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En un día como hoy, 8 de marzo, no puedo ni quiero renunciar a conmemorar el día de la mujer, y no solo porque lo soy, «yo, soy mujer» (como magníficamente ha venido escenificando SOFCAPLE en un video y en varios actos los últimos años, ... en los que muchas de nosotras hemos participado), sino porque ser mujer es lo mejor que me ha pasado en la vida y no lo cambio por nada.
Eso no impide que reconozca que aún tenemos mucha tarea por hacer, pero no las mujeres, los hombres también, la sociedad como tal, para llegar a esa igualdad real que necesitamos y ansiamos y sin la que algunos de nosotros no sabríamos concebir el mundo.
Una igualdad que se aprende en los hogares, en las escuelas, en la calle, en el trabajo… y que a toda costa debemos enseñar y practicar para ser ejemplarizantes, como lo fueron con nosotras nuestras madres y abuelas, y como debemos serlo para nuestras hijas y nietas, para que cuando construyan su identidad personal lo hagan seguras de sí mismas, mirándose en el espejo de quienes les precedimos y fuimos capaces de hacer del mundo un lugar mejor, como lo han hecho para nosotras las generaciones anteriores. Si, esas generaciones que tanto nos han marcado y que han luchado para inculcarnos esa necesidad de igualdad, pero de la igualdad real, de la de verdad, esa necesidad de que la mujer se conciencie de su lugar, de su importancia en la sociedad. Ese creer en nosotras que tanto nos ha empujado a quienes nuestras madres y abuelas nos han inculcado que no solamente podemos, sino que debemos.
Ser mujer implica muchas cosas, y sobre todo una identidad propia que hemos de reivindicar con orgullo desde todas nuestras facetas, interrelacionadas y compatibles, y que tenemos que desarrollar sin dejar ninguna de lado, como profesionales, como jefas, como trabajadoras, como amigas, como madres, como hijas, como hermanas, como compañeras, como parejas… Debemos liderar cada uno de estos aspectos y gobernar con mano firme nuestras vidas para convencer a los cansinos que siguen poniendo palos en las ruedas, impidiendo la igualdad real, de que sin la mujer el mundo no se mueve y que, por suerte para todos, hay mujeres en él.
Ser mujer no se grita, ser mujer se practica; la igualdad no son las frases bonitas, no son las ocurrencias bienintencionadas que escuchamos o leemos cada día, y más en días como éste, que están muy bien como aldabonazo, como recordatorio a los cansinos de antes de que estamos aquí y de que esto no va a parar, y de que no pasa nada si este año no podemos salir a las calles; porque eso no significa que no estemos, que no sigamos batallando por lo que es justo…, claro que estamos, claro que seguimos… Y hay que escenificarlo cada día, y todos los días, en cada cosa que hagamos, sin estridencias ni radicalismo, pero con absoluta firmeza, porque con ello damos voz a quienes lo tienen más difícil. Porque la igualdad se construye desde la convicción, desde los actos, desde el ejemplo, desde la lucha diaria, desde el saber que a veces no es fácil pero que hay que seguir perseverando, reivindicando nuestro lugar que no es otro que el de todos, el de cualquiera. El sexo no es relevante, lo es la persona y, en nuestro caso, la persona que se levanta cada día con el orgullo de definirse con la M de mujer.
Ser mujer es esa pelea, la pelea en la que nos encontramos todas, o mejor aún todos; pero la verdaderamente importante y no el feminismo de pacotilla, el que no se rubrica con hechos, el que clama ardientemente de cara a la galería y luego demuestra ser un agujero negro donde lo dicho no casa con lo hecho; el que si no grita en las calles parece que no existe, cuando, es mucho mejor «gritar bajito», pero hacerlo cada día, cada minuto, cada segundo, no solo el 8 de marzo. Un feminismo donde el hombre no sobra, porque o se implica y es parte de él o la lucha será en vano. Un feminismo que abogue por que un mundo más igualitario y más justo es posible, que trabaje por una sociedad donde no se excluya a nadie y donde las mujeres y los hombres se adapten por igual a los diferentes roles, sin que la condición sexual determine absolutamente nada.
Ser mujer implica fortaleza, no querer que te regalen nada, supone demostrar esfuerzo, valía, demostrar principios y valores, y demostrar también que esa condición es la seña de identidad que lo tamiza todo, con lo que ello conlleva, y sin que eso suponga ningún tipo de perjuicio o de prebenda. Al contrario, debemos convertirnos en líderes, ser imprescindibles, insustituibles porque lo somos.
Ser mujer por mi parte, es no querer renunciar a esa identidad compleja que hace de mí muchas cosas: madre, profesional, jefa, amiga, colega, hija, esposa, compañera…. Es intentar que todos los roles convivan en armonía y conseguir que, cuando los demás me juzguen, pesen todas mis facetas porque son parte de mi individualidad que, cuanto más compleja, mejor me hace ser.
Ser mujer es una gran responsabilidad que yo al menos asumo orgullosa: si, «yo, soy mujer». Y en un día como hoy, reivindico mi condición y la de todas, y abogo por que nuestra sociedad siga apostando fuerte por la igualdad de la que cada uno de nosotros somos garante.
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