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Yolanda Díaz viajó al Vaticano al tiempo que Abascal y Casado se iban a hacer las Américas, cada uno por su lado, claro está. Esta coincidencia de viajes confirma que, por este año, ya está prácticamente todo el pescado vendido en materia de presupuestos y ... fondos europeos.
Tras doce meses desprestigiando a España en Europa, saboteando los fondos de recuperación y buscando cualquier modo de desestabilizar al gobierno, las derechas españolas han debido rendirse a la evidencia. En lugar de celebrar que ya han sido aprobados los primeros 10.000 millones de euros europeos y que España es el primer país que logra esos fondos, o congratularse porque las cifras de reducción de paro en noviembre son un hito histórico, los líderes de la derecha han decidido poner tierra por medio y alejarse de las buenas noticias. Casado además huye de Ayuso que le persigue por los periódicos sin descanso, como una pesadilla interminable. Se han ido a dar la tabarra a algunos líderes iberoamericanos sobre lo malo que es el gobierno español. ¡Como si allí no tuvieran ya bastantes problemas ellos solos! En unos territorios en los que si algo sobra es demagogia y populismo acuden con sus monsergas de europeos privilegiados y resentidos. A unos países en los que el sueño de la mayoría es la emigración, viajan con sus maletas llenas de odio al emigrante. Lo verdaderamente extraño es que los reciban educadamente.
La calurosa acogida del Papa a Yolanda Díaz ha pasmado e irritado a los conservadores y es una prueba de que los comunistas ya no son lo que eran, si es que la denominación significa algo después de las experiencias del siglo XX en las que ellos mismos no se reconocen. Pero sobre todo confirma que no ha sido casualidad el comportamiento de la Iglesia española durante los últimos tres años. Esta vez no se ha dejado arrastrar al guerracivilismo por la oleada cavernaria de las derechas contra Sánchez, contra el gobierno «bolivariano y comunista» y todas las demás sandeces que los portavoces, portavozas y medios de comunicación afines han estado vomitando con la covid y la crisis económica como principales aliados. En tiempos de Wojtyla y Rouco, la Iglesia se involucró en las batallas políticas contra el gobierno Zapatero y se dejó muchos pelos en la gatera. Para empezar quedó absolutamente pringada por la espesa trama de corrupción que acompañó a la visita del Papa a Valencia y a Madrid con los gobiernos de Camps y Aguirre como organizadores. Todavía no han finalizado las piezas de Gurtel derivadas de aquél viaje.
Según las propias declaraciones de los portavoces eclesiásticos, no solo es una conveniencia sino una obligación moral predicar la convivencia y la tolerancia cuando las derechas han hecho del mensaje del odio su principal arma política. En esta época en la que la extrema derecha y los reaccionarios disfrazados de liberales han declarado una «guerra cultural» a la izquierda en general, la Iglesia española —a la que nadie ha atacado— se ha apartado de los falsarios y ha evitado formar parte de su guerra. Para la magnífica diplomacia vaticana el asunto es muy sencillo: el Papa ha recibido con todos los honores a una vicepresidenta segunda del gobierno de España, independientemente de su adscripción ideológica. Claro que esta apertura de la Iglesia coincide con sus problemas en Iberoamérica, la región del mundo con mayor número de católicos, y donde han crecido extraordinariamente las sectas protestantes ultraderechistas tras las purgas que hizo Wojtila entre los miembros de la teología de la liberación. Los evangélicos son especialmente fuertes en Guatemala y Brasil y resultaron decisivos para la victoria de Bolsonaro, quien obviamente les estará recompensando. Al día siguiente de la reunión en el Vaticano, Bolsonaro agasajaba a Abascal. Los dos dirigentes se autoproclamaban de la misma internacional «patriota» y hablarían de financiación porque en este tipo de reuniones suele haber más que palabras.
Que la derecha española y sus medios de comunicación son un caso único en Europa se ha vuelto a demostrar con el contrapunto alemán. Nadie ha oído a los democristianos cuestionar la victoria del SPD que, por cierto, comenzó la precampaña con las elecciones perdidas, según las encuestas. Nadie de la derecha alemana ha criticado por ilegítimo el pacto entre tres partidos: socialistas, verdes y liberales. Nadie puede dudar que los liberales alemanes son auténticos, al contrario que los denominados liberales españoles cuya práctica es ser siempre la muleta de la derecha.
Una de las cosas más chocantes de las últimas semanas y que todavía retrasa la aprobación de los presupuestos es la exigencia de ERC para que Netflix sea obligada legalmente a emitir un porcentaje de su programación doblada al catalán. Simultáneamente, con la anuencia de la Generalitat, los fanáticos están hostigando cruelmente a un niño y su familia por exigir su derecho al porcentaje de educación en español fijado por los tribunales. Ahora bien, los mismos independentistas que alientan a los acosadores quieren que el siempre denostado papá estado español se enfrente a una multinacional y le imponga lo que no quiere hacer porque no le resulta rentable. La confesión de impotencia absoluta por parte de ERC es doble. Querían ser independientes y no se sienten con fuerza frente a una gran empresa de comunicación que no es de las más fuertes ni de las peores. Por otro lado pretenden marginar un idioma de 600 millones de hablantes, lo que resulta en primer lugar un gran perjuicio para sus administrados. Pero, sobre todo, la pretensión se vuelve imposible en la práctica, porque el español que quieren echar por la puerta entrará por todas las ventanas tecnológicas. Decía Einstein que solo había dos cosas infinitas, el universo y la estupidez humana, y que de lo primero no estaba seguro. Los independentistas son la prueba de que Einstein tenía razón.
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