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Peligro en Francia

El futuro de Europa se juega hoy en dos escenarios: el de Ucrania contra el invasor ruso y en las elecciones francesas del próximo domingo

Miércoles, 20 de abril 2022, 10:46

Una sangrienta guerra continúa librándose en Ucrania. En ella los agredidos se defienden y mueren por la independencia de su país, pero también en nombre de los valores europeos. Luchan con la voluntad de derrotar a los agresores rusos y con la esperanza de ingresar ... en la Unión Europea y en la OTAN para formar parte del mejor modelo de vida conocido.

A la vez, en Francia el 55% de los votantes en la primera vuelta de las elecciones presidenciales optaron por partidos antisistema, contrarios a las organizaciones que dan cohesión a los europeos: la Unión Europea y la OTAN. Porque Le Pen y Melenchón (junto con otros tres pequeños partidos) coinciden en esos elementos básicos que determinan todos las demás líneas políticas. Melenchón —un devenido antisistema tras haber sido senador y ministro— está contra la «Europa de los mercaderes» (algo que a los ucranianos les debe parecer extraterrestre) y además es comprensivo con la guerra de Putin y sus excusas. Le Pen es la pionera y el modelo de la extrema derecha en Europa, la madrina de Vox. Clama contra «la casta y la oligarquía», aunque ha recibido financiación de un oligarca ruso; es rabiosamente antialemana y muy crítica con la burocracia de Bruselas; se declara admiradora de Putin y Trump y promete que una Francia en solitario ejercerá de gran potencia mundial aprovechando su arsenal nuclear. Trump quería disolver la Alianza y en lugar de socios pretendía tener clientes que pagaran a Estados Unidos por su seguridad. Le Pen quiere salirse de la Alianza porque, según ella, implica «la sumisión a un protectorado americano en suelo europeo» y pretende una «alianza de naciones» de Francia con afines como Hungría, Polonia y, por supuesto, la Rusia de Putin.

El penoso resultado del día 10 ha sido que Macron (28,6% de los votos) disputará la segunda vuelta de las presidenciales con Le Pen (24,4%). Melenchon (20,2%) y sus seguidores lo celebraron como una gran victoria propia, que les han dejado fuera del balotaje y a la extrema derecha a las puertas de la presidencia. Hay una insoportable frivolidad en gran parte de la izquierda francesa que estalló ya en 2004, cuando nueve candidaturas consiguieron dividir el voto hasta el extremo de lograr que Jean Marie Le Pen quedase en segundo lugar. El narcisismo de los líderes izquierdistas consiguió obstruir el pase a la segunda vuelta de Lionel Jospin quien, según todas las encuestas, podía derrotar a Jacques Chirac. Eso sí, a los pocos días todos los fraccionadores del voto de la izquierda se unieron para manifestarse contra Le Pen y, de paso, pedir el voto para Chirac.

Francia y Alemania son los pilares de todo el conglomerado europeo que, desde 1945, ha conseguido el mayor grado de bienestar conocido hasta el momento y el periodo más largo de paz de la historia continental. Francia es también, gracias a ese conglomerado, uno de los países de mayor calidad de vida del mundo y, sin embargo, una mayoría de franceses ha votado a partidos que llevan en su programa desmontar la arquitectura institucional europea y retrotraernos a los antiguos nacionalismos de funesta memoria. Volver a las causas de que Europa se suicidara dos veces en el siglo XX como recordaba Stefan Zweig en El mundo de ayer. Con el resultado de la primera vuelta se habrán agitado en sus tumbas Jean Monet y Robert Schumann, franceses y padres de las primitivas comunidades europeas (junto a Adenauer y De Gasperi) precisamente para neutralizar los nacionalismos y la rivalidad franco-alemana.

Los franceses han votado en primera vuelta contra los fundamentos del actual sistema porque están difusamente insatisfechos, indignados o insumisos. Es un país con un 7,4% de desempleo y un fuerte aparato de protección social. Por eso resulta ofensivo para la inmensa mayoría de la humanidad —que vive francamente peor o muchísimo peor que la mayoría de los franceses— que estos pongan en peligro su propio estado de bienestar y el de los demás europeos por unas subidas de precios o unas bajadas de impuestos u otros asuntos de calado coyuntural.

Le Pen puede ganar en la segunda vuelta

La segunda vuelta de las presidenciales entre Macron y Le Pen se dirime en un pañuelo de votos. El asunto es de vital importancia para todos los europeos porque, si gana Le Pen, el futuro de esta Europa está totalmente comprometido, habida cuenta de las extraordinarias prerrogativas de la Presidencia francesa. Según las encuestas, el 30% de los votantes de Melenchon votaría a Le Pen y el 36% se abstendría. Eso explica el pronóstico actual de 54% para Macron y 46% para la extrema derecha, pero no debe olvidarse que hay un importante voto oculto para Le Pen que podría rellenar la diferencia.

Ya sabemos que los estados de insatisfacción ciudadana tienen en algunas ocasiones mucho más que ver con falsas expectativas incumplidas que con realidades que los justifiquen. Los sentimientos de insatisfacción, frustración, miedo y resentimiento pueden ser inducidos (están en el manual de todo populismo) y resultan difícilmente racionalizables. Mientras que las demandas sociales y las reivindicaciones sectoriales tienen siempre una dimensión racional y son evaluables, los sentimientos son irracionales por naturaleza. Constituyen el arma principal de los demagogos en política como se ha comprobado históricamente y se evidencia a diario en la actualidad.

Es explicable el desgaste de los grandes partidos tradicionales franceses y el voto de castigo que han recibido. También que Macrón no despierte entusiasmo, con su oportunismo ramplón o su inconsistencia y levedad política. Siempre aparece más atento a su imagen que a los contenidos de su política. También sería comprensible un fuerte movimiento por la reforma de la V República, diseñada por De Gaulle directamente al servicio del Presidencia sin ningún tipo de contrapeso democrático. El Presidente tiene la competencia exclusiva en política exterior, defensa y seguridad nacional, y no tiene que responder por ellas ante el parlamento. Las deficiencias institucionales han propiciado que la vida política francesa discurra a menudo en pulsos entre el Elíseo y la calle, como en el movimiento de los chalecos amarillos al servicio de la extrema derecha. La cultura presidencialista francesa ha hecho parecer natural que Macron, en un ataque de celos, destituyera al primer ministro, Eduard Philippe, porque le había superado en popularidad gracias a la buena gestión de la pandemia. En cualquier otro país de Europa se consideraría una aberración destituir a un buen gestor en un momento crítico, pero en Francia no: la Presidencia de la República no admite sombras.

Aún teniendo en cuenta todas esas originalidades francesas, resulta absolutamente injustificable el delirio colectivo que, sin trauma alguno previo, pudiera proporcionar una mayoría de votos a la extrema derecha que pretende poner patas arriba a Francia y a toda Europa.

El futuro de Europa se juega hoy en dos escenarios: el de Ucrania contra el invasor ruso y en las elecciones francesas del próximo domingo. El resto de los europeos tenemos la obligación de ayudar a los ucranianos (se supone que lo están haciendo nuestros gobiernos con todas sus fuerzas), pero en el caso de los franceses solo nos queda esperar que la mayoría se comporten como herederos de Descartes y recuperen la razón que perdieron en la primera vuelta.

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