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Hay quien cree que se les ha ido de las manos. Me refiero a las respuestas más que apresuradas a lo supuestamente incorrecto. El caso reciente de prohibir «Lo que el viento se llevó» para después permitirla con explicaciones y reprimenda previa, pidiendo ... perdón por lo que fue pero ya no es y que usted ve aunque no está obligado a ver, es paradigmático de ello.
Y la culpa no es del cha cha cha, sino de quien pone a Scarlett O'Hara haciéndose selfies con un móvil de última generación, o a Rhett Butler enviándole WhatsApp a todas horas: a descontextualizar tocan. Claro, a John Ridley, guionista de «12 años de esclavitud», cuando exigió vía «Los Ángeles Times» que se retirara la peli «por perpetuar los estereotipos más dolorosos para los afroamericanos«, se le olvidó pedir lo mismo para no sé cuántas películas, auténticas obras de arte, para miles de libros, miles de pinturas, letras de canciones y no digamos estatuas, que de esas ya se encarga lo más florido y sabio de pueblo mundial.
El miedo a lo que se cree incorrecto -o impopular-, moral de plástico que muchas veces disfraza intereses comerciales o de otra índole, no es de ahora. En la propia película de Victor Fleming la Metro ya retiró la palabra «nigger» (palabra muy despectiva semejante a negrata, que curiosamente deriva del español y antes del latín) que estaba en el texto original de Margaret Mitchell (que al año siguiente de publicar la novela ganó el premio Pulitzer, así que también deberían de retirárselo). Lo más chocante de todo es que por primera vez en la historia una actriz negra ganó un Oscar, Hattie McDaniel por su papel de Mammy en la película (con todas las circunstancias alrededor que usted quiera).
Descontextualizar. Que palabra más sonora y elegante, pero de significado tan nefasto. Verbo que ahora conjugan con frenesí, sin pronunciarlo, personajes de toda calaña.
Con cada peli un prospecto, como aquella de John Wayne en la que diría: «cuando coge a su novia y la posa en decúbito prono sobre sus fémures y con sus metacarpos y falanges contacta en repetidas ocasiones con su zona glútea (la de ella, o sea que la azota en el culo), hay que aclarar que eso es incorrecto y penado por ley y que es una barbarie indigna de un ser humano». Ante esa aclaración creo que es más fácil prohibirla. O con aquellas cintas de colonización africana (Zulú, por ejemplo, con un joven Michael Caine, qué le diremos ahora), por los muy educados ingleses en los que se ve a decenas de mujeres indígenas negras danzando con los pechos descubiertos mientras la protagonista -blanca, claro- viste recatada y retapada. Películas, por cierto, en las que siento una repugnancia especial, ya que parece que a las mujeres negras se les podían ver los pechos hace ya muchos años, lo impensable para las blancas: ¿porque unas son seres inferiores?; y precisamente al verlo me indigno tanto que me hace más reivindicativo de toda igualdad condenando lo contrario, pero sabiendo en qué contexto me muevo yo y en el que se movían hace 50 ó 60 años.
Y lo mismo pasa cuando gobernantes latinoamericanos exigen que pidamos perdón por nuestras masacres de hace 500 años mientras los indígenas son tratados como animales hace 500 horas. Y es que a partir de ahora hay que poner en marcha diariamente la «hora del perdón», y se queda corta, porque nos va a faltar tiempo para que todos nos perdonemos a todos por la cantidad de tropelías que se han cometido a lo largo de la historia: españoles a americanos, ingleses a americanos, americanos a nativos, franceses a españoles, ingleses a indios, japoneses a chinos, australianos a aborígenes y así hasta el infinito, que es tan grande como la estupidez humana, que diría Einstein.
Ahora la Inquisición tendrá que prohibir, so pena de excomunión social, política, o económica, lo que no sea correcto o habrá que avisar a los pobres incautos que vean una peli, que la sangre es tomate, que los muertos se levantan, y que si los pajaritos cantan es porque el prota se ha metido algo fuerte pero que es de mentira, que lo blanco es azúcar glas.
Prohibir es, en muchos casos, la alternativa a la incapacidad de concienciar y educar en lo correcto por culpa de la incompetencia del responsable, que es el que prohíbe. Y esta frase es mía.
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