Tras su derrota en las urnas, Trump ha intentado continuar en la presidencia de EE.UU. mediante un pucherazo y finalmente mediante un golpe de estado. La democracia americana ha resistido durante cuatro años y, especialmente durante el último mes, el asalto a las ... instituciones y a la separación de poderes orquestado desde la presidencia del país. En último término la legalidad se impuso: los jueces (algunos nombrados por el propio Trump) rechazaron las demandas injustificadas contra el cómputo de votos en los estados claves; los estados certificaron los votos emitidos en cada uno de ellos; el Secretario de Estado de Georgia (republicano) se negó a inventarse 11.000 votos y respondió a Trump algo tan simple y efectivo como «la verdad importa». Finalmente, Pence, el Vicepresidente de Trump (que durante cuatro años le siguió ciegamente), presidió la reunión que ratificó la victoria de Biden, exactamente lo que quería impedir la masa de asaltantes enviada personalmente por Trump. En el futuro seguiremos recordando el espectáculo bochornoso del asalto al Congreso con cinco muertos y decenas de heridos. Entre tanto sobrecoge pensar en qué manos ha estado la todavía primera potencia mundial y en consecuencia todo el mundo.
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Cuando el próximo día 20 Joseph Biden tome posesión podemos brindar por habernos librado de un gañán sin escrúpulos situado en la presidencia de USA a pesar de estar moralmente tarado. Y sobre todo porque no haya hecho aún más daño durante los últimos cuatro años. Finaliza el trumpismo. Aunque la extrema derecha siga existiendo en los Estados Unidos será sin el aliento y el poder de la presidencia.
Si la democracia americana, la más antigua del mundo (con todos sus defectos), ha corrido este peligro se impone la certeza de que otras más jóvenes como la nuestra serían más vulnerables a las aventuras populistas. El (mal) ejemplo de Trump está siendo imitado en Brasil, Turquía, Polonia y Hungría desde los propios gobiernos para debilitar y pervertir sus democracias. Durante los últimos años, el asesor de campaña de Trump, Steve Bannon, se instaló en Italia para reforzar y coordinar a los gobiernos polaco y húngaro con Salvini, Le Pen, Vox, los brexiters de Farage y otros partidos similares de extrema derecha con intención de romper la Unión Europea. Hasta celebraron una reunión de confraternización en Washington. Su propósito era que el fenómeno trampista se repita entre nosotros al menor descuido de los demócratas. Ciertamente, Steve Bannon ya está procesado en Nueva York por apropiación indebida de los dineros de su propia organización recibidos para construir el muro de México. Salvini está procesado en Italia por secuestro de un barco lleno de refugiados. No va a ser fácil que regresen ninguno de los dos pero es una evidencia que la extrema derecha está fuerte en diversos países europeos. En España resulta decisiva para mantener los gobiernos regionales de Andalucía y Madrid. La siguiente cita importante son las presidenciales francesas del año 2022.
La única garantía que tenemos para mantener sólida la democracia entre nosotros es la fortaleza de las instituciones que la vertebran. Y para ello es imprescindible poner fin a la polarización y a la crispación como tácticas para ganar votos. No se fortalecen las instituciones cuando se niega legitimidad al gobierno salido de unas elecciones y de una mayoría parlamentaria absolutamente constitucional. No se fortalecen las instituciones cuando los debates parlamentarios son sustituidos por una colección de insultos y descalificaciones del gobierno sin justificación alguna. No se fortalecen las instituciones cuando se criminaliza al gobierno por haber tomado durante la pandemia las mismas medidas que el resto de los países europeos. No se fortalecen las instituciones cuando se supedita la renovación del Consejo del Poder Judicial a los intereses de un partido. Y como esos se podrían poner muchos más ejemplos diarios. Pero sobre todo debe cesar el clima de enfrentamiento civil que actualmente se excita desde algunos medios de comunicación cuyo principal contenido es la siembra de odio y rencor entre españoles. El nivel de sectarismo alcanzado contra el actual gobierno y durante la pandemia es algo desconocido en los cuarenta y dos años de democracia y en el resto de la Unión Europea. Y como se demostró durante la primavera pasada, ese sectarismo ha estado engordando turbas de extrema derecha. Alexander Stille, director del curso de periodismo en la Universidad de Columbia, ha escrito «El asedio al capitolio –como todo el fenómeno Trump- habría sido imposible sin 35 años de sectarismo en unos medios de extrema derecha llenos de teorías de la conspiración y acusaciones temerarias…las redes sociales no han hecho más que empeorar esto». Aquí tenemos algunos medios de comunicación imitando lo que denuncia el profesor norteamericano, aunque siempre se le echa la culpa exclusivamente a las redes sociales convertidas en un comodín para cualquier coartada.
De momento las instituciones han funcionado salvando el orden democrático en Estados Unidos que, a partir del día 20 contará con un presidente y una administración dedicados a lo contrario que Trump. Biden y Harris tendrán que unir a un país roto artificialmente y resolver los problemas de sus ciudadanos comenzando por combatir la pandemia que ya les ha causado 350.000 muertos. Mientras tanto Trump deberá enfrentarse a las muchas causas que le esperan en los tribunales, tendrá que explicar, sin la inmunidad de la presidencia, su relación de dependencia con Putin y afrontará una más que probable ruina económica. El Partido Republicano necesita emprender un proceso de autodepuración de cualquier rastro de trumpismo o «de fascismo», como dice el Premio Nobel Paul Krugman, quién añade «no podemos mirar a otro lado con los delitos. El apaciguamiento es lo que nos ha traído hasta aquí».
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En la Unión Europea, afortunadamente, los gobiernos Polonia y Hungría han visto como finalizaba la tolerancia con su deriva antidemocrática. Desde el 9 de diciembre saben que no tendrán acceso a los fondos europeos si no respetan el estado de derecho. Y parece que esta vez han entendido las reglas, las que habían despreciado mientras solo se empleaba con ellos las buenas palabras y las recomendaciones.
En todo caso, la defensa de la democracia pasa por no darla nunca por consolidada e irreversible.
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