He de confesarles que de unos días para acá ando algo desasosegada. Resulta que el Ministro de mi ramo, un tal Castells- para una vez que tenemos uno de Universidades- ni siquiera sabe que hemos estado dando clases presenciales desde que comenzó el ... curso, desde septiembre, con el consiguiente esfuerzo- y hasta temeridad, que dicen algunos- por parte de alumnos y profesores que a estas alturas estamos satisfechos de que el trabajo bien hecho haya dado, en la mayoría de los casos, los frutos deseados.
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Ya sospechaba yo que algo así pasaba porque, como ya he denunciado en alguna oportunidad, me habían dicho que no nos vacunaban con el resto de los docentes, haciendo de nosotros una clara «discriminación negativa», porque este señor decía que no estábamos dando clase…
Pues bien, salvada cualquier maledicencia contra la gestión de esta «eminencia»- que esto en política pasa- sus declaraciones o, más bien, sus «ocurrencias» de esta pasada semana, confirman que no era un rumor y que efectivamente desconoce qué hacemos, cómo lo hacemos y lo peor, como diría un castizo, corroborando que a este Ministro de Universidades los universitarios le importamos un pimiento.
Tampoco mejora la percepción que tiene de nosotros la Consejería de Educación de la Junta que no sé si sabe o no sabe lo que hacemos pero que, desde luego, se coloca a la altura del insigne gobernante por no añadir un mínimo de cordura para resolver el trato desigual al que nos han sometido y nos siguen sometiendo.
Y es que la teoría peregrina de la no presencialidad se refuta fácilmente estando pendiente de lo que se gestiona, escuchando a los Rectores y preguntando a los universitarios, que en política hay que tener los pies en el suelo y no levitar por encima de las cabezas del común de los mortales como hace Castells.
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En definitiva, y en mi condición de universitaria me causa desasosiego constatar que este Ministro no sabe ni que existimos, lo que en el fondo tiene su gracia porque es una buena patada el ego de un gremio que no nos caracterizamos precisamente por no ser vanidosos. Ni lo sabe, ni le importa y nos está sometiendo al riesgo continuado de bregar a diario con cientos de potenciales contagios pues es sabido que los jóvenes son asintomáticos y por ello un peligro para los que tenemos cierta edad. Dicho esto, no quiero dejar de agradecer el infinito esfuerzo que han realizado los estudiantes de la Universidad de León que, por fortuna, no han generado ningún brote y han soportado estoicamente las condiciones de un curso harto difícil en una tierra en la que precisamente la meteorología no acompaña. Hemos pasado un frio de…narices, pero alumnos y profesores hemos abogado por esa presencialidad que el Ministro ahora nos quiere hurtar y que, lejos de premiar, castiga con la no vacunación pese al riesgo objetivamente asumido.
Pero sigo, que no acaba ahí el motivo de mi preocupación, compartida afortunadamente por otros honorables colegas. Me explico. Advertía hace unos días José Manuel Otero Lastres, a quien he citado en más de una oportunidad, con su acostumbrado acierto, de que algunos políticos - y cito literal- «incurren en una especie de «prevaricación política» cuando, en opinión de mi admirado colega, que comparto, «hacen una propuesta a sabiendas de que es desacertada e inconveniente».
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Y califica de tal, con mi absoluto acuerdo, el hecho de que este mismo Ministro tuviera la ocurrencia de que cualquier profesor, y no solo los catedráticos, como ha sido hasta ahora, puedan llegar a ser Rectores de las Universidades públicas.
Sin lugar a dudas, ha acertado nuestro avezado Ministro en que ésta es la mayor preocupación que nos embarga, obviamente, no pensamos en otra cosa. Este es, sin duda, el problema que más nos preocupa, la conversación más recurrente en los corrillos y en los mentideros universitarios…. Es que vamos...
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Desde luego soy consciente de que la Universidad ha de abordar las necesarias actualizaciones, adaptaciones, su modernización, y ha de enfrentarse a diario a muchos problemas, a muchos retos, pero nunca he percibido que entre ellos destaque la titulación que debe exigirse a quien esté a la cabeza de la Institución. La lógica impone que quien asuma la posición de ser la máxima autoridad académica haya de poseer la máxima titulación administrativa y, con ello, como también apunta Otero Lastres, la «auctoritas» que conlleva respecto de quienes, en teoría, van a ser gobernados por él o por ella, que también, afortunadamente, y cada vez más, hay Rectoras.
Cierto es que la más elevada titulación administrativa no presupone otras capacidades y que, por desgracia, pese al alto grado de exigencia, no tiene por qué garantizar que los que la alcanzan resulten los mejores para desempeñar la función que requiere el cargo.
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En otras palabras, no cabe defender que todos los catedráticos por razón de serlo hayan de ser buenos Rectores; tampoco niego que entre los Titulares de Universidad, no haya potenciales estupendos Rectores que, no obstante, saben que, si quieren asumir el cargo, lo primero que tienen que hacer es cumplir con los requisitos que les permite acceder a la cátedra; lo segundo, someterse a elección por un sufragio universal que garantiza que es la Comunidad universitaria, y nadie más, la que se pronuncia acerca de su cabeza. Precisamente la realización de ambos esfuerzos, alcanzar el máximo nivel y presentarse a esa elección, se convierten en la mayor garantía de su adecuación que, en su caso, rubricará su Universidad. Personalmente me parece que a quienes lo intentan, sea cual fuere el resultado, hay que reconocerles el gran mérito de querer asumir una gran responsabilidad y un gran reto.
No conozco muchas instituciones que admitan ser gobernadas por alguien que no ostente el máximo rango y cuando eso ocurre, no siempre funcionan las cosas bien.
Tengo claro, como universitaria, que no aporta ninguna ventaja rebajar el nivel que se exige para acceder a la responsabilidad que implica un Rectorado y mi experiencia me dice que cuando los políticos, como es el caso, intentan meter mano en la Universidad, no les embarga la sana preocupación de velar por el bien de la Institución. Mas bien en ocurrencias como la del Castells se esconden otro tipo de motivaciones que tienen mucho más que ver con el deseo de politizar la Universidades (error craso) lo que se consigue más fácilmente aumentando el número de candidatos que puedan ser Rectores, no solo a otros funcionarios sino a cualquiera.
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Si no fuera por su avanzada edad habría que preguntarse si no está pensando en colocarse él mismo o en situar en este puesto a algún colega afín que, por mucho que presuma de ello, ni es catedrático, ni tan siquiera funcionario de Universidad alguna.
Esperemos que cunda el sentido común, que no es tanto pedir, sumándonos al deseo que a finales del Siglo XIX expresó Menéndez Pelayo:«…Queremos reivindicar para el cuerpo universitario toda aquella libertad de acción que dentro de su peculiar esfera le corresponde»(Dictamen sobre el proyecto de reforma universitaria (1887)).
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