Este lunes no sabe a principio de semana, sino a vermú con aceitunas, que es justo lo que te estás tomando a la hora en la que tendrías que estar entregándole el último informe de la mañana a Peláez. Peláez, siempre Peláez. El que controla ... el tiempo que estás en el aseo. El que te manda correos en cualquier momento y se mosquea si no le contestas inmediatamente. El que te mira con desaprobación por encima de la mascarilla cuando apareces con una camiseta de un grupo modernito, que a él lo sacas de Alejandro Sanz y le entran los siete males. Pues hoy, a Peláez le has birlado ocho horas de productividad. Te has burlado de él y del calendario gracias a un puente, que es la forma más rápida de cruzar de una semana a otra, de saltarse casillas para avanzar hacia el siguiente respiro.

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Pero, a pesar de que tomarte un vermú un lunes te ha hecho creerte un rentista de Cuenca, este ha sido un puente raro. Has tenido tres días libres y no sabes qué has hecho con ellos. Hubieras querido escaparte a algún sitio, cambiar de escenario para tener la ilusión de que cambiabas de vida, pero no lo has hecho porque sabes que la angustia no se queda en casa, sino que se va contigo, escondida en la maleta entre los calcetines de lana. Tampoco has llamado a la gente que tienes a tiro de móvil, ni has montado la estantería que compraste por internet. Esta vez no has cruzado un puente de cuatro carriles, sino una pasarela de madera medio carcomida, estrecha e inestable, que te ha llevado al punto de partida, al mismo punto de tristeza y confusión en el que estás desde hace meses. Y mañana le volverás a ver la cara a Peláez. Mientras, fuera, siguen peleando. Y quemando puentes, en lugar de tenderlos.

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