Lo más sorprendente del follón este del PP es que, bien mirado, los dos contrincantes han tenido éxito en sus pretensiones. Casado ha conseguido en dos minutos lo que llevaba años intentando la oposición madrileña: echarle a Ayuso encima la sombra de la corrupción. Por ... su parte, Isabel ha convertido a Casado en un pobre espectro que, como los elefantes africanos, anda ya buscando un sitio amable en el que morir, tal vez al ladito de Hernández Mancha.

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No me hubiera extrañado encontrarme el viernes por la noche a Sánchez y Abascal poniéndose ciegos a calimochos, cerrando las discotecas y cantando a gritos canciones de misa, que es lo que solíamos hacer nosotros cuando daban las siete de la mañana y algún examen nos había ido inesperadamente bien.

Una vez que Casado y Ayuso se han neutralizado mutuamente, la única salida del PP parece ser ponerse a tocar con gran denuedo las panderetas a ver si Feijóo se decide a mudarse a Madrid. Los portugueses llevan siglos esperando el regreso triunfal del rey don Sebastián, prodigioso gobernante cuyo rastro se perdió en África en 1578, y más o menos el mismo tiempo lleva Feijóo jugando a ser la gran esperanza blanca del PP mientras encadena confortables mayorías absolutas en aquella brumosa tierra de meigas y bosques animados.

Yo de Feijóo no me movía de Santiago ni harto de albariño. Qué necesidad tendrá este hombre de meterse en un avispero cuando ha alcanzado el estatus de leyenda y sus palabras son escuchadas con el fervor de los oráculos. Mucho mejor seguir siendo un don Sebastián eternamente añorado que convertirse en un decepcionante tipo de carne y hueso que a veces acierta y a veces se equivoca.

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