Rayaba el pleistoceno medio cuando yo mismo desbrozaba helechos mientras corría ágil en un recreo de mi tierna preadolescencia, después de que uno de aquellos profes que iban vestidos con túnica negra -repartiendo noche, como diría Umbral- reiterara por enésima vez una riña preventiva con ... lo del mundo, el demonio y la carne, convirtiendo las clases de religión en un enigma semántico; eso sí, advirtiéndonos de que esos grandes pecados nos condenarían a un auténtico calentamiento global eterno y gratuito en un infierno hecho para pecadores, incluyendo los de la pradera, que diría Chiquito.
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Lo del demonio lo entendía razonablemente, y lo proyectaba como un ser feo y maligno (lo de los cuernos lo dejo porque con el paso del tiempo también adquirían otro significado), que era el que precisamente se encargaba de tentarnos para caer en el resto de los pecados. Con el paso de los años esa imagen ha cambiado y ahora al demonio le pongo cara, nombres y apellidos, que es el que nos hace caer en tentaciones de hacer o no hacer algo, pero a través de decretos y órdenes.
Lo del mundo ya no lo tenía tan claro, no sabía que se refería -siempre presuntamente- a la juerga y al cachondeo, salvado el significado de su plural, los mundos, aquellos que las profes que repartían noche y día a partes iguales desde el convento les decían a las chicas que no podían dejar que nadie los viera. Tiempo después acabé por comprender que, efectivamente, hay que limitar esas actividades pecaminosas por la salud del hígado y de la economía personal, hasta un razonable límite que permita el propósito de enmienda y la absolución del pecado, previo pago oral de las oraciones convenidas.
Lo que siempre tuve muy claro desde niño fue lo de la carne. Eso sí que estaba diáfano y transparente: el cura se refería a comer carne, lógicamente, no concretaba especie, vacuno, cerdo, oveja, etc. (observe el avezado e inteligente lector que he obviado otras especies para evitar malas interpretaciones) pero estaba claro que era un pecado comer carne y, de hecho, lo ratificaba el periodo de cuaresma con aquellos viernes en los que estaba prohibidísimo, y no te digo nada el Viernes Santo, donde el bacalao era plato obligado año tras año hasta que acabó por encantarme.
Pasados unos años reinterpreté lo de la carne, que mi trabajo me costó, y entendí tras arduas y sesudas reflexiones que se refería a lo de siempre. Volvieron a pasar unos años y he tenido que volver a reinterpretar ese pecado porque me han dicho que la carne es la responsable del calentamiento global y que debo de consumir menos carne para evitar que nos achicharremos, sobre todo en León, donde el caliente calentamiento global se resiste de una manera tozuda, algo que desde luego no debiera de ocurrir en beneficio del reuma que nos acecha. Es cierto que el experto responsable del tema ha dicho moderadamente, y eso mucha gente no lo ha entendido, y se ha quedado simplemente con que se nos dice que debemos de comer menos carne.
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El problema no es que la gente no nos hayamos fijado en lo de moderadamente, sino en el mensaje global que cala en productores y consumidores, de forma que parece que la bofetada al sector ganadero es notable. Claro, lo de moderadamente no nos ha calado porque esto es válido para la carne y para todo, la verdad. Hay que consumir vino porque es bueno, moderadamente, no una cuba; hay que consumir tomates, pero moderadamente, porque si no puede subir el ácido úrico; hay que consumir pescado azul, pero moderadamente, porque si no podemos acumular metales pesados; hay que tomar el sol, para la vitamina D, pero, claro, moderadamente, y así hasta el infinito. Con lo cual lo de moderadamente es una obviedad de Perogrullo. Ni mata el azúcar, ni mata la carne, ni el whisky, ni el vino, ni los tomates, so pena que se beba uno cuatro cosechas de un buen caldo de El Bierzo o se meta dos docenas de pasteles de una sentada.
Como decían los griegos en el medio está la virtud, virtud que debería de hospedarse en la lengua de los dirigentes para que sectores de vital importancia en esta economía tan boyante que tenemos en nuestro país, como el ganadero, no se vean perjudicados de forma gratuita y a lo tonto.
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P. D.: A ver si nos enteramos. El metano de las vacas es un gas y da la casualidad de que se mueve por la atmósfera como aviones sin Covid, y aquí llega el metano de las vacas de la India o el de las de Argentina. Y así, se habla de calentamiento global, si es que realmente de ese calentamiento global son culpables las vacas, pobrecitas.
Siguiendo en esta línea hay chistes de humor negro, y quizás para algunos de mal gusto, -aunque hay que leerlos entre líneas y aplicarlos al caso que nos ocupa, o a otros-, como aquel del Papa que aterrizó en un país centroafricano y cuando vio a los niños con el abdomen hinchado preguntó que qué les pasaba, a lo que alguien le dijo:
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- Santidad, es que comen muy poco.
Y el Papa, solícito y buen consejero, les acarició la cabeza a los niños diciéndoles:
- Pues hay que comerlo todo.
Pues ahora vamos a decirles también a los de Sierra Leona que no coman más de dos chuletones al día…, que contamina, y cambia el clima… de Manhattan.
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