Los Reyes Magos, astrólogos en ruta
«El relato que conocemos sobre los Reyes Magos procede de la tradición y de los evangelios apócrifos, que trataron ampliamente el tema...»
CARLOS JAVIER TARANILLA
León
Martes, 11 de enero 2022, 19:02
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CARLOS JAVIER TARANILLA
León
Martes, 11 de enero 2022, 19:02
La iglesia celebra la festividad de la Adoración los Reyes Magos el 6 de enero para que en el calendario litúrgico el domingo siguiente esté consagrado al Bautismo de Jesús, ya que ambas constituyen dos de las teofanías o manifestaciones de la divinidad de Dios ... ante los hombres.
No obstante, la celebración de la Epifanía en esa fecha no deja de constituir un anacronismo, puesto que tiene lugar después de la Huida de la Sagrada familia a Egipto (Mateo, 2, 14) y de la Degollación de los Inocentes (Mt 2, 16-18), que tuvo lugar el 28 de diciembre. Por tanto, en el portal de Belén, el día 6 de enero, si quedaba alguien sería el buey, porque la mula también estaba «in itinere».
Pero tradiciones aparte, que en el fondo las fechas de las celebraciones navideñas no son otra cosa, pues los primeros cristianos las ubicaban al comienzo de la primavera, vamos a aprovechar que acaba de pasar la efemérides para hablar un poco de sus protagonistas (con permiso del Niño), es decir, de los Magos de Oriente.
Los Reyes Magos aparecen en tres episodios del ciclo de la Natividad de Jesucristo, según narra el Evangelio de san Mateo: la entrevista con Herodes, la Adoración al Niño o Epifanía y el Sueño de los Magos (Mt 2:1-2, 7-8, 11-12).
San Mateo no dice ni cuántos eran ni los nombres de cada uno; ni siquiera que se tratara de reyes. Es a partir del siglo III cuando se empieza a darles ese título. En el siglo IV, Orígenes y Tertuliano comienzan a hablar de magos, término procedente del latín 'magi' que, a su vez, deriva del griego 'magós', y este del persa 'magu-u-sha', proveniente del elamita 'maku-ishti', una lengua muerta de los siglos IV-VI a.C.
Al parecer, con tal término se nombraba a una casta sacerdotal que ejercía las artes adivinatorias a través de la observación de los astros. Se trataría, pues, de astrólogos en ruta tras de una estrella, la estrella de Belén, de la que hablamos en el anterior artículo.
Como dejaron tres regalos: «oro, incienso y mirra «(Mt 2:11), oro por ser rey (1 Re 10,2); incienso por ser Dios (Lev 2, 1-2); y mirra por ser hombre (Lc 23, 56), se supuso que también ellos eran tres; y, como los salmos bíblicos dicen que los reyes de la Tierra se postrarán ante el Mesías, también se supuso que además de magos eran reyes: «Los reyes de Tarsis y de las islas le ofrecerán sus dones, y los soberanos de Seba y de Saba le pagarán tributo» (Sal 72, 10). «Se postrarán ante Él todos los reyes y le servirán todas las naciones» (Sal 72:11).
El relato que conocemos sobre los Reyes Magos procede de la tradición y de los evangelios apócrifos, que trataron ampliamente el tema, en concreto, el Pseudo Mateo (XVI, 1,2), el Protoevangelio de Santiago (XXI, 1-3), el Liber Infantia Salvatoris (89-96), el Evangelio Árabe de la Infancia y el Evangelio Armenio de la Infancia (X, 10-32); este incluso les puso nombre y citó su parentesco: «… eran tres hermanos: Melkón, que reinaba sobre los persas; Baltasar, que reinaba sobre los indios, y Gaspar, que tenía en posesión el país de los árabes».
En el Pseudo Mateo (16,1) se dice que la Adoración de los Magos tuvo lugar transcurridos dos años desde el nacimiento del Niño, lo cual explica por qué en la mayoría de las representaciones Jesús aparece ya crecidito, sonriente y sentado sobre las rodillas de su madre en lugar de envuelto en pañales y adormilado como un recién nacido.
En el arte Románico, por ejemplo, los frescos de Santa María de Taüll, Lérida (siglo XII), a los Reyes Magos se les suele representar personificando las tres edades de la vida (Melchor, la vejez; Gaspar, la madurez; y Baltasar, la juventud); y los tres de raza blanca.
También era muy común que mientras los otros esperan su turno, el de mayor edad aparezca en «proskinesis» o genuflexión extrema, un acto que muestra la sumisión y adoración del poder terrenal (nobleza, reyes) al espiritual. Así se observa en el tímpano de la portada de San Juan en la Pulchra Leonina (siglo XIII); si bien en este caso, uno de los Magos aparece conversando con Herodes; y es que el artista, por falta de espacio, se vio obligado a realizar una sinopsis, repartiendo a los tres reyes en dos episodios diferentes.
Esta iconografía, que atiende solo a la raza blanca, pervive hasta el siglo XVI, cuando el conocimiento de nuevos lugares geográficos introdujo otras razas entre los Magos, como la negra, porque Cristo nació para salvar a todo l género humano.
El descubrimiento del Nuevo Mundo, el cuarto continente, supuso un conflicto en el cristianismo en cuanto al número de los magos, porque si Jesús fue adorado por soberanos que representaban a todas las partes del Globo, y hasta entonces se habían representado únicamente tres, puesto que solo se conocían tres continentes (Europa, Asia y África), con el descubrimiento de América se planteó el problema de si no serían cuatro los Magos. Pero terminó predominando la tradición de representar un trío.
La primera vez que aparecen transcritos sus nombres, tal y como nosotros los conocemos, es en un mosaico del siglo VI ubicado en la nave de la Epístola de la iglesia de San Apolinar Nuevo de Rávena (Italia); sobre las cabezas de los tres personajes, por este orden de atrás hacia adelante, reza: Balthassar, Melchior, Gaspar. Los tres van en hilera portando sus presentes, tocados todos con el gorro frigio, barbados el primero y el último e imberbe el del centro. La única diferencia en su aspecto físico, se halla, en el color de las barbas y el cabello, que son blancos en el primer personaje. Fue en el pontificado de san León I el Magno (440-461) cuando se establecieron sus nombres de manera oficial en el cristianismo occidental.
En la tradición griega se les conoce como Appellicon, Amerín y Damascón. Para los hebreos, se trata de Magalath, Galgalath y Serakín. En Siria se conocían como Larvandad, Hormisdas y Gushnasaph.
El dominico italiano del siglo XIII, Jacopo della Voragine, en su archifamosa «Leyenda Dorada», explica el significado del término «mago» y aporta los motivos que les llevaron a emprender su viaje. Indica detalles como que llegan a Jerusalén en veloces dromedarios preguntando por el Rey de los Judíos. Posteriormente, sigue el relato del evangelio de san Mateo y finaliza señalando que su muerte se produjo en Milán, donde en principio se les dio sepultura, siendo luego sus féretros trasladados a Constantinopla y, en 1164, definitivamente a Colonia, en cuya catedral, en el llamado Relicario de los Tres Magos, reposan en la actualidad, por lo que constituyen desde entonces un famoso lugar de peregrinación para el cristianismo. Fue Federico I Barbarroja, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, quien hizo entrega de los restos al arzobispo de Colonia, Reinaldo de Dassel.
Por último, en el siglo XIV, el carmelita Juan de Hildesheim, que fue maestro de La Sorbona, compiló en los treinta y cuatro capítulos de su «Libro de los Reyes Magos» todos los datos que se conocían sobre los Magos, estipulando definitivamente el número de ellos, y así han llegado hasta nosotros, formando el trío más esperado de todo el año.
(Texto extractado del libro «Grandes enigmas y misterios de la Historia», 2ª ed, 2017. Editorial Almuzara)
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