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¿Otra de Transformers? Resulta cansino escuchar este comentario estos días, pero es una realidad en la cartelera. Los viejos blockbusters no quieren tirar la toalla y nos espera un verano de relanzamientos que, es evidente, ya no funcionan igual: solo hay que ver la ... taquilla de la décima entrega de 'Fast & Furious' (y a ver qué ocurre con Indiana Jones). 'Transformers: El despertar de las bestias' coincide en los cines con 'Spider-Man: Cruzando el multiverso', situada en las antípodas desde un punto de vista artístico. Donde la película de animación es ágil, rompedora y refrescante, el filme producido por Michael Bay, rey del product placement cinematográfico, se limita a cumplir con el mismo esquema que hemos visto con anterioridad en la saga de los robots gigantes.
No hay rubor a la hora de presentar nuevos personajes cuyo carisma servirá para vender más juguetes con su imagen. Es más, la franquicia basada en el catálogo de Hasbro amenaza en los minutos finales del metraje con cruzar el invento con otro lote de sus muñecos superventas. Vivimos un momento en el cual las películas con grandes presupuestos e ínfulas comerciales tienen que convertirse en eventos, incluso parecerse a las series con un continuará para estirar el chicle y enganchar al personal. Con el auge de los superhéroes y el formato serializado, ya no extraña al espectador multipantalla el concepto de cross-over, consistente en juntar a varios personajes diferentes en una única aventura. Nos vamos a hartar de cameos rimbombantes y apariciones estelares.
'Transformers: El despertar de las bestias' entra en juego enarbolando el espíritu de una precuela de la franquicia, en base a la cual podemos borrar todo lo demás. Algunas líneas no encajan necesariamente en lo que ya sabemos. Lejos de ser un handicap, da totalmente igual. Por supuesto, ni rastro de Megan Fox ni de los comienzos de la testosterónica serie. No hay chistes gruesos, la comedia se encorseta y las trazas del cine de Spielberg se edulcoran al máximo. Los nuevos iconos irrumpen en la historia para vender juguetes. La aventura, con sus rutinarias escenas de acción, atendiendo a la fórmula preexistente, transcurre a mediados de los años 90.
Aquí sí podemos vislumbar un cambio de tendencia en el audiovisual actual: parece que ya cansan los años 80, aunque habrá quien no se entere del movimiento de época. Optimus Prime y sus sonadas peroratas con la voz en off, el poeta enlatado con puños de hierro, está al mando de los Autobots. No falta el entrañable Bumblebee y un nuevo personaje algo irritante, Mirage, que copia los gestos del Príncipe de Bel-Air. En alegre comandilla deberán enfrentarse a los temibles Terrorcons, unos Decepticons de marca blanca, con la ayuda de los Maximals, cruce entre animales salvajes y robots gigantes -mola el King Kong, bautizado Optimus Primal-, para salvar la Tierra una vez más. Estamos en un punto en el que podemos confundir los escenarios entre blockbusters, no necesariamente de la misma franquicia. Ya sabemos que Disney aprovechaba algunas animaciones, de una película a otra, sin ruborizarse, fusilando lo básico. Los departamentos de efectos visuales trabajan a destajo y es comprensible que expriman material de derribo. Es la impresión que da la batalla final de un capítulo que puede degustarse sin controlar nada de la saga, para bien y para mal.
Con Bay en la sombra -que no se cansa del tema-, dirige con poca chicha Steven Caple Jr., responsable de 'Creed II: La leyenda de Rocky', lastrado por un guion plagado de tics. Lo que ocurre es lo de menos, el espectáculo manda y la misión de los héroes de metal es una excusa para el despliegue de fuegos artificiales. El entretenimiento es obvio, es capaz de satisfacer al público medio, pero si la película no existiese tampoco nos estremeceríamos como seres humanos. Un nuevo comienzo, con siete películas a las espaldas, se antoja el cuento de nunca acabar. La atractiva idea de ver a un grupo de robots peleándose en imagen real, como si fuera la recreación de un juego de niños, ha derivado en la repetición sin remedio.
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