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Posicionadas, las luchadoras buscan hueco para atacar, en un corro de lucha leonesa en La Virgen del Camino. NOELIA BRANDÓN
«Zumban hostias…»
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«Zumban hostias…»

Miércoles, 30 de noviembre 2022, 11:13

Las hostias más gordas que te arrea la vida no las sueles ver venir. Te levantas, empiezas el día y no tienes ni idea de que ya jamás olvidarás esa fecha. El zurriagazo puede llegar de cualquier parte, y cada vez hay más vías. Una ... llamada, un mensaje, una consulta médica, hasta las redes sociales. En unos segundos cambia tu vida para siempre sin que tengas tiempo para digerir el torpedo. No vuelves a ser el mismo. Tiene metástasis, le dio un infarto fulminante, ha asesinado a la niña en Bruselas, es un ictus, lo llevan a la UCI, se cansó de vivir…

Esta semana me envió Carol un post de instagram: «Así es la vida: muchos golpes y alguna caricia». Es tal cual. Y con los años, quizá más golpes que otra cosa, que muchos vamos teniendo más pasado que futuro y a veces no somos conscientes de eso que dicen con guasa los disfrutones: ¡eh, que tú ya les han dado la vuelta al jamón!

Una descripción bastante atinada de la crudeza de la vida adulta sería la crónica que un antiguo presidente de la Diputación de León improvisó antaño en un bar, tras un corro de lucha leonesa al que tuvo que asistir en la montaña oriental. ¿Cómo ha ido la cosa, Fulanito? Y él, con la finura que da azufrarse sin duelo, nos sugería cómo titular las mañas de aquel corro de pesos pesados de Riaño: «Zumban hostias en todas las direcciones», soltó. Y escojonación general de los parroquianos, que entre caña y caña dominguera nos fuimos dando cuenta de que aquella sentencia sobre los aluches bien podía ser, por su simplicidad pasmosa y certera, aplicable a casi todo.

¿Qué tal te va la vida, querido Pepe? Pues mira, si te digo la verdad, zumban hostias en todas las direcciones. Que si la cesta de la compra, que si el carburante, que si las leyes que se acuerdan más de los verdugos que de las víctimas, que ay mis padres, que ay mis hijos, que uy mi familia, que Sabina ha cambiado a Panchín Varona por Leiva, ay aquel mamón que me dejó por otra… Caen por todas partes, no hay manera de aplacar tanto guantazo, y esos son los leves, los que nos dejan haciendo equiulibrios y nos van preparando para los que antes o después nos dejarán kao, tumbados sobre la hierba y sin aliento.

Los tortazos que lo cambian todo, los que suelen llegar sin previo aviso, son las muertes inesperadas, las despedidas forzosas, los sustos más o menos terribles para los que jamás está uno preparado, por más que sean ley de vida. Nunca hay consuelo al decir adiós a un padre, a una madre, a un amigo del alma, a un gran amor.

Dicen que los mexicanos afrontan como nadie las despedidas, y que sólo ellos saben hacer una celebración festiva de lo que aquí es un drama (vean 'Coco')… Aquí, pienso que nunca estamos preparados: no se nos educa para la muerte, no hay consuelo cuando te arrancan a tus amores, y tampoco he visto a nadie dispuesto a despedirse de la vida con una sonrisa consentidora, que nos quejamos de todo pero luego nos aferramos como lapas.

¿Puede uno aprender a irse sin tanto desgarro, sabiendo que ese momento llegará?

Escuché no hace mucho a Reverte hablar sobre las reglas implacables que tiene la vida, «esas que el hombre moderno olvida con mucha frecuencia». Y contaba Arturo (que las lía pardas de puro rancio, pero a veces es muy fino en sus reflexiones) que a partir de una edad tratamos de ordenar los cajones antes de irnos: «Colocar la vida, repasar los amores, los odios, las decepciones…». Recordar, hacer balance. Ir soltando, supongo.

Hace unos días, en la entrega de los Premios Decreta 2022, la periodista Cristina Fanjul contaba algo que le dijo Paul Auster cuando vino a León a recoger el Premio Leteo. «No somos reales hasta que la vida nos introduce en el vientre del tiburón y logramos salir de él. Como Pinocho, como Jonás…».

Me gusta la reflexión de este hombre que retrata como pocos las torturas del alma humana. A menudo ocurre algo que nos atraviesa, que nos cambia para siempre, y entonces se supone que lo hemos entendido todo: que estamos de paso, que el camino hay que sobrellevarlo y disfrutarlo con ganas. También lo contaba maravillosamente bien Javier Marías en su 'Corazón tan blanco'. «No he querido saber, pero he sabido»… así arranca ese librazo, sin duda una de las novelas de mi vida.

Parece que vamos esquivando las hostias desde que nacemos, aunque algunas nos dan de lleno. ¿Han escuchado alguna vez el sonido de un guantazo en la cara en un combate de boxeo? Los grandes golpes de la vida son algo así. Inesperados, bestiales, secos y potentes. Te dejan sin respiración.

Uno se levanta como puede, se defiende como puede, pero queda de por vida con los entusiasmos abollados, con las alegrías flojas. Cada vez más vulnerable, más desvalido, con ausencias que son como un agujero muy profundo que no cicatriza.

Que la vida desgasta lo teníamos claro. Que a veces mata en vida… lo vamos aprendiendo a cañonazos. Y en el camino, puede que el único combustible que quede sean los recuerdos. Fuimos allí, celebramos aquí, le trajimos, le contamos, nos reimos con, me ayudó a, nos reímos tanto… La vida es un poco eso: ir eligiendo cuidadosamente con quién queremos ir creando recuerdos para cuando nos falten tantos porqués. Y es un círculo, transitamos en círculos que se entrelazan, van y vienen, y el futuro nos va mostrando las razones de lo que no entendíamos atrás. Y si hubiera dicho, y si hubiera sabido, y si hubiera ido a verle…

Cuando la herida aún sangra, tener buena memoria puede ser un castigo, pero con el tiempo, no hay tirita mejor que los recuerdos bonitos. Comimos aquí, mira qué fotos, siempre nos hacía reír, te acordaste de la fecha, apareció sin avisar, contó unos chistes malísimos, qué besos sonoros daba, le confundían con el cantante de Camela y siempre les seguía el rollo. O qué miedo pasamos, vaya hotel más siniestro, el viaje fue toda una aventura, qué ronquidos, las pintas con que se presentó a la conferencia.

Que la vida nos da y la vida nos quita, a su antojo, ya vamos teniéndolo clarito. Que llega un momento de tu vida en que «zumban hostias en todas las direcciones» (qué titular, presi), como en aquellos aluches de Riaño, también. Así que quizás el juego este de vivir se trate de tomárselo con cierto arte para saber combinar los golpes con movimientos estratégicos, como en los corros: motivación, observar al rival, esquivar aquí, sorprender allá, mantener la calma, agarre, lágrima contenida, seguir, coger pujanza, maña, resistir. Pero sin olvidar jamás que poder seguir jugando hasta que pite el árbitro es un maravilloso privilegio.

* En memoria de Teresina R. Llamazares, José Luis Cueto, Juan Miguel Barrio, Amaya Valles, Emilio Jambrina, Emilio Geijo, Lolo. Un brindis por la alegría que nos trajeron y gracias por tantos recuerdos imborrables entre quienes tenemos la suerte de quereros.

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