Que vuelva el fútbol
Creo que en torno al fútbol se tejen algunos de los peores aspectos de nuestra sociedad
Eduardo Fernández
León
Miércoles, 20 de mayo 2020
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Eduardo Fernández
León
Miércoles, 20 de mayo 2020
No me gusta el fútbol; en realidad, creo que en torno a él se tejen algunos de los peores aspectos de nuestra sociedad. Antes de que alguno de ustedes, futbolero impenitente, se me ponga estupendo al respecto, permítame preguntar en qué otro aspecto de ... esta vida a uno le pagan tan inmorales cantidades por su trabajo -no califico su dificultad habida cuenta de mi proverbial forma física y la técnica con que toco las pelotas, uy-, porque desde luego a los que se han estado arriesgando y contagiando por tenernos a todos en marcha y a salvo no se lo pagan con, al menos, igual merecimiento. O con qué otra excusa se permiten niveles de agresividad verbal como los de un campo que recuerda entrañablemente los ancestros del árbitro. O con qué festiva ocasión te dejan cortar las calles, invadir las plazas, pisotear los jardines y subirte irrestrictamente a las fuentes, si no es por un ascenso o una champions. Si un aficionado a la física teórica se pusiese a festejar en Santo Domingo a grito pelado el Nobel para Queloz cortando la circulación y echando animosamente agua a los viandantes tardarían minuto y medio en detenerlo y no porque se enfrentasen los hooligans de Queloz y los Peebles, porque a estos no los conocen más que los que seguían Big Bang (a ver, para los del fútbol, que son los que ganaron el premio Nobel de Física del año pasado, que es como si tu eres de Messi o eres del tipo aquel que se enamoraba de sí mismo antes de irse a la Juve; ahora el que les iba a enamorar este año pesa, recorta y marca lo mismo que yo). O si yo quisiese festejar la beatificación de este mes con mi bandera vaticana anudada al cuello -sí, uno es mucho más meapilas que futbolero- y chapoteando en esa fuente llevando un retrato del Papa tamaño videomarcador ¿me dejaría la policía? Pues eso, que la permisividad con el fútbol me lo hace detestable. El culmen es ver a unos descerebrados con dificultades para llegar a fin de mes que van a la salida de los juzgados a animar a sus ídolos en el frecuente trance de comparecer por delito fiscal por no declarar los impuestos con los que luego se paga una sanidad pública a prueba de pandemia. Y les jalean por defraudar impuestos como si se tratara de marcar goles. Así que, con todo eso, no se me enfaden los de la épica futbolística, que lo mejor que ha traído es vencer el temor a colgar en la ventana una bandera de España cuando llega un mundial sin que te acusen de haber hecho la marcha sobre Roma.
Habrán comprendido ya que esto es un desahogo y que, por supuesto, soy incapaz de sustraerme al dichoso fútbol y muchos fines de semana se convierten en un sufrimiento perpetuo, porque para que todo salga bien tiene que darse la confluencia cósmica de que gane el Atlético Templario por eso de la paternidad, la Ponferradina por eso de localismo y el Atlético de Madrid por todo lo del sentimiento. No me digan que no se lo he puesto fácil a muchos, soy del Atleti porque no me gusta el fútbol. El que no entienda eso, es que no sabe ni de fútbol, ni del Atleti, ni de los sentimientos que mueven el mundo. Por cierto, en estos días en alguna de estas columnas de opinión han volado entradas al tobillo que me han hecho recordar tiernamente a las de Arteche. Así estoy en esta fe a prueba de demostraciones, minutos 93, regalos arbitrales y finales perdidas. Nunca dejes de creer.
Uno, que en los momentos estelares de su carrera política creía pronunciar frases para ser esculpidas en mármol al nivel de Sagasta y Castelar, dijo para convocar a todos a empujar con él en la misma dirección en el momento de ser elegido presidente provincial del Partido Popular (si lo pongo en tercera persona no es por manía mayestática, sino por distancia emocional) que era más de rugby, que sin duda es el mejor deporte del mundo -uno en que a los gordos nos llaman los gordos y no es peyorativo no puede ser otra cosa- . Cuando uno es pilier derecho (a ver, para los del fútbol, uno que se pone en un lado en la primera línea de la melé calentando oreja contra la cabeza del contrario) entiende mejor ese deporte, la vida y creía que la política. Cuando el equipo no va bien sufren todos, pero no en la tabla de clasificación, sino físicamente: te cae encima el paquete de delantera contrario y te machaca; vas con los hombros para casa como si vinieras de procesionar con todos los pasos de Semana Santa sobre ti. A algún compañero opinador aquí y amigo del alma para siempre jamás y a mí nos ha pasado eso de que tú estás pendiente de la melé contraria y llegan esos muchachos altos y guapotes de la segunda línea (para los del fútbol, los que se ponen en la melé pero son todos como modelos, para los que no siguen las metáforas conceptistas los jefecillos del partido), y en lugar de ayudarte, te agarran por las gonadillas y te dejan una anatomía reproductiva que era como un bloque de granito con la consistencia de la nocilla al sol.
Pero prefiero no pensar en ellos, sino en los que estaban contigo en la melé y en ella siguen; queriendo mejorar España mientras que otros están en lo suyo, alargando alarmas para no dar cuentas, haciendo de la transparencia una quimera, cambiando de opinión con la inconsistencia de un ministro de Sanidad. En qué país la decrepitud intelectual -si tuvo no retiene- de incalificable gurú de la tribu morada como el Ministro de Universidades tarda un mes en salir para decir que no hace nada porque no tiene competencias (que es claramente incompetente en cuantos sentidos es posible serlo es una constatación tan evidente que bien podía haberse ahorrado el sofocón), y que un gobierno que cambia cada diez minutos es porque es flexible -en realidad correspondía la palabra incoherente, pero no la recordaba-. En qué país saldría para afirmar, baluarte moral de la ética estudiantil, que si se copia bien en los exámenes es prueba de inteligencia. En este país en el que uno se pregunta cuántas veces harán eso en el gobierno ante cada examen complejo en el Parlamento o en la calle, cuánto plagio, copiadera y trampa harán para lograr el aprobado y encima lo venderán como la nueva normalidad pedagógica. En este país en que preocupa más cómo vuelve la liga que cómo vuelven las orquestas y cómo se hacen los exámenes para que los cumplidores, los que se esfuerzan, los que se entregan y de los que dependerá nuestro futuro no salgan perjudicados ante el listillo enardecido por la chorrada ministerial que incita a la copia. Para esto, casi, que vuelva el fútbol.
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