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Estos días, a raíz de la publicación del libro 'Amalia, el deber te llama', en el Parlamento holandés ha saltado la polémica acerca de si la princesa heredera podría reinar en el hipotético caso de que decidiese casarse con otra mujer. El primer ministro, Mark ... Rutte, respondió con rapidez que para el gabinete esta circunstancia «no sería un obstáculo». Sin embargo, y por mucho que insista el jefe de Gobierno, no está nada claro que las actuales normas referentes a la institución regia neerlandesa lo permitan: es el autor del citado libro, el abogado Peter Rehwinkel, quien concluye que si mañana Amalia se comprometiese con alguien de su mismo sexo se vería obligada a renunciar al trono.
La Constitución de los Países Bajos -igual que casi todas las de corte monárquico aún vigentes en la anciana Europa- prevé un sistema sucesorio de corte hereditario basado en el parentesco consanguíneo. Así, el futuro acceso al poder de los hijos de la princesa Amalia también quedaría en entredicho si fuesen adoptados, concebidos gracias a una donación de esperma o gestados -comprados- en un vientre de alquiler. Sin embargo, y para ser justa, no es un avance menor el hecho de que se ponga sobre la mesa este debate, sobre todo si somos capaces de ver la viga incrustada en nuestro propio ojo: en la Carta Magna española todavía se recoge la primacía masculina en lo referente a los derechos de sucesión. Con todo, quizá lo ideal sería que Amalia, como cualquier ciudadano holandés, pudiese casarse con quien le diese la gana y aun así mantener intactas sus posibilidades de ocupar la jefatura del Estado. A poder ser, a través de unas elecciones libres y por un periodo de tiempo inferior a su propia vida.
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