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Pablo Casado y la dirección nacional del PP se habían preparado una convención itinerante de una semana entera con el fin de autopromocionarse al inicio de este curso político que coincide con la mitad de la legislatura. La procesión discurrió por territorios gobernados por el ... PP (Galicia, Castilla y León, Madrid) con el fin de evitar la más mínima contrariedad y con una amplia cobertura asegurada por el mariachi mediático habitual. Dada la lejanía de las elecciones, el hecho en sí mismo revela inseguridad en la solidez de su liderazgo y en las fuerzas de una dirección que suple su endeblez con un discurso huero y altisonante. Ya antes de comenzar la extemporánea excursión otoñal quedó claro el trasfondo de la misma. Hay un pulso en toda regla con Ayuso en el que se juega el liderazgo nacional del PP y la candidatura a las próximas elecciones generales. La presidenta madrileña cuenta con el apoyo de su comunidad, de los aznaristas con FAES y, sobre todo, de gran parte de los medios de comunicación de derechas radicados en Madrid. Por su parte Casado tiene como apoyos principales a los presidentes autonómicos de Galicia, Castilla y León y Andalucía.
Si el asunto fuera solamente una cuestión de lucha por el poder, egos personales, puñaladas traperas y campañas de marketing —edulcoradas con declaraciones hipócritas de amor eterno hasta la semana que viene— no merecería mayor atención. Sin embargo está claro que en la trastienda de la confrontación interna hay diferentes programas políticos y estrategias diferenciadas respecto a Vox que resultan muy relevantes para la vida política de este país. El nivel de rivalidad quedó reflejado en que Ayuso y su guardia pretoriana contraprogramaron en la misma semana un viaje a Estados Unidos cuyo principal contenido fue una entrevista en Telemadrid con la Casa Blanca de fondo. La actuación se sitúa entre el ridículo y la malversación de fondos públicos, todo por la voluntad de sabotear la convención de Casado.
Dos semanas antes nos lo había dejado muy claro Esperanza Aguirre en la epifanía en la que proclamaba a Isabel Ayuso única líder del PP frente a los «chiquilicuatres» y «niñatos» comandados por Casado. Pero lo más sustancioso fue su apuesta por pactar con Vox y a continuación «derogar todas las leyes ideológicas de Zapatero que no derogó Mariano Rajoy y también las de Pedro Sánchez». Aquí reside la primera cuestión de fondo: pactar o no con Vox y mantener o no la legislación progresista de la que durante años se ha ido dotando este país: comenzando por los derechos de las mujeres a la igualdad o al aborto, pasando por las leyes contra la violencia de género y llegando hasta las garantías de los pensionistas a sostener su nivel adquisitivo. El recorte a las pensiones públicas es una obsesión patológica en el PP. El lunes Rajoy le había advertido a Casado «no te quedará otra» y el miércoles Aznar con su habitual grosería le dijo que tenía que «meterles mano».
Para mayor confusión, algunas estrellas invitadas a la convención como Sarkozy, Vargas Llosa o Vidal Quadras resultaron gafes para el objetivo de los organizadores. El mayor estorbo, como siempre, estuvo a cargo de José María Aznar que optó por sacar pecho y ponerse al nivel del desnortado presidente mexicano. A falta de soluciones para los problemas del presente, ambos recurren al truco infantil de inventar una polémica sobre hechos históricos de hace 500 años. Le llaman guerra cultural a intentar suplantar el trabajo de los historiadores, a juzgar hechos de hace siglos con la mentalidad de hoy, o a manipular demagógicamente personajes y víctimas. Un ejemplo de lo que no se debe hacer.
Lo más importante de la convención no era lo que se decía sino lo que se callaba. A estas alturas todo el PP da por muerto a Ciudadanos, pero en cambio Vox se ha consolidado como la tercera fuerza política de España. Este hecho en sí mismo evidencia el error de análisis de alguna izquierda que durante años predicaba el fin del bipartidismo que nunca existió. Ahora bien, dentro del PP parecen existir dos estrategias. Por un lado la de quienes como Aguirre, travestida en hada madrina de Ayuso, dan por hecho que la actual fuerza de Vox en las encuestas lo van a convertir en socio imprescindible para volver al gobierno. Y por otro lado está la dirección del partido, donde creen que endureciendo el discurso contra Sánchez le restarán votos a la extrema derecha y podrían gobernar sin pacto. Piensan derrotar a Vox asumiendo todo su programa. El viejo «camino a Samarra» que ya practicaron otras derechas europeas en los años 30 del siglo pasado y del que ahora huyen.
La dirección actual del PP está avisada de que aliarse con la extrema derecha será muy mal visto en la Unión Europea a todos los efectos. La Democracia Cristiana alemana es la primera en sostener un cordón sanitario respecto a Alternativa para Alemania, incluso después de que esta última recientemente obtuviera buenos resultados en lander del este como Sajonia y Turingia. En el PP (¡como son tan liberales!) optan por la estrategia contraria a la alemana, lo que solo puede conducir a un fortalecimiento de la extrema derecha en nuestro país. Durante toda la semana de convención, ningún interviniente mencionó a Vox, pero todos sabían que era el elefante en la habitación que nadie quería ver y en el que todos pensaban.
En cuanto al programa, poca cosa en la convención. Nadie habló de los temas candentes durante el último mes: vacunación, recuperación económica, descenso del paro, fondos europeos, recorte a las eléctricas, etc. Para el PP solo existen las malas noticias. Durante la clausura Casado vociferó una vez más contra Sánchez como, pase lo que pase, hace todas las semanas en el Congreso. Prometió derogar todo lo reclamado por Esperanza Aguirre y más. Y si pueden lo harán siguiendo el ejemplo del estado de Texas, que acaba de legislar contra el aborto retrocediendo de un golpe cuarenta años en esta materia. Un precedente de los vientos que corren y pueden llegar.
Lo cierto es que si Casado se prometía una apoteósica semana de gloria, el sábado Ayuso llegó triunfal a la convención tras su gira norteamericana alrededor de sí misma y pagada con dineros públicos que para eso es una gran liberal. Eclipsó a la dirección nacional mientras los más hooligans la jaleaban al grito de presidenta. Adornada con delirios imperiales le perdonó la vida a Pablo Casado y le prometió lealtad eterna que, como ya sabemos, dura hasta la próxima semana. Para rematar la faena, el director del principal periódico de la derecha pronosticaba el domingo en su editorial que Casado ya solo disponía «de una última bala…antes de convertirse en un bonito cadáver político». Con esos amigos no necesita enemigos.
Para finalizar la convención, el domingo, en la plaza de toros de Valencia, todos escenificaron una gran unidad y se conjuraron para llevar a cabo una oposición a Sánchez más dura, con más crispación, con más insultos, con menos sentido de estado y sin concesión alguna al mandato constitucional para renovar órganos claves para el funcionamiento de la democracia. Exactamente igual que hasta ahora.
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