Vivimos en una época en la que la política no nos da demasiadas alegrías, y el que más o el que menos, si somos sinceros, tenemos la sensación de que se ha convertido en un negocio muy rentable, recurso de buscavidas y jetas que «matan» ... por un carguillo que, con un mínimo de suerte, les facilite un poder y un dinero de los que no son acreedores por sus capacidades o méritos, un «seguro de vida» con oportunidades mejores de las que nunca alcanzarían a través del esfuerzo.

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La normalización de la corrupción, el narcisismo, la falta de respeto al ordenamiento jurídico, el mal uso del poder o la capacidad actual de retorcerlo hasta que encaje en los esquemas propios del que lo ostenta a voluntad y capricho, han conducido a la decepción y a la desilusión ciudadana generalizada con una clase política cuyo quehacer, salvadas algunas dignas excepciones, como poco, aboca a no leer el periódico y a apagar la televisión o la radio para no escuchar las mentiras y memeces que se escuchan a diario.

Estamos más que de vuelta de imágenes manidas y artificiales de políticos que tamizan su falta de preparación y formación, y su consiguiente carencia de argumentos a través de la labor de sesudos asesores que les preparan discursos plagados de giros populistas, de marketing televisivo y poses culturetas.

Pero no siempre ha sido así, ni mucho menos, ni tampoco esta calamidad debe perpetuarse. Hubo otra época, no tan lejana, en la que la percepción social de la política era bien diferente y lo era porque la «cosa pública» estaba plagada de políticos de raza que anteponían el interés general al suyo propio y que creían de verdad en que, con su labor, eran capaces de mejorar la vida de todos. Sentían posible romper los esquemas previos de ruptura social para ofrecer diálogo, concordia- pero de la de verdad, no la interesada de Sánchez- convivencia y entendimiento.

Una época en la que esos políticos de raza se colocaban generosamente en la primera línea de trincheras para construir la sólida democracia de la que ahora disfrutamos, enfrentándose a realidades complejas, a decisiones valientes, y librando una lucha a diario para desbrozar un camino que no era nada fácil pero que, con voluntad y tesón, supieron allanar para que las generaciones posteriores viviéramos en un mundo mejor, repleto de oportunidades.

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Y encima, la mayoría de ellos se sentían y se sienten agradecidos por haber tenido la ocasión de servir a España y a sus gentes, desde el prisma de concebir la política como colofón a sus brillantes vidas profesionales y laborales y no como una profesión en sí misma. La política entendida como vocación, como la verdadera expresión del interés general en palabras mayúsculas. Lo que debe ser.

Cuántos nombres dignifican esa visión de la política. Déjenme que les menciones a algunos de los que conozco personalmente, y con los que por fortuna he tenido un contacto más estrecho que me ha permitido conocer ese sentimiento de gratitud profunda a haber tenido ocasión de ser útiles a la sociedad española: Rafael Calvo Ortega, Miguel Rodríguez Herrero de Miñón, Fernando Ledesma, Juan Antonio Ortega Díaz-Ambrona….y tantos otros.. que se fueron de la política y volvieron a sus lugares de partida- la Universidad, el Consejo de Estado, la función pública, la judicatura…- con la cabeza muy alta, sin atesorar otra cosa que una experiencia que les ha acompañado de por vida y con el reconocimiento sincero de muchos de nosotros por que hayan compaginado sus tiempos con nuestra historia, y nos hayan permitido conocerles en primera persona.

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Y aunque parece que se trata de una especie en extinción, los derroteros de la vida a veces nos ponen delante ejemplos actualizados de estas actitudes vitales que sienten que la política no es un negocio particular sino una vocación, la vocación por excelencia, la de los elegidos para servir a los demás. Personas que hacen de esa meta su norma de vida, desde el trabajo constante, la mesura, la coherencia, la responsabilidad, la razón y la inteligencia.

Ese tipo humano engancha e ilusiona y a algunos nos hace sentir la esperanza de que no todo está perdido. Los ciudadanos normales sabemos reconocer a esta clase de político, al político de raza, y de apoyarle cuando tenemos la oportunidad de hacerlo.

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A todos nos preocupa que nos representen personas capacitadas, trabajadoras y entregadas al desempeño de su quehacer, que se crean lo que hacen porque lo que hacen es lo de TODOS.

Y si a ello se suma el carácter de luchadores infatigables, que les gusta la calle y lo demuestran, que escuchan a nuestros pueblos y se preocupan por sus carencias y, para colmo, que son buena gente... como comienzo no está nada mal, desde luego. Enhorabuena Javi!!!!

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