Veo las imágenes de los camiones de mercancías parados en la frontera con Francia y, más allá de similitudes y diferencias -tanto en la legitimidad de la reivindicación como en los medios empleados-, no puedo evitar acordarme de los camioneros españoles que en varias ocasiones ... han sido boicoteados por los agricultores franceses, en protesta por los bajos precios de la fruta importada de España. La estrategia está clara: si quieres castigar un país, no rodees el Congreso, no te manifiestes frente a ningún palacio ni te sientes con pancartas en ninguna plaza delante de ningún tribunal. El romanticismo que estas acciones revisten sobre el papel no se transforma en eficacia al traducir los anhelos en hechos. Es mucho más inteligente tratar de conseguir que los transportistas se queden atrapados en la carretera, sitiar los principales mercados y las unidades alimentarias que distribuyen comida a cada rincón del estado, bloquear las lonjas y desabastecer hasta la última tienda de barrio.

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Los mercados -los de verdad, no los económicos: ya basta de secuestrar palabras hermosas- son el anticongreso. La política copa a diario todos los medios de comunicación, pero un año sin gobierno y con las cámaras legislativas inmovilizadas es -a los hechos me remito- perfectamente soportable. Por el contrario, las grandes infraestructuras alimentarias son invisibles a los ojos de la mayoría de los ciudadanos, pero basta paralizarlas dos días para que el país entero se ponga del revés. Me entero, al tiempo que escribo este artículo, de que Sánchez e Iglesias han llegado a un acuerdo para gobernar. Es una buena noticia, qué duda cabe, pero si queréis ver poderes fácticos reales, es mejor que miréis a los ojos a las merluzas, que leáis los poros de la piel de los pollos o que contéis, una detrás de otra, las semillas de los pimientos.

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