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El Premio Princesa de Asturias de los Deportes ha recaído este año en la nadadora Teresa Perales, quien a lo largo de su dilatada carrera profesional ha ganado 26 medallas paralímpicas, tan sólo dos menos que Michael Phelps en su categoría. Este más que merecido ... reconocimiento me hace pensar en dos cosas: por un lado, en el reciente anteproyecto de reforma del artículo 49 de la Constitución Española, que elimina un término despectivo del texto y, además, pretende dotar de mayor protección a las personas con discapacidad; y, por otro, en la eterna letanía de la olvidadiza pececilla Dory, cuyo discurso encerraba en seis simples palabras —«P. Sherman, calle Wallaby 42, Sidney»— las instrucciones precisas para alcanzar de nuevo su hogar.
Dory nos enseña que las retahílas verdaderamente importantes, ésas capaces de recordarnos de dónde venimos o a dónde queremos ir, también existen. El problema es que, en un contexto político demasiado invadido por símbolos desprovistos de sentido material, muchas de estas repeticiones sintácticas aparentemente útiles terminan por diluirse y transformarse en meros juegos lingüísticos. La reforma del artículo 49 es necesaria, pero sin una aplicación legislativa eficaz podría verse convertida en otra declaración de buenas intenciones sin un significado concreto. La interminable colección de éxitos de Teresa Perales, sin embargo, se acerca más a una de esas letanías sagradas que nos reconcilian con el sentido íntimo de las palabras que utilizamos para designar aquellas cosas que nos importan; y así, medalla a medalla y premio a premio, la mejor de nuestras nadadoras nos recuerda que para llegar a casa lo único que hay que hacer es seguir nadando.
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