Secciones
Servicios
Destacamos
Durante los dos últimos años el PP viene calificando al Gobierno y en especial a Pedro Sánchez, de traidor, felón y otros adjetivos parecidos. Así, semana tras semana, cualquiera que sea el motivo, los insultos y las provocaciones son siempre los mismos, lo que evidencia ... su falta de imaginación y de argumentos ante los temas que ocupan el debate político. Esa chatarrería oratoria se ha recrudecido últimamente con motivo de la probable concesión de los indultos a los dirigentes independentistas condenados por sedición. Los calificativos no han variado aunque sí la torpe motivación para oponerse. Primero hablaron de ilegalidad del indulto, un planteamiento que no resistió la sólida argumentación del maestro Tomás de la Quadra Salcedo. Desechada la ilegalidad de la aplicación de una ley vigente desde 1870 con ejemplos para todos los gustos, solo les ha quedado el pataleo contra Sánchez para negar la utilidad pública de rebajar tensiones dentro de Cataluña y entre aquella comunidad y el resto de España.
Cuando no gobierna el PP, su sentido de la utilidad pública consiste en incrementar los problemas y fomentar la crispación. Curiosamente, las derechas hasta hace quince días coincidían con Oriol Junqueras, quien había declarado: «que se metan el indulto por donde les quepa» porque solo admitía una amnistía legalmente imposible. Ahora, después de cumplir tres años de prisión, al dirigente de ERC le ha sobrevenido un ataque de realismo y ya acepta la posible medida de gracia.
Pero las derechas siguen coincidiendo en el rechazo al indulto con el ala más radical del independentismo, Junts por Catalunya y la CUP, tal y como ha declarado Elisenda Paluzie, presidenta de la autodenominada Asamblea Nacional de Cataluña: «De hecho —señaló— sería una decisión política inteligente del Gobierno contra el independentismo. No sólo porque quedarían fuera de estos los exiliados y los 3.000 represaliados, sino porque políticamente nos desarmarían e internacionalmente son nefastos». En resumen que en la cuestión de los indultos el PP coincide con Puigdemont y los soberanistas más lunáticos.
Llegados hasta aquí, la relación del PP con el nacionalismo catalán merece una retrospectiva. Es el perfecto ejemplo de cómo no se debe tratar un difícil problema estructural que dura más de cien años y que exige auténtico sentido de Estado en lugar de oportunismo visceral y populachero. La primera vez que el PP llegó al gobierno lo hizo gracias a los votos indispensables de CIU tras firmar Aznar con Pujol el llamado Pacto del Majestic (abril de 1996). En aquél lamentable acuerdo, Aznar tragó con todas las exigencias de Pujol en financiación autonómica, eliminó vergonzantemente el servicio militar y los gobernadores civiles, y transfirió la competencia de tráfico a los mossos de esquadra, entre otras cosas. Pero lo peor de todo fue la transferencia de educación (detrás fueron las demás autonomías) con la que comenzó el adoctrinamiento nacionalista en las escuelas catalanas. Para culminar la abyección, Aznar le entregó a Pujol la cabeza del incómodo Aleix Vidal Quadras, máximo dirigente del PP en Catalunya. Todo ello por los votos para la investidura. El fortalecimiento del proyecto nacionalista de Pujol fue tal que Vidal Quadras ha calificado el Pacto del Majestic como «un error estratégico fundamental de la democracia española».
Cuando Rajoy llegó al gobierno lo hizo después de una infame campaña para desgastar al precedente de Zapatero a propósito de los enredos y torpezas del nuevo Estatut de 2006, un despropósito de principio a fin. El Estatut finalmente fue acomodado a la constitucionalidad por el Congreso de los Diputados y el Tribunal Constitucional, pero en el camino se habían desgastado los socialistas, quemado el PP de Cataluña (que perdió la mayor parte de sus diputados) y, sobre todo, lo habían aprovechado los nacionalistas más radicales para exacerbar y explotar su victimismo habitual. Como es sobradamente conocido, al estallar con toda su crudeza la crisis económica de 2008, y tras un asalto de masas enfurecidas al Parlament, de donde debieron rescatar a Artur Mas en helicóptero, el nacionalismo catalán (según ha relatado el entonces conseller Santi Vila) decidió desviar la indignación y la presión populares contra el Estado. Así diseñaron «el proces» que pilló a Rajoy sentado en La Moncloa leyendo prensa deportiva. Fiel durante años a su consigna «yo no quiero líos», Rajoy se inhibió de cualquier iniciativa política y delegó sus responsabilidades sobre la cuestión en la vicepresidenta, quien recitaba como una opositora la ilegalidad de todas las actividades del gobierno catalán sin ninguna actuación concreta.
Y así, con Rajoy en estado letárgico, se llegó al lamentable referéndum de 2017 en el que se sumaron las ilegalidades de los independentistas con la máxima ineficacia del gobierno central, incapaz de localizar e incautar miles de urnas o millones de papeletas. Para rematar el desastre alguien mandó a las fuerzas del orden arremeter contra los votantes, ofreciendo justamente la foto que necesitaban internacionalmente los soberanistas. Todavía estamos esperando que alguno de los miembros de la cadena de mando (presidente, vicepresidenta, ministro del interior, coronel de la guardia civil enviado especial) tenga la gallardía de asumir la responsabilidad de haber dado esa estúpida orden.
Como senador del PSOE por León en aquella legislatura puedo asegurar que nos abstuvimos de cualquier crítica al gobierno sin albergar la menor duda al respecto, conscientes de la gravedad del momento para España. Por ello, con plena convicción democrática, votamos la aplicación del artículo 155 de la Constitución que suspendía la autonomía catalana, a sabiendas no solo de las ilegalidades flagrantes de la Generalitat sino también de la extraordinaria ineptitud del Gobierno Rajoy.
La necedad del PP en Cataluña se reflejó nuevamente en las últimas elecciones generales. En Barcelona consiguió 2 diputados de 32 entre los que hay mayoría antiindependentista (el PSOE fue el más votado con 8 diputados). A pesar del descalabro electoral, la diputada Álvarez de Toledo siguió dando lecciones a todo el mundo soberbiamente ajena a las que recibe de la realidad. Pues bien, con todos esos desastrosos antecedentes, el PP critica al gobierno —sin aportar solución alguna— y denuncia hipócritamente la gestión de Pedro Sánchez en nuestro mayor problema interno.
El último ejemplo de «patriotismo de hojalata» lo hemos tenido a propósito del reciente episodio con Marruecos tras invadir Ceuta con miles de menores (recordando amenazadoramente la marcha verde) para presionar y condicionar la política exterior española respecto al Sahara y a Argelia. Le faltó tiempo a Casado para culpabilizar a Pedro Sánchez del conflicto y para hacer pinza de hecho con el régimen marroquí contra el gobierno español. Posteriormente se supo que días antes había mantenido una reunión con representantes marroquíes sin que hasta el momento haya aclarado el contenido de esas conversaciones. A estas alturas parece lo más probable que la diplomacia marroquí lo enredó como a un pardillo con carácter previo a la invasión de Ceuta ya programada. Lo cierto es que, sin el más mínimo apoyo del PP, el gobierno ha conseguido el respaldo de la Unión Europea (incluida Francia por vez primera) en el permanente contencioso sobre el Sahara y que, además, Biden parece inclinado a rectificar el viraje de Trump en ese asunto. De donde ha quedado claro que en nuestro principal problema exterior (Marruecos) tampoco se puede contar con esos autoproclamados patriotas sin el más mínimo sentido de Estado y, por supuesto, sin ninguna solución alternativa.
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Los Reyes, en el estand de Cantabria en Fitur
El Diario Montañés
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para registrados
¿Ya eres registrado?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.