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Paco Rabal, interpretando al genial Juncal en una de sus magníficas escenas, le cuenta a una señora con la que está cenando que «todo gira en el mundo alrededor de los toros, los músicos existen para inventar pasodobles, los poetas para cantar a los toreros, ... los médicos para curar a los diestros, y los arquitectos para diseñar monumentales plazas de toros».
Nunca he sido un hombre especialmente mitómano, salvo algunas excepciones, como las verdades afiladas de Andrés Calamaro, el José Tomás de los primeros años, y un señor que se llama Julio Vera, seguro que muchos de ustedes me entenderán. Así que hace tres días, el pasado miércoles, para muchos de nosotros comenzó la cuenta atrás. Escuché en el Ipad una marcha clásica de cornetas y tambores que el bueno de Luis Jaramillo me envió por whatsapp a primera hora, y me acordé de aquella escena de Juncal que perfectamente se podía trasladar a ese que Fernando Argüelles llamó como el tiempo feliz y entrañable de la Semana de Santa.
Porque los músicos existen para tocar marchas, para que los nazarenos anden muy despacio y para que los palios se puedan mecer mientras cae la noche. Los poetas, para llamar y para pregonar la Semana de Pasión, los imagineros para tallar las imágenes, los ingenieros para diseñar las parrillas o andas, los bordadores para bordar los mantos y guiones…, y por supuesto, los médicos para curar a los braceros.
Después de dos años sin salir a la calle las puertas se volverán a abrir y la ilusión volverá a apropiarse de todo lo racional para dar paso a los días más maravillosos del año. Soy de los que piensan que la Semana Santa es un portaviones que muchas veces va por inercia y que arrasa con todo lo que tiene por delante, donde por supuesto, nadie es imprescindible. Sea la Semana que sea y en la localidad que sea, adolece de los mismos problemas y de los mismos vicios y egos. Y es normal, porque es un colectivo muy grande y tiene que haber de todo. En nuestra comunidad tenemos Semana Santa muy variadas y muy distintas, pero al final, todas están cubiertas bajo el paraguas de la universalidad.
Y esa universalidad también provoca que todos los problemas sean comunes. Después de dos años, las cofradías se enfrentan seguramente al mayor reto de los últimos tiempos, que no es otro que el peligro del llamado descolgamiento. La Semana Santa como la concebimos ahora, con largos desfiles y enormes pasos, necesita mucha gente en la calle, y para conseguir ese resultado, la Pasión se tiene que trabajar durante todo el año. Las cofradías deben de ser un espejo de la sociedad actual, abiertas, atractivas y activas para los más jóvenes y necesariamente, tradicionales, pero siempre teniendo claro que estamos en el 2022.
En mi casa siempre hemos vivido intensamente la semana de Pasión, somos de los que preferimos sacrificar una Nochebuena por un Domingo de Ramos y de los que no dormimos la noche de Jueves Santo escuchando por la radio las procesiones.
Da igual donde haya ido, siempre me ha arropado. En Granada, el día que llegué, me topé con el ensayo de un paso en el barrio en el que vivía. Dejé las maletas en casa y bajé a ver aquel ensayo. Nunca hubo mejor bienvenida. Trabajé en Salamanca y me rodeé de buenos cofrades que me enseñaron a vivir la Semana Santa salmantina. Y ahora todos los días que voy al centro de Valladolid, entro por la calle Jesús, a paso lento, raseando, y me imagino al Nazareno andando muy despacio por esta calle mientras pienso qué pieza le tocaríamos después de la Marcha Real. Al final, en León o en Valladolid, somos del Nazareno.
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