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Hemos escuchado hasta la saciedad —por boca de un hermano que critica el último disco de Extremoduro, a través de una amiga que trata de evitar que vuelvas con el imbécil de tu ex o entre los labios de ese profesor que no quiere que ... te presentes en septiembre— la cantinela de que segundas partes nunca fueron buenas. Como en toda frase hecha, hay una parte de verdad oculta entre sus palabras, pero la realidad es un poco más compleja: las segundas partes, tanto en la ficción como en la vida, pueden ser un truño; pero algunas también son una estupenda excusa para reencontrarnos con alguien querido, una manera de volver la vista atrás, y también, por qué no, una forma excelente de reconectar con la persona que fuimos para explicarnos quiénes somos hoy. Todo depende —pericia de los implicados aparte— de nuestras expectativas.
'And just like that', la esperada secuela de 'Sexo en Nueva York', ha defraudado las expectativas de un puñado de seguidores que, por algún motivo, esperaban encontrarse —veintitrés años después de su estreno— a unas protas cincuentonas con cuerpos, rostros y experiencias de treintañeras: mirarse en un espejo conocido es doloroso a veces, pero el tiempo sólo perdona a quienes son capaces de perdonarlo a él. También ha decepcionado a los accionistas de la conocida empresa deportiva Peloton, cuyo valor en bolsa ha caído en picado tras una escena traumática relacionada con una clase de spinning. La compañía, para contrarrestar el naufragio, se ha visto abocada a rodar un anuncio con el actor involucrado. Quizás haya llegado el momento de poner en cuarentena las emociones que nos provocan las segundas partes, aunque sea para que las secuelas no nos dejen secuelas.
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