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Otro triunfo del sistema, hacer creer al público despistado que una obra trata sobre la liberación de la mujer cuando es todo lo contrario. 'Babygirl', lo último de Nicole Kidman, que muestra sus partes pudendas con arrojo, se vende como transgresora, por el mero hecho de mostrar escenas eróticas al borde del BDSM. Sexo vainilla, léase convencional, como etiquetan los verdaderos aficionados a las fantasías con consentimiento. Ahora que los reaccionarios Mel Gibson, Stallone y John Voight han sido elegidos como embajadores de Hollywood por el presidente Trump para salvar la meca del cine -efectivamente, nos entra la risa-, nos vamos a hartar de ver propuestas como ésta, recién estrenada en las salas. La reivindicación de la figura de la mujer tradicional, en casa y con la pata quebrada, está al orden del día en la redes sociales manejadas por plutócratas. Si el mensaje se transmite con disimulo, mejor que mejor, y la industria americana cultural siempre ha sabido inculcar sus valores mediante espejismos. De hecho, coincide esta semana el lanzamiento directo en Disney+ de 'Nightbitch' aka 'Canina', filme inédito visto en el pasado Festival de Sitges que también vende un supuesto empoderamiento que, a la postre, deja mucho que desear. Todo cambia, aparentemente, para que todo siga igual. Nada que ver con 'La sustancia', apuesta situada en las antípodas del dueto de títulos que alimentan estas líneas, dos películas cuyo desarrollo y tercer acto se cargan el discurso inicial, destapándose el engaño ante la sorpresa, y el desagrado, del público experimentado.
Kidman, entregada como ninguna, aunque, por contemporaneidad, Demi Moore le haga sombra con su papel en 'La sustancia', interpreta a una mujer de éxito que trabaja en el sector de la automatización. Es una persona ganadora, implacable en los negocios, que vive enganchada a su celular. Su existencia aristocrática patina en su vida hogareña. A pesar de vivir en una casa ideal, con un marido y una descendencia ejemplar, no está satisfecha con lo que le toca. Apenas duerme, tras ventilarse siete cafés diarios. Además, su media naranja no le satisface sexualmente. En su deseo inconsciente de romper la monotonía que le abruma por dentro, se lía con un becario de su empresa. De la pasión surge una relación de poder a la inversa. Ella se deja llevar por el instinto animal y se desnuda a los pies del joven de buen ver, a quien encarna Harris Dickinson ('El triángulo de la tristeza'), menos turbio de lo esperado. Inevitable, con esta sinopsis, no acordarse de '50 sombras de Grey', aunque en las adaptaciones del famoso bestseller hay más honestidad. 'Babygirl' pretende ser provocadora, con escenas propias de un anuncio de colonia y un tramo final cercano al telefilme en el cual la protagonista claudica y pide perdón por sus pecados, manteniendo las apariencias frente a su esposo (Antonio Banderas pasado de rosca). Para ser una patrona con estilo tiene que dar ejemplo, pasar por el aro y ser un modelo sin fisuras ante la sociedad, acorde a unos principios heteronormativos.
No es la primera vez que la prolífica Kidman, que no para de protagonizar series para la multipantalla -destacando 'Lioness'-, se deja la piel enfrentándose a un rol con escenas subidas de tono. Ya desde la mítica 'Eyes Wide Shut' de Kubrick. En 'Destroyer. Una mujer herida' y 'El sacrificio de un ciervo sagrado' contaba con un par de momentos sumamente perversos. En 'Babygirl' su misión queda lejos de Elizabeth Huppert en 'Elle' o 'La pianista'. La cineasta y también actriz holandesa Halina Reijn firma la dirección. De su cosecha es 'Muerte, muerte, muerte', un slasher que va de lo que finalmente tampoco es. Si comparamos el poso que deja su último trabajo con la superior 'Secretary', por ejemplo, a cuyas imágenes debe bastante, el castillo de naipes se cae por completo. El deseo femenino, el sexo y el poder, son temas que ya han estado presentes en la historia del arte cinematográfico con mayor fortuna. Ojo al recurso del plato de leche como símbolo de sumisión, algo que ya apareció en 'Lunas de hiel', de Polanski, una obra bastante más inquietante.
Si 'Babygirl' pisotea su presunto discurso de mujer liberada al final del enredo -resulta tremebundo cómo cuenta la reacción de la protagonista y sus semejantes tras haber tenido una aventura, avergonzándose por el supuesto desliz pecaminoso-, 'Canina (Nightbitch)' tropieza de similar manera. Amy Adams también lo da todo para dar vida al personaje principal, una ama de casa frustrada que lo deja todo para ser madre, un punto de partida que permite repartir buenas indirectas a los comportamientos machistas pero se va desinflando escandalosamente. El mensaje se antoja cargante, con un excesivo subrayado. Pasa del feminismo pop a vender el carnet de Ikea Family. Gol por la escuadra: el clan normativo es lo que importa. La pizpireta heroína reivindica su independencia para acabar, desgraciadamente, encajando en el engranaje del sistema preponderante, construido en torno a la unidad familiar tradicional.
Espléndida en su papel de mujer empoderada que puede haber votado a Trump, muerta en vida al dar a luz, Adams es lo mejor del filme, dirigido por Marielle Heller ('Un amigo extraordinario'). Los cambios físicos que vive fugazmente la reina de la función, como en un filme de Cronenberg, muy lejos de 'La sustancia', son de una superficialidad incomprensible. Pueden desaparecer del guion sin consecuencias narrativas. El lado fantástico es anecdótico, no va a ningún sitio, a pesar de lo que promete. A medida que avanza el metraje hay síntomas de que la buena madre puede transformarse en un perro y escaparse por la noche para dar rienda suelta a sus más bajos instintos, pero tan suculento planteamiento se deshace en migajas. Si el personaje de Kidman entierra su episodio sexual para continuar igual, quizás con una existencia oculta que alivia en secreto su gris vivir, el rol de Adams abraza la aburrida normalidad como un náufrago agarra el salvavidas. Apagado el fuego, las brasas permanecen, pero ninguno ambos filmes lo reconoce. Se echan de menos esos pomposos thrillers eróticos de antaño, firmados por Adrian Lyne o Paul Verhoeven, que criticaban lo establecido desde la ironía con bastante más mala leche, aunque patinasen un poco, vistos a día de hoy, con la perspectiva de género.
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