No quiero, estimados lectores, que parezca este artículo de opinión de hoy un lamento personal en época en que corrijo exámenes del primer semestre. Voy a reconocerles que ha descendido en varios escalones mi esperanza de que las nuevas generaciones sean de verdad las más ... formadas de nuestra historia, pero eso es otra historia. Podrán ser las más especializadas en saberes concretos, y haber adquirido cualificaciones técnicas que les habiliten para trabajos cada vez más encerrados en sí mismos. No me parece que lleguen a ser las que tienen mayor formación integral, mayor cultura global, ni mayor capacidad crítica para interrelacionar unas disciplinas con otras. Ello por no hablar de la habilidad para pasar por un tamiz crítico lo que sucede en la sociedad española o lo que nos quieren colar los políticos.
Me dirán ustedes que de semejante incapacidad he vivido yo políticamente casi dos décadas. Puede que no les falte a ustedes mucha razón. Pero como decía un vecino mío hace años, la cosa está fatal y apeorando. Me permitirán que me circunscriba a aquello que me es más cercano, que es la historia, y más concretamente la historia del pensamiento político. Soy de los que defiende que hay un espacio en la historia reciente para la memoria. Ahora bien, ya me contarán ustedes que memoria histórica nos queda de Recesvinto y el Conde Duque de Olivares. No todo en la historia puede ser la memoria de los acontecimientos pasados, no todo es contemporaneidad. Aunque últimamente sea todo presentismo, es decir, juzgar con nuestros conceptos, categorías morales, valores constitucionales y costumbres -que además cambian a velocidad de vértigo- todo lo que ha sucedido en el pasado, de modo que a Tartessos le faltó una perspectiva de género por culpa del machista de Argantonio, a Octavio Augusto le faltó paridad al nombrar gobernadoras provinciales en la Lusitania y la Bética, a don Pelayo le faltó multiculturalidad para entenderse con los musulmanes que venían en son de paz al arrullo de Musa ibn Nusair, a Carlos V le faltó tolerancia para haberse entregado pasionalmente a Lutero, a Felipe V le faltó sensibilidad territorial con el prusés en los Decretos de Nueva Planta y a todos juntos le faltó una pizca de imaginación para haber aprobado la primera Constitución española en las Navas de Tolosa y no tener que esperar a la Edad Contemporánea. Pues bien, todas esas referencias que ustedes conocen con más o menos detalle serán arcanos indescifrables para las próximas generaciones de leoneses (y leonesas, que no se me olviden las leonesas y los leonesos, porque seguirán ignorando la Historia, pero serán expertos el lenguaje inclusivo marcadísimo de género). No van a tener que estudiar grandes cosas de Historia de España antes de la rabiosa contemporaneidad.
No es que en los tiempos recientes se haya profundizado mucho en épocas anteriores, a pesar de las previsiones normativas. Lo que viene a ser una enorme paradoja, porque si se supiera algo de Historia Medieval se sabría que, en realidad, la regulación sobre varias disciplinas para su aprendizaje en la educación secundaria y el bachillerato es un excelso ejemplo de las previsiones de las Cortes de Burgos o de Briviesca de 1387, que apuntan maneras políticas que perdurarán en España hasta la actualidad, el recurrente obedézcase, pero no se cumpla. Vamos, que lo de no tener mucho aprecio a la filosofía y la historia ya venía desde la época del gobierno anterior, pero éste se supera. Si solo nos queda la Historia Contemporánea, refugiada además en gran medida en la memoria, cómo explicar que haya en la actualidad planteamientos políticos y sociales que reivindican otra estructura administrativa para la comunidad sobre la base de un pasado común como el Reino de León. Desde luego no es un problema de plantear una historia de España frente a historias regionales o locales, sino de plantear una historia frente a la desmemoria del olvido intencionado, o negligente si se aprueba la reforma prevista de estas enseñanzas. No se debe multiplicar el caso absurdo de la Universidad, donde no se imparte Historia de las Ideas Políticas, pero sí Teoría Política actual, de tal forma que los estudiantes estudian los neomarxistas sin saber quién es Marx y cuáles han sido las aportaciones marxianas.
La historia contemporánea goza de una enorme vitalidad, con muchas investigaciones enriquecidas desde una perspectiva local, y está bien que así sea, pero si ese es el modelo, que lo sea también para otros períodos históricos. Se trata de conocer para no preterir deliberadamente parte de nuestra esencia como sociedad leonesa, porque estas modificaciones no son una cuestión general que veamos de lejos. Decía Ortega y Gasset que somos en la forma de haber sido, y quieren que no sepamos lo que hemos sido. También apuntaba nuestro premio Nobel Vicente Aleixandre que olvidar es morir, y se pretende que nuevas generaciones de estudiantes de bachillerato dejen cada día morir una porción de la Historia de España y de León que nos hace reconocibles como somos, a favor del sistema o contra él, pero sabiendo cuál es nuestra identidad.
Pronto, y a pesar de que sean artífices culturales destacadísimos del siglo XX, muchas generaciones de jóvenes leoneses no sabrán quiénes eran Ortega -y eso que fue diputado por esta provincia- ni Aleixandre. Como para preguntarles quiénes eran Bermudo el Mozo o Alfonso el Bravo, por muy reyes que fueran de su tierra.
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