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Urko Olazabal da vida al alcalde Ismael Álvarez y Mireia Oriol es Nevenka Fernández.
Icíar Bollaín disecciona los mecanismos del acoso

Icíar Bollaín disecciona los mecanismos del acoso

'Soy Nevenka' es una película necesaria que no brilla a la altura emotiva de 'Te doy mis ojos' y 'Maixabel'

Oskar Belategui

San Sebastián

Sábado, 21 de septiembre 2024, 13:42

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«A mí no me acosa nadie si yo no me dejo», se escucha en 'Soy Nevenka', que también respeta la frase terrible que soltó el fiscal durante el juicio en el Tribunal Superior de Justicia de Burgos en 2002: «Usted no es una empleada de Hipercor a la que le tocan el culo y que se está jugando el pan de sus hijos». Han pasado más de veinte años, muchos 8 de Marzos, el caso de La Manada y Jenni Hermoso, y, por fin, en los casos de acoso sexual la sociedad española parece haber aprendido a distinguir a la víctima del acosador.

Tráiler de 'Soy Nevenka'.

Sin embargo, en 2024 todavía hay quien contempla con suspicacia las denuncias de acoso sexual. ¿Por qué aguanta tanto una mujer acosada? ¿Por qué no acude antes al juzgado? Icíar Bollaín describe en 'Soy Nevenka' los mecanismos del acoso desde el punto de vista de la víctima. Ese didactismo es el punto fuerte de su largometraje, que llega tres años después de la miniserie de Netflix, que devolvió a su protagonista a la luz pública tras haber rehecho su vida fuera de España.

Mireia Oriol es una actriz de físico frágil y elegante, ideal para encarnar a la joven concejala de Hacienda y Comercio de Ponferrada, una chica de familia bien, pijita, campeona de judo y con un brillante expediente, que regresa de Madrid a su pueblo para iniciar una carrera política en las filas del Partido Popular. Todos le prevenían ante la fama de mujeriego de Ismael Álvarez, alcalde de la localidad leonesa, prototipo del político local carismático y populista, siempre dispuesto al apretón de manos. Urko Olazabal acierta a dibujar a un león siempre presto a saltar sobre un cervatillo. Un cacique en una ciudad de procesiones, un empresario de la noche cuya mujer muere de cáncer y que aprovecha su viudez para dar lástima a su bisoña concejala.

Un 'hombre hecho a sí mismo', que hace política en la mesa de un restaurante con la segunda copa y que sabe cómo manipular a una novata ilusionada por hacer las cosas bien. Bollaín retrata a la perfección un mundo machista, en el que la recién llegada es observada con avidez por hombres de arriba a abajo: «Qué guapa eres tú», espetan a Nevenka, que inicia una breve relación amorosa con el alcalde sin sospechar las consecuencias. Se deja llevar. Hasta que las llamadas de madrugada y los viajes de trabajo con una única habitación reservada empiezan a abrirle los ojos y a quebrarle la salud.

Nevenka está sola. Solo encontrará sororidad en la concejala rival del PSOE, que un día le advirtió: «Intenta venir bien preparada a los plenos, te lo digo como mujer no como oposición». El guion de Icíar Bollaín e Isa Campo está construido a base de flashbacks, hasta desembocar en el juicio en la media hora final de un metraje que se alarga hasta las dos horas. La denuncia pionera era un insólito gesto de valentía para escapar de un ambiente tóxico, que también arruinaba la vida de la familia de la concejala. «Tengo 26 años y tengo dignidad», defendió en un proceso que los medios de la época contemplaron con sorna: las imágenes televisivas de Ana Rosa Quintana resultan hoy especialmente sangrantes.

Mireia Oril es Nevenka Fernández.

'Soy Nevenka' transcurre sin tremendismos. No hay suspense como en las cintas de juicios, porque conocemos el final: Ismael Álvarez fue condenado a pagar 6.000 euros de multa y 12.000 de indemnización. Se volvió a presentar a la alcaldía y sacó cinco concejales. Nevenka tuvo que huir de España. Se echa de menos una mayor complejidad en la plasmación cinematográfica de un relato, que adopta a veces un aire de telefilme y apuesta por recursos facilones, como ese espejo que la protagonista tapa porque no soporta ver su imagen. Con todo, Icíar Bollaín sigue demostrando su capacidad como narradora y su compromiso social como artista en una película necesaria, que quizás llega tarde y que no brilla a la altura emotiva de 'Te doy mis ojos' o 'Maixabel'.

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