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Entrada de un tren Alvia a una estación.
Trenes llenos, asientos vacíos

Trenes llenos, asientos vacíos

ABRIENDO EL COMPÁS ·

«Este ansia por reservar billetes responde únicamente a un interés egoísta, y aunque solo hablamos de unos pocos, son suficientes para enviar todo al garete»

Miércoles, 5 de octubre 2022, 18:24

Mi hijo Dimas descubrió el otro día en casa de mis padres un tocadiscos en la que era mi habitación de soltero. Lleva allí prácticamente toda la vida, apoyado en la pared, al lado de la maqueta del Ibertren. Es un Cosmos de madera precioso, ... que se desmonta y que aun hoy suena perfectamente.

Según me cuenta mi padre, ese tocadiscos es una auténtica joya, un pequeño lujo de aquellos tiempos, de finales de los años sesenta. Lo compraron a medias entre mi tío Maxi y él. Pero con el tiempo, mi padre que siempre fue el hermano más ahorrador, compró el otro cincuenta por ciento a mi tío Maxi, el hermano disfrutón.

La adquisición del tocadiscos o picú, como alguno lo llama venía con una cartera de discos muy interesantes, además de los que llegaban con la Mirinda y el coñac Fundador (ya les he comentado que mis abuelos regentaban un bar).

El primer disco que compró la sociedad hermanos Cañón fue uno de Miguel Ríos, un vinilo de 45 revoluciones por minuto, en el que por la cara principal aparece 'El Río' y en la cara B, el famoso tema 'Vuelvo a Granada', que yo tomé como himno en mi etapa granadina cada vez que viaja en ferrocarril.

Lo cierto es que la canción, compuesta en 1968, decía aquello de que: «El tren va muy despacio, hay mucho tiempo para llegar. La gente duerme en el vagón, mientras por las ventanas muy débilmente se cuela el sol».

El asunto no difiere mucho de la situación actual y no solo del tren que llega a la capital nazarí, sino en general en cualquier ferrocarril de los que cruzan nuestro país.

Yo soy usuario habitual del tren y me gustan tanto que no me basta eso de tener que coger el Ave y el Alvia tres días a la semana, sino que los fines de semana, si quedamos con amigos para ir a comer a algún pueblo intento que sea alguno a los que aún llega el tren de FEVE, y digo aún, porque nunca nadie fue tan injustamente tratado, como el tren de la vida como alguno lo denominó.

Y es que a nuestros políticos no les interesa lo más mínimo y deben pensar que con eso de dejar que los problemas cojan moho con el tiempo, el asunto acabará por evaporarse. Total, son los de la montaña…

El boom de los abonos ferroviarios ha llegado como agua de mayo después de una importante lucha de quienes han visto en el tren la última oportunidad para no tener que mover su vida y para eso de «fijar población», palabras vacías con las que se les llena la boca a muchos politólogos.

Pero como todo en la vida, ahí están los listos-pillatigres y en este caso concreto además de eso, egoístas.

Quien tiene abono se dedica a reservar varios billetes, dejando abierta la posibilidad de elegir el mejor horario el día que toca viajar, ya que como la reserva no cuesta, el personal se pone ciego a reservar y una vez tomado el tren nadie anula los otros billetes, asientos vacíos y mucha gente sin posibilidad de viajar.

Este ansia por reservar billetes responde únicamente a un interés egoísta, y aunque solo hablamos de unos pocos, son suficientes para enviar todo al garete.

Los bonos se crearon básicamente para que una persona no tenga que trasladar su vida por motivos laborales a otra localidad teniendo la posibilidad de vivir en lugar que le dé la gana. Son muchos los que están peleando por esta medida, siempre por el bien común y no para que unos ansiosos se atraganten con tanto billete.

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