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Menudo fin de semana me he pasado escoba, mopa, aspirador y «roomba» en mano- en mi casa alias «Manolito»- que fue el infame regalo de reyes por el que todavía no les he perdonado pero al que, les confieso, le voy encontrando el punto- luchando ... a brazo partido con esas pelusas blancas con las que nos regalan chopos, álamos y otras especies de árboles, algunas primaveras más que otras- y ésta es una de las que más- que llevan un par de semanas flotando por todas partes.
Por si no lo sabían, los vilanos, que es como se llaman, son un sistema muy eficaz para dispersar las semillas y colonizar nuevos territorios, con el problema añadido de que son altamente inflamables; si les acercas un foco de calor, arden con mucha facilidad lo que los hace especialmente peligrosos en zonas secas en verano, por lo que hay que abstenerse de tirar colillas de cigarros que, además de un mal hábito, es una marranada.
Algunas maniáticas, como la que suscribe estas líneas, las perseguimos sin cuartel y - también es verdad- sin ningún predicamento. Porque a los diez minutos de recogerlas están de nuevo todos los rincones de la casa llenos de las malditas pelusas otras vez y todo porque pese a que la lógica impone lo contrario algunos no renunciamos a tener abiertas las ventanas y a que corra el aire (que ya se ha visto lo importante que en la pandemia, y en la vida, en general). Así que no queda otra que una lucha sin cuartel con la nevada algodonosa que se acumula en todas y cada una de las esquinas.
Andaba yo recoge que te recoge estos copos primaverales cuando se me vino una imagen a la cabeza, un símil que renuncio a compartir con ustedes y que viene muy a cuento por las cosas que vemos a diario. Y es que, si lo piensan bien, en la política española prolifera, y no solo en primavera, la figura del «político pelusa». Esa especie de político que, ya puedes andar a escobazo limpio, con el aspirador más potente del mercado o soplando más que el lobo de las siete cabritillas, que se afinca en los rincones más recónditos y vuelve una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez (y hasta mil bises) sin el mínimo pudor y llevándose por delante lo que toque en cada caso.
Da igual los que estén, porque él -o ella-, siempre están; da igual quien mande, porque se las arregla, cual pelusa primaveral, para flotar y dar vueltas por el aire hasta volver a aposentarse en cualquier cargo- o «carguillo»- con el consiguiente hartazgo y desconfianza de una ciudadanía cada vez más cansada de éstos que yo he llamado «políticos pelusa».
Flotar no les es difícil porque su falta de solidez intelectual, su inconsistencia, su incompetencia les confieren esa falta de peso específico que les hace etéreos y les permite diseminarse y sobrevolarnos a todos; su carácter apesebrado les garantiza estar a bien con los que mandan, a los que siempre les van a hacer la ola para asegurándose así un presente y un futuro nada desdeñable por el que esperan pacientemente en los rincones (y no solo en primavera).
Sobre esto deberíamos reflexionar porque estos «políticos pelusa» colonizan nuestra vida pública dispersando sus semillas por todos los territorios generando la más absoluta desafección a una sociedad cada vez más descreída que clama por otras formas de hacer.
En fin, que si todos sacáramos la escoba….otro gallo cantaría,
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