicos y el incansable impulso hacia que, en nuestras sociedades, apenas exista ocio sin gasto. Lo mismo vemos con la atención cara a cara en el banco: ya hay quien propone cobrarla, igual que en la serie.

La nueva plaza pública: máximo cinco minutos sin consumir RC

Solo se explora otra pareja de personajes, muy esperpénticos, que se supone que son la nota de humor nórdico existencialista —en mi caso, la risa no ha funcionado, tampoco la escena del «rap del microondas»—. Generan entre los cuatro un paisaje demasiado esquemático para una realidad muy compleja. Más que personas reales, parecen arquetipos de opciones morales ante los problemas (el activismo en un extremo, la estafa al seguro en otra), lo cual añade a todo un aire de extrañeza, encapsulada en el personaje de Julie. Ella además tiene un aura Asperger que refuerza esta ensoñación distópica.

Esta distancia hace que no empaticemos con nadie —no es que tenga que ser así—, pero personalmente le pondría un adjetivo a la serie: insuficiente. Puede ser porque esperase propuestas o soluciones, y aquí no las hay —y tampoco tenía por qué ser así, error de expectativas—. Es tremendamente negativa y desesperanzadora, así que queda en manos del espectador preguntarse qué hacer para no avanzar hacia ese sitio retratado, cómo favorecer otras cosas, qué significa un hogar y por qué debería tener luz y más de diez metros cuadrados, cómo hacemos si todos queremos vivir en el mismo sitio… propuestas, respuestas, que deberemos encontrar en otra parte.

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