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Hace pocos días, un equipo de científicos ha logrado secuenciar, por primera vez, un genoma humano completo. La tecnología disponible a principios de siglo hizo imposible descifrar entonces el 8% del ADN que hoy ha dejado de ser un enigma. Al desentrañarse, los últimos resquicios ... del misterio de nuestra existencia han confirmado lo que ya sospechábamos: todo lo que atañe a la herencia genética de un ser humano depende, en esencia, de una corta cadena de dos metros de longitud y de una combinación ordenada de tan sólo cuatro letras. Tal logro científico también nos vuelve todavía más conscientes de que nuestra vida, en el sentido más literal de entre todos los posibles, consiste en transmitir una determinada información de una generación a la siguiente. Nada más y nada menos.
Cuando yo estudié selectividad, aprendí que la mayoría del mensaje genético es 'basura', es decir, no tiene una función específica. Eso mismo, replicar los datos inútiles que les han enseñado a repetir sus profesores —aun cuando muchos habrían preferido orientar su método pedagógico en otra dirección—, es lo que les toca hacer estos días a los alumnos que se examinan de la EvAU. Está demostrado que la repetición papagayística no es, ni de lejos, la manera más efectiva que las personas tenemos para adquirir nuevos conocimientos. Sin embargo, desde el punto de vista institucional parece que no sabemos evaluar lo aprendido de otra forma: los futuros universitarios, los opositores y hasta los conductores novatos aún tienen que pasar por el aro absurdo de las reglas mnemotécnicas. Ojalá pronto las palabras que aprendamos no sean basura y podamos, al fin, dejar de comportarnos como plagiadores de lo idéntico.
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