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Gusanos aparecidos en la sopa de la cafetería del personal del hospital de León.
Sopa de Ganso

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AL PIE DEL COMPÁS ·

«La historia se repite una vez más, pero ahora, en lugar de en los colegios, los gusanos han caído en la sopa de los facultativos»

Miércoles, 16 de noviembre 2022, 11:23

En mi etapa escolar, hace ya unos cuantos años, a diferencia de estos tiempos en los que prácticamente todos los niños son usuarios de los comedores escolares, pocos eran los compañeros que se quedaban a comer en el colegio. No importaba que la jornada fuera ... partida y que tuviéramos que hacer cuatro viajes en el autobús (cada vez que lo pienso, menuda locura de kilómetros), que rodaban por todo el viejo reino. Los chicos de mi clase (excluyendo a los internos) que se quedaban en el comedor se podían contar con los dedos de una mano.

En los años ochenta ningún lumbreras vio claro el negocio de las extraescolares, y como decía hace unos años mi querido Jaime Morán: «Después de comer, te obligan a jugar más de una hora, aunque no quieras». Aquello, lo de comer fuera, me llamaba mucho la atención, ya que uno estaba acostumbrado a que su madre le esperase en la parada del bus con la mesa puesta, lista para comer y volver de nuevo a la ruta. Siempre les preguntaba y he de reconocer que me decían que se comía bastante bien.

Mi primo Miguel me contaba que tenía un truco si la comida de ese día no le encajaba: la cosa consistía en comer primero lo que no te gustaba y dejar para el final la degustación, lo más agradable al paladar.

Hablamos de esos tiempos en los que a los colegios no había llegado la moda de las llamadas empresas de cáterin. Había cocineros que compraban, elaboraban y servían… Justo al contrario de lo que ocurre con ciertos restaurantes con mentira que nos venden aquello de cocina trabajada y casera cuando lo cierto es que lo único que tienen son grandes hornos para darle el famoso último calentón. Pero si es que hasta muchas tapas ya vienen precocinadas.

Cuando empecé a trabajar en Granada, uno de los problemas a los que a diario me enfrentaba era lo de hacer la comida. El desayuno y el almuerzo se salvaban fácilmente, con leche con galletas y un par de vinos con tapa, pero el asunto se complicaba cuando llegaban las cenas. Con apenas veinticuatro años las prioridades son otras, y el sueldo estaba perfectamente destinado al ocio de la ciudad nazarí. Por tanto, uno de los recursos que utilizaba a diario, cuando el frío comenzaba a apretar, era aquello de la sopa de sobre. Evidentemente los puristas del cocido se llevarán las manos a la cabeza, pero qué quieren que les diga, a mí me hacía el servicio.

Ni sabía hacer un caldo, ni mucho menos hubiera sido capaz de comprar todos los ingredientes para elaborarlo, y ya les digo yo que de aquella no estaba el tiempo como para malgastarlo mientras se hacía una sopa tradicional. Luego llegaron los cartones con el consomé ya preparado, donde simplemente había que echar los fideos al gusto, y lo cierto es que aquello nos facilitó a muchos la vida, más aún cuando las aplicaciones de móvil al pasar el código de barras, te ponía aquello de: «buen procesado».

Mucho está dando que hablar el famoso cáterin de la cafetería del Hospital de León, en el que sorprendentemente aparecieron unos gusanos en la sopa que se sirvió en el plato de los médicos.

Nada nuevo bajo el sol, la historia se repite una vez más, pero ahora, en lugar de en los colegios, los gusanos han caído en la sopa de los facultativos.

Algo «absolutamente repulsivo» según nuestro consejero de Sanidad, que a su vez tranquilizó al personal diciendo que los gorgojos no suponen riesgo para la salud. Vamos, que te da un asco que mueres, que es la gran cerdada pero que no te vas a intoxicar, y precisamente por eso, como nadie se pondrá enfermo, una vez más no pasará nada, hasta la próxima.

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