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Como cualquiera de ustedes, a estas alturas me conformo con la normalidad, pero no con esa idiotez de la «nueva normalidad» que en alguna oportunidad ya he criticado porque en sí misma es una «contradictio in terminis» con la que, al albur de ... esos nuevos vocablos que la Moncloa está empeñada en inculcarlos- y que, por mi parte, me niego a asumir- se ha bautizado mediáticamente hasta una Ley.
Yo lo que quiero es la normalidad de verdad, la de siempre, que, habiendo pasado más de un año en este infierno, creo que nos la merecemos todos (que no «todos, todas y todes …. vamos, que si yo fuera el Director de la RAE me ponía a llorar de ver las patadas que algunos le dan al lenguaje). Así que, a ver si nos vacunan pronto y retomamos nuestras vidas en plenitud.
Y entre las cosas a las que esta pandemia nos hace seguir renunciando, y aunque puede que haya a quien parezca intrascendente, está la asistencia el próximo lunes 26 de abril a la Fiesta universitaria por excelencia, San Isidoro, que habitualmente se celebra en el Aula Magna. Les confesaré que en los veintinueve años que llevo vinculada a la Universidad de León, éste es el primero que, por razones de aforo- que entiendo perfectamente- me la voy a perder. Y es que todo este tiempo- incluso también en aquél en el que, por estar fuera de ULE, me iba a la bancada de la izquierda con las autoridades, cambiándome de bando (es broma)- nunca he dejado de asistir, en el convencimiento de que, para cualquier universitario que se precie, ese es el día en que, en un acto académico singular, rendimos honores a nuestra querida Universitas Legionensis, y, precisamente por eso, hay que estar. En fin, seguiré como tantos otros el acto por las redes sociales en diferido, y, en mi caso, particularmente, disfrutaré de ver como Marta, mi discípula, recoge la insignia de un Doctorado bien ganado. Les confieso que pienso aplaudirla a rabiar desde la soledad de mi despacho para que sepa lo orgullosa que estoy de su trabajo bien hecho.
Esgrimida la queja, y porque sé que nos importa a todos los leoneses, me van a permitir dedicar mi columna quincenal a ésta que considero mi casa, la de verdad, a la que siempre vuelvo con el ansia de verla mejorar cada año y con la necesidad de contribuir, en la medida de mis posibilidades, a que todos nos sintamos orgullosos: la Universidad de León. Una Institución de la que disfrutamos, afortunadamente, gracias a la firmeza de la sociedad leonesa que, en su día, demostró una voluntad inquebrantable en la reivindicación de - como reza en la web de la ULE cuando relata su historia- «la vieja, añosa y reiterada demanda de una «Universidad para León».
Fraguada a fuego lento, y hasta muy lento, se comienza a gestar como tal en el Siglo XIX con el buen hacer de la Escuela Normal de Maestros, germen de la actual Facultad de Educación- con fama en toda España- y de la Escuela Subalterna de Veterinaria, embrión de la Facultad del mismo nombre y que se convierte en su buque insignia. A ellas acompañan los Estudios de Comercio a comienzos del Siglo XX, consolidándose, a partir de la posguerra, las diferentes secciones, títulos y oportunidades de formación (Sección de CC. Biológicas, Derecho, Minas, Industriales, Agrícolas, etc.), dependientes de la Universidad de Oviedo, nuestra «alma mater», de la que, con toda justicia y merecimiento, se corta el cordón umbilical en 1979.
Y es que la Universidad de León que hoy conocemos nace, aquel inolvidable 30 de octubre de 1979, fecha en la que se ven cumplidos los anhelos con su creación por Ley junto a la de las Universidades hermanas de Alicante, Cádiz y Politécnica de las Palmas, dando con ello comienzo a una andadura de más de cuatro décadas en la que el buen hacer de esta Institución ha calado hondo en el sentir de los leoneses, que se ha convertido en un auténtico referente del que todos nos sentimos orgullosos.
En pleno Siglo XXI, la Universidad de León se presenta como una Institución Académica dinámica, plenamente integrada en una sociedad de la que es, y siempre será, deudora, y a la que sirve y desarrolla desde la seguridad que supone tener mucho que aportar a León y a los leoneses. Sus dos Campus (Vegazana y El Bierzo) ofrecen a nuestra provincia la necesaria juventud que compensa el endémico envejecimiento poblacional, generando oportunidades irrenunciables para esta tierra que debe prosperar de mano de su Universidad. Para ello, la Academia leonesa ha de ser capaz de ofrecer una formación de calidad que, sin olvidar la internacionalización, se comprometa con su entorno inmediato en la generación de futuro; si, ese futuro que, instrumentado a partir de un variado catálogo de Títulos de Grado y Posgrado ha marcado y marcará a nuestros jóvenes de por vida con un vínculo indisoluble con nuestra querida Universidad.
Por todo ello, en un día como hoy, con motivo de la conmemoración de nuestro Patrón, no sobra en estos tiempos convulsos en los que la pandemia hurta nuestra presencia en la celebración del 26 de abril, el recordatorio de las palabras acerca de la importancia del conocimiento que ya hiciera, en los Siglos VI y VII, San Isidoro de Sevilla en Las Etimologías, primera gran Enciclopedia de la humanidad: «…sic sapiens ad dinoscentiam rerum atque causarum; quod unumquodque dinoscat, atque sensu veritatis discernat» (así el sabio lo es, para el conocimiento de las cosas y sus causas, porque conoce cada una y la distingue con sentido de la verdad).
Que sea precisamente la sabiduría desde el sentido de la verdad, reclamado por este erudito ejemplar, Patrón nuestro, la que ilumine a los universitarios leoneses en nuestra labor diaria, ayudándonos a engrandecer cada día un poco más el nombre de nuestra querida Universidad en el mundo.
Y termino, como lo hace nuestro himno, el Gaudeamus Igitur, que todos cantaremos- aunque sea hacia dentro de nosotros mismos- el día 26: »Vivat Academia»…. que viva nuestra Universidad!!!
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