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En la vida de todo adolescente hay un momento en el que tienes que leer 'El Señor de los Anillos'; una suerte de rito iniciático por el que has de pasar, como dar el primer beso o echarte la primera cerveza al coleto. Por eso, ... y porque servidora era una chiquilla muy aplicada, me tragué la trilogía de J. R. R. Tolkien, a pesar de que me hacía un lío con los mapas y que no me aclaraba con el élfico. Pero aguanté. Incluso pude con 'El hobbit', y seguí leyendo, y llegué hasta 'El Silmarillion'. Ahí me rendí.
Después vi (y disfruté casi todo el rato) las películas de Peter Jackson, claro. Y ahora, que no tengo obligación alguna de ver 'Los Anillos de Poder', me he puesto a ello, que servidora no quiere perderse otro acontecimiento de la cultura popular, como ya me pasó con 'Juego de Tronos'. Evidentemente, visto lo visto y escrito lo escrito, no soy ni una entusiasta de la obra de Tolkien ni una exégeta de la adaptación al cine de Jackson; soy la señora de Cuenca (o de Cartagena, en este caso) porque formo parte del gran público, de ese porcentaje de gente no experta en elfos, orcos y pelosos para la que también está destinada la serie de Amazon Prime: si la producción solo se hubiera dirigido a los grandes conocedores de la obra, no serían amortizables los más de 700 millones de dólares que ha costado.
Por eso me siento como una pelosa en el reino de los elfos al lado de los que se saben mejor la saga de Tolkien que el padrenuestro, como es el caso de mis compañeros de 'Pantallas': ahí están los magníficos artículos de Borja Crespo y sus podcasts con Marta Madruga y Carlos G. Fernández analizando la serie capítulo a capítulo. Pero me dispongo a ver 'Los Anillos de Poder' con mucho interés. Y con ganas: quiero cruzar la Tierra Media, quiero irme con los personajes a luchar, a defender sus reinos, a matar orcos. Quiero emoción, y épica. Quiero que cuenten con mi espada. Y la cosa empieza bien: los dos primeros capítulos están dirigidos por J. A. Bayona, y se nota. Porque Bayona, a pesar de enfrentarse a los episodios más difíciles de construir debido a la cantidad de información necesaria para ponernos en contexto, nos transmite entusiasmo, y riesgo, y hasta nos da algún susto que otro.
Luego, la cosa decae. Mucho. Hasta el punto de que empiezan a resultarme más simpáticos los orcos que los protagonistas: estos son de una planicie mesetaria, monolíticos, de una pieza. Tienen una sola motivación en la vida: la venganza, el honor, la gloria o el poder. Y, cuando persigues tamaños objetivos, tienes que utilizar palabras ampulosas para ir a juego: en lugar de hablar, sentencian, y se convierten en unos intensos de manual. Por eso se agradece como agua de mayo en Mordor la aparición de los pelosos y de los enanos, los únicos que muestran un poco menos de afectación y algo más de sentido del humor.
También se agradecen las intervenciones de Adar, el personaje más oscuro, sí, pero también con más aristas, el más poliédrico, el de mayor profundidad, algo a lo que contribuye el hecho de estar interpretado por uno de los actores más carismáticos del reparto. Adar se convierte en villano al ser secuestrado por Morgoth, que lo socava y lo horada hasta transformarlo en un elfo oscuro que lucha contra los que eran los suyos. Porque, ahora, los suyos son los orcos, hasta el punto de que lo llaman 'padre'. Él los humaniza: en el mejor diálogo que hemos oído hasta ahora, le dice a Galadriel que cada orco tiene un nombre, un corazón. Y remata: «Somos tan dignos como tú del aliento de la vida. Y tan dignos como tú de un hogar». Si esto no es política, que venga Tolkien y lo vea.
Mientras, nos hemos pasado siete episodios jugando a averiguar quiénes son Gandalf y Sauron, los puntos que más intriga han generado en una historia en la que es muy difícil sorprender al público debido a lo mucho que ya sabemos sobre lo que va a suceder; por eso los guionistas han estado mareando la perdiz hasta el último capítulo, momento en el que los misterios nos han sido revelados. Y ahí, en ese final de temporada, sí hay algo más de emoción, de nervio, de claroscuro. Además, y aunque no aparezcan ni Adar ni los enanos, el hecho de concentrar las líneas argumentales en tres grupos de personajes mejora la narración, que aprovecha para sentar las bases de lo que serán las próximas temporadas: ya se han forjado los tres anillos de los elfos, pero aún quedan por fraguar los siete anillos de los enanos, los nueve de los hombres y el anillo del Señor Oscuro, tal y como revela la canción de los créditos finales. Aquí hay más anillos que en Galería del Coleccionista. Y lo que nos queda.
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