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Tontos hay en todas partes. Aquí y en Pekín. En cualquier lugar y en cualquier época. En la clase alta, en la baja y en la media (o en lo que quede de ella). Y como la estupidez es multisectorial y transversal, los tontos se ... trasvasan de un estrato a otro. Que asciendan los menos inteligentes lo llevamos viendo desde que el mundo es mundo, pero que haya tontos que se dediquen a tocar las narices a los que viven por debajo de ellos es otra cosa.
Los últimos han sido los influencers LoveYoli y su marido. No salen en el ¡HOLA!, reino al que aspiran las instagramers moninas, finísimas y producidísimas, pero sí en Mtmad, un canal de Mediaset que parece una reserva natural de tronistas y zopencos.
LoveYoli y su churri se proponen un reto: pasar el día con sesenta euros. Se alojan en un hostal que cuesta cincuenta y siete. Una habitación con baño compartido. Y ahí empieza la fiesta: que si ay el gotelé, que si huele mal, que si no podemos hacer un 'room tour' porque esto es muy pequeño, que si me da mala vibra. En fin. Y como creen que los pobres no se cambian de bragas, no llevan ropa interior limpia «porque queremos vivir la experiencia». Mira, ellos quieren vivir la experiencia y algunos ver cómo la viven, aunque solo sea para llamarles 'clasistas', que es lo más fino que les han dicho. Los humanos somos tan idiotas que necesitamos pavos que parezcan más tontos que nosotros para sentirnos superiores. En su 'Historia de la estupidez', Tabori afirma que «La estupidez es el arma humana más letal, la más devastadora epidemia, el más costoso lujo». Pero no sé qué estupidez es más destructiva, si la de los simples o la de los que contemplamos su estulticia para creernos más listos que ellos.
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