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Imagen de la sede del Partido Popular de León.
Mea culpa

Mea culpa

Después de tantos años afiliada, me he convencido de que los principios y valores no son algo cortoplacista

Lunes, 24 de abril 2023

Durante los últimos días me he tenido que recordar un montón de veces por qué estoy afiliada a mi partido y si los motivos que, en el ya lejano año 1987, me impulsaron a ello, siguen teniendo el peso suficiente como para mantener esta condición… Vamos pues a los motivos.

Me llamo Teresa Mata Sierra y es sabida mi condición alcalaína o complutense que esgrimo con el orgullo propio de quien no reniega de su sitio y de sus raíces, raíces que me vinculan a la ciudad de mis antepasados en la que sigo manteniendo, afortunadamente, mucha familia y amigos. Cosa diferente es que también me sienta leonesa de corazón y que procure hacer gala, siempre que puedo, del cariño inmenso que siento por esta tierra que he hecho propia.

Yendo a esas raíces, entre ellas se encuentra, precisamente, uno de los motivos principales que me llevaron, hace décadas, a afiliarme al Partido Popular, cuestión que hoy motiva estas reflexiones. Mata es el apellido de mi padre y de mi abuelo paterno, Julio Mata Martín quien, por desgracia para mi familia y como les pasó a muchas otras de uno y otro bando, no sobrevivió a la guerra civil contándose, como tantos, entre los fusilados de Paracuellos. A mi abuelo, que había nacido en 1896, se lo llevaron unos milicianos de su casa en Alcalá el 15 de octubre de 1936, ingresando en la cárcel de San Antón acusado de un único delito precisamente: estar afiliado a Acción Popular (AP), partido de Gil Robles que acabó integrándose en la CEDA. Mi abuelo solo era afiliado, nunca fue cargo, pero esta condición, junto con su profesión de empresario, le acabó costando la vida.

De ese penal, salió madrugada del 28 de noviembre- en teoría con destino a la cárcel de Alcalá y orden de liberación, tal y como figura en la causa general 1526 Exp-3 disponible en el Archivo Histórico Nacional en la que mi abuelo figura como evacuado en una lista a la que acompaña esta frase literal: «Sírvase poner en libertad a los presos que se relacionan en la hoja adjunta y hoja segunda» firmada por el Delegado de orden público, y añadiendo a máquina de escribir al margen, con cierto recochineo, «El sr. Jefe de servicios permitirá la salida en libertad de los individuos a que se refiere esta relación«. Lo de «individuos» estará, conmigo en que no presagiaba nada bueno…

De la lectura de la causa, ejercicio que por respeto a él me obligué a hacer en su momento, se desprende que seguramente como todos los que salieron en aquella saca, conocía su destino; eso sí, mi abuela Antonia, una de las mujeres a quienes más he querido y admirado en mi vida, siempre nos contó que cuando le subían en el camión iba muy contento porque volvía a Alcalá y así podía estar más cerca de ella y de los chicos (sus cinco hijos de los que el mayor era mi padre). A eso yo le llamo inteligencia emocional con la que consiguió erradicar cualquier sensación de odio, cualquier herida abierta en los suyos entre los que me cuento

Nunca se lo agradeceré bastante. Porque creo que cada uno es fruto de lo que le inculcan desde niño y, afortunadamente, en mi familia paterna, gracias a mi abuela, siempre se supo conjugar el verbo perdonar y seguir adelante… muchos deberían aprender algo de la calidad humana que demostró con aquella visión edulcorada de la realidad esta mujer excepcional.

Mi padre, Juan Antonio Mata Zofío, jamás se afilió a ningún partido político, aunque admiraba profundamente a Manuel Fraga, como tuve ocasión de trasladarle al propio D. Manuel en alguna oportunidad.

Y les cuento esta intimidad familiar porque este es uno de los hechos que está en la raíz de la decisión que motivó que a finales de los años ochenta, cuando estaba cursando la carrera de derecho me afiliara a lo que todavía era Alianza Popular (AP) -curiosa coincidencia de siglas- que después se convirtió en el actual Partido Popular. Y lo hice convencida, entonces y ahora, de que mi abuelo y mi padre se sentirían orgullos de mi pertenencia a un partido que se identifica con los principios y valores de los que, gracias a ambos, participo; todo ello, además, sin olvidar el paradigma de la vocación de servicio a los ciudadanos en la que creo firmemente, y que a lo largo de mi vida he procurado defender en el ejercicio de lo público desde el optimismo, la ilusión y el esfuerzo que exige intentar garantizar, en lo que de mi dependa, un mundo mejor para las generaciones futuras.

Después de tantos años afiliada, me he convencido de que los principios y valores no son algo cortoplacista. Los principios y valores, si son de verdad, se entrelazan con la dignidad individual y con nuestras expectativas personales, llevándonos a defender con convicción lo que creemos. Y ello pese a lo que pasa en cada momento y pese a que, a lo largo de mi larga vida de afiliada, haya vivido situaciones que no comparto y que, por lo general, han tenido como protagonistas a arribistas sin escrúpulos, a oportunistas y a verdaderos inútiles a los que poco importan esos principios y valores.

Por desgracia todos sabemos bien que estos personajes, de los que he procurado siempre desmarcarme, se camuflan en la vida pública a través de los partidos políticos- el mío, y el resto que les valen todos y cualquiera- buscando su interés particular y otras mandangas; y lo peor no es eso sino que, con esta actitud, devalúan el quehacer de tanta gente- buena gente- que entiende que la política es desvivirse por servir a los demás, ejercitándola con olvido del propio interés, desde la integridad moral, la sinceridad y la rectitud que son las bases de lo que debe ser la fortaleza política al servicio de todos. Nunca he comprendido qué lleva los partidos políticos a permitir que pasen ciertas cosas que no redundan en la buena imagen que debemos dar no solamente a los afiliados y simpatizantes, sino a toda la ciudadanía en general. Luego nos quejamos del desapego social hacia la política….

A título particular, como el Guadiana, salvo este escollo quitándome de en medio en lo posible lo que, por cierto, no me resulta difícil porque yo no vivo de esto, haciendo lo que los antiguos romanos llamaban «cuarteles de invierno»: pero ello no impide que, dado mi vínculo conocido con mi formación política, me sienta en parte responsable de lo que hacemos, de lo que proyectamos a la sociedad, y del desalentador espectáculo de los últimos días que, desde luego no ha sido como para sentirse orgullosos.

Por eso, y por respeto a quienes me conocen y a quienes representamos, debo posicionarme de forma clara contra lo que no me gusta, acompasando mis actuaciones a lo que pienso honestamente, eso sí desde mi condición de afiliada a la que, mea culpa, por todo lo que les he contado ni puedo ni debo renunciar.

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