Seguro que en alguna oportunidad todos hemos oído la expresión: «hacer de la necesidad virtud», y hasta nos la hemos aplicado cuando por pura supervivencia nos empeñamos en extraer algo positivo de los peores momentos.

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Seguramente a ello obedece que durante esta ya larguísima ... pandemia cuando hemos necesitado ver una luz al final del túnel, hasta el menos pintado se ha agarrado como a una boya en esta singular tempestad, a frases del tipo: «esto ha pasado por algo»… , «la pandemia nos va a hacer mejores»… , «vamos a salir reforzados de este desastre»…. Atrás quedaron los peores meses de la crisis sanitaria que pasamos entre aplausos al personal sanitario, a Fuerzas y Cuerpos de seguridad, a los trabajadores de supermercado, a los camioneros, a las limpiadoras, a los barrenderos, a los conductores de autobuses y, en definitiva, a todos aquellos, que fueron muchos, que nos hicieron la vida un poco más fácil en los momentos críticos y de los que ahora tampoco deberíamos olvidarnos.

Porque la Covid-19 ha sido una singular anomalía que, por desgracia, ha invadido la tranquila existencia de la que la mayoría disfrutábamos, personal y socialmente, hasta marzo de 2020 y que, si somos honestos, pocos de entre nosotros valorábamos en su justa medida. Pero, como todo en la vida, ha tenido aspectos negativos, y hasta muy negativos, aunque otros no tanto.

Entre los primeros, está el hecho de que, en no pocos casos, se ha llevado a nuestros seres más queridos, y nos ha obligado a renunciar a escuchar las voces familiares que nos confortaban, los lugares seguros a los que tornábamos, una y otra vez, ante las dificultades. Ahora, en un acto de supina resiliencia, nos conformarnos con vivir de nuestros recuerdos. Y para resilientes los que han perdido su trabajo y se ven obligados a sobrevivir con lo justo- y hasta sin eso- convirtiéndose, a su pesar, en protagonistas de una situación económica sobrevenida en la que se cierran empresas y negocios, sus fuentes de empleo que esperemos recuperen poco a poco.

También en este año y medio de pandemia transcurrido se han dañado nuestras relaciones sociales en las que todavía hoy parecen sobrar los besos, los abrazos y cualesquiera expresiones de afecto que resultan proscritas para quienes aún llevan el miedo en el cuerpo por haber visto «las orejas al lobo», un lobo llamado Covid-19 que se lo ha hecho pasar mal, muy mal, a demasiada gente.

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Pero pensemos en los segundos, en los aspectos positivos, que alguno ha habido, que deberían servir para hacernos reflexionar acerca de cómo afrontar lo que cada día se nos viene encima y que no podemos evitar.

La vida es como es, mal que nos pese, y lo negativo o positivo de su transcurrir nos ha de servir de aprendizaje, nos ha de valer para dimensionar mejor las cosas importantes, para relativizar las innecesarias, para empatizar con los demás, para conocer nuestros límites y entender que vivimos en comunidad cohesionada en la que dependemos de los demás, más incluso de lo que nos gustaría, para no ser tan vulnerables.

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La pandemia nos ha enseñado que todos juntos seremos capaces de avanzar más rápido y, desde luego, mejor. La terrible experiencia que nos ha marcado, ya para siempre, ha demostrado que solo así saldremos fortalecidos como personas y como miembros de una sociedad que, de forma acuciante, demanda el rescate de nuestros principios y valores.

Nuestra postura personal ante lo que pasa cada día a nuestro lado, y el posicionamiento personal y particular debido ante los hechos a los que nos enfrentamos nos librará de los demagogos que nos quieren llevar a su redil y que empañan la realidad con todo tipo de grandes y pequeños «ismos»: fanatismo, radicalismo, nacionalismo, populismo, vandalismo, negacionismo,..., y tantos otros que enturbian nuestra sociedad actual y nos abocan, valga la redundancia, al abismo.

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Cada uno de nosotros, con nuestra forma de hacer y de enfrentar la vida, debemos convertirnos en artífices del necesario cambio social que conseguirá que el mundo mejore.

En definitiva, asumiendo la idea de H. ARENDT de ejercer una «responsabilidad colectiva», estamos obligados a convertirnos en hacedores de que la pandemia nos haga mejores individual y socialmente tomando partido por lo que consideramos más justo y negándonos a secundar lo que daña al resto. Porque, todos y cada uno somos responsables dentro de la comunidad de mantener, preservar y mejorar esa realidad común que compartimos.

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