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Nostalgia del tiempo

Encerrados en casa, sin compromisos sociales, las horas pasan como por ensalmo

Diego Carcedo

León

Miércoles, 8 de abril 2020, 14:11

Tanto tiempo sumidos en el sueño de tener tiempo libre que ahora que disponemos de 24 horas cada día para estar en casa, la verdad es que no nos lo creemos. Casi diría mejor que muchos no nos lo creíamos porque, sin saber cómo ... y por qué, de pronto nos vemos más ocupados que nunca. Encerrados en casa, sin compromisos sociales ni obligaciones laborales, las horas pasan como por ensalmo. Ni alegres ni tristes. Cuando queremos darnos cuenta, el día se acaba. Y el propósito firme de ordenar papeles se está demostrando esquivo. El teléfono distrae: llaman los amigos y hay que contestar.

¿Cómo vamos a desdeñar una llamada por anónima que resulte que entra en cualquier momento? ¿Qué disculpa vamos a ponerle a alguien que sabe o piensa que estamos al lado del aparato con los brazos cruzados? Además, que quien llama para interesarse lo hace con la mejor intención y uno, en el subconsciente, está deseando pegar la hebra con alguien que le despeje preocupaciones metafísicas.

El confinamiento da mucho margen para pensar, para especular y para poner la cotidianidad en su sitio. La pandemia es tema casi único para las conversaciones, las preocupaciones y las interpretaciones. Cada mañana tenemos una cita inconsciente con el parte de la pandemia con las variaciones de la víspera: analizamos la evolución de los contagiados, de los muertos y los recuperados. Las comparamos con las estadísticas de otros países y, de repente, la noticia de que alguien conocido ha fallecido.

Esta es una situación insólita y anómala. Al final nos falta tiempo porque lo vamos gastando en reflexionar sobre la vida y sus sorpresas. El resto de la atención la distraen las medidas improvisadas, contradictorias y polémicas que nos brindan un desnortado Gobierno, una oposición perdida en su ensimismamiento y unos científicos que lo mismo titubean desdeñando las mascarillas que ordenando ponérnoslas.

Colocándose en una distancia inexistente de una situación que compartimos, uno se encoge recordando a los que están en las UCI, a los que pasan sus últimos momentos en la doble incertidumbre de la soledad y en los niños. Los niños, cuya obligación primera es jugar, nos dan un ejemplo admirable soportando estoicamente la reclusión, el aislamiento, la ausencia de sus amiguitos, y la extrañeza sobre lo que está pasando. Y lo más admirable, que no se rebelan contra el mundo, ni contra la sociedad ni contra las cuatro paredes del apartamento que los confina igual que si fuesen culpables de algo. Vivimos momentos confusos, días de tribulación como dicen los predicadores, y de añoranza disfrazada de aquella época en que suspirábamos por tener tiempo libre.

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