Estos días, a raíz del vergonzoso asesinato en público del ciudadano negro George Floyd cometido por un agente de policía en Mineápolis, ha circulado por las redes una portada de la revista 'Times' que ha resultado ser falsa: en ella, la silueta del presidente Trump ... conforma el bigote de un Hitler más grande. Justo debajo, un titular: «Racism. The greatest virus». La imagen, que pertenece al caricaturista belga Luc Descheemaeker y que fue creada en el año 2016 -cuando la controversia del muro con el que Trump quería separar Estados Unidos de México aún era noticia-, cobra un sentido mucho más retorcido a la luz de esta interpretación, que tácitamente culpa al magnate, de manera particular, de algo que, por desgracia, es institucional.

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Es evidente que Trump sigue mostrando comportamientos racistas, pero responsabilizarle sólo a él de la violencia sistemática, brutal y prolongada en el tiempo de la policía estadounidense contra la comunidad afroamericana es no comprender un problema que va mucho más allá de un cambio de color en la Casa Blanca, y cuyo impacto social supera con creces sus posibles implicaciones políticas. No olvidemos que Obama tuvo que presenciar los disturbios de Baltimore de 2015, que se produjeron después de que el joven Freddie Gray fuese víctima de una paliza mortal dentro de un furgón policial y que terminaron con toda la población de la ciudad sometida a un toque de queda nocturno, desde el Despacho Oval. Lo fácil es situar en el centro de la diana un rostro poderoso e ignorar una realidad más grave y compleja, pero Trump no es la causa, sino una consecuencia más. Ojalá que, mientras Mineápolis siga en llamas, las cenizas no nos impidan ver el incendio

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