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No me gusta conducir. Saqué el permiso de conducción tarde. Y creo que aprobé el examen práctico a la cuarta o la quinta, no podría contárselo con total seguridad. A diferencia de mis amigos, que no veían el día de cumplir los dieciocho para poder ... apuntarse a la autoescuela, yo me acercaba más al bueno de Pepín, el dueño del bar Don Diego, donde íbamos a tomar café todos los días, y los viernes y sábados se convertía en el punto de partida desde el que iniciábamos nuestra particular senda de los elefantes, que nos llevaría al barrio Húmedo.
El genial Pepín iba a trabajar en taxi, y volvía ya de madrugada en otro taxi. Siempre me pareció algo genial, un punto de elegancia que se escapaba de la ordinariez habitual, en especial, la escena de la llegada, en la que recién peinado y perfumado bajaba del coche, se ponía el abrigo y pagaba la carrera desde la ventanilla.
Varias veces le pregunté por qué iba en taxi y cómo no se compraba un coche. Y siempre me convencía con los números. Lo de ir en taxi o alquilar un coche cuando necesitaba hacer un viaje, le salía mucho más rentable que poseer un auto en propiedad, pagar seguros, impuestos, mantenimientos y la canalla zona azul.
Un verano estuve trabajando para sacar algo de dinero en una empresa de alquiler de coches. La cosa no era muy penosa, ya que mi puesto estaba en el aeropuerto de León donde solo llegaban dos aviones, uno desde Madrid y otro desde Barcelona, y no todos los días. Usé coche pero apenas hice kilómetros, como mucho ir a la gasolinera y llenar los depósitos.
Compré mi primer coche con 35 años, y ocho años más tarde, se lo vendí a mi prima Elena y a Thomas Coopens con sesenta mil kilómetros.
Cuando adquirí el coche y el vendedor se afanaba en contarme las excelencias del auto, le tuve que decir varias veces que no entendía nada de coches, que jamás me había comprado una revista de automóviles y que el mundo del motor me daba mucha pereza. Creo que hasta que no llegó el Golf al concesionario, y comprobó que tras pagarlo, tardé dos meses en ir a recogerlo, no fue realmente consciente de que yo había comprado un coche porque tenía que tenerlo y no porque me flipara con el olor a gasolina. Algo parecido a mi vecino Manolo, quien durante el invierno jamás llevaba abrigo, sólo de vez en cuando se lo ponía para dar un paseo con su esposa, como decía él, no porque tuviese frío sino para que el personal viese que tenía abrigo.
Pero la vida da muchas vueltas y en los últimos tres años he hecho más kilómetros que en toda mi vida. He recorrido parte de la Autovía de la Plata, cuando circular por el carril derecho estaba solo reservado para los valientes, además de poner a prueba la amortiguación del coche.
Pues bien, el Gobierno ha confirmado que cobrará un peaje por el uso de las autovías. Sólo en nuestra comunidad hay más de 2.000 kilómetros de autovía, en la llamada España despoblada. Sergio Vázquez, secretario general de infraestructuras del Ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana, reconocía que el Gobierno va a implantar un 'sistema de tarificación' porque quería evitar llamarlo peaje.
Quizá el secretario del Ministerio se encuentre más cómodo llamándolo donativo, cuestación o incluso parias. Ahora entiendo que pidiese que no se llamase peaje, porque pagar por circular por las autovías, además de injusto, es pagar dos veces, ya que las carreteras se financian con nuestros impuestos a través de los presupuestos generales.
Y, evidentemente, lo que no nos contó Sergio Vázquez es que de algún sitio hay que sacar la pasta para tanta promesa.
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