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No es que yo esté de acuerdo con el contenido de la Ley de Seguridad Ciudadana. Es que soy de los que la votaron en 2015. Por aquel entonces, yo entraba al Parlamento debidamente escoltado por una masa (quédense con que no he escrito horda o turba) de gente que representaba la democracia, qué tiempos alegres de movilización los de Rodea el Congreso, aunque no les hubiera elegido nadie, mientras yo estaba allí, plenamente deslegitimado -es lo que tiene la derechona cuando llega a los parlamentos- con el voto de 152.672 leoneses, nimiedad esta de que te envíen al escaño las urnas que para la alegre compaña acampada en Sol tenía mucho menos valor que el de un círculo asambleario en La Elipa, dónde van ustedes a parar.
A mí siempre me ha encantado la movilización política. Cuando te toca a favor, y te llevan en volandas a las instituciones, y también cuando es a la contra y te persigue desde tu casa a la estación de la Renfe un tipo a grito pelado con un megáfono pidiendo más carbón para las térmicas leonesas y acabar con la pobreza energética, que mata gente porque no pueden encender la calefacción en el invierno. Estoy seguro de que quien me perseguía a mí con tal megáfono y devoción ahora lo hace con otros, sin que le tenga que convocar Podemos los sábados por la mañana, porque hemos pasado de menos carbón en las térmicas a ninguna térmica en León y respecto a la pobreza energética y el precio de la luz ahora mismo, para qué voy a hablarles. Esto de que los escraches sean jarabe democrático para los de enfrente y poco menos que un golpe de Estado cuando te lo hacen a ti da idea de cómo está de trucada la vara de medir del personal una vez que llega a la poltrona, da igual que llegue desde la derecha o desde la izquierda.
Yo les confieso a ustedes que algunas de las votaciones sobre determinados proyectos de ley de contenido penal o procesal las afrontaba con las necesarias dosis de reflexión y prospectiva, y otras desde la emotividad, que viene a ser un subterfugio benevolente para decir que desde la víscera. Dos de ellas en particular: la prisión permanente revisable y la Ley de Seguridad Ciudadana. A pesar de los denodados, ímprobos y bien intencionados esfuerzos del profesor Díaz y García Conlledo por hacer de mí doctorando atento a las implicaciones de política criminal y no solo de dogmática penal, qué quieren que les diga, yo soy de dogma, en la Iglesia, en la política y en el Derecho Penal. Lo peor, es que sé racionalmente que tiene razón Miguel cuando pide distancia emocional y reflexión para la norma penal y no yo cuando admito votar con las entrañas, pero, al fin y al cabo, esto es algo muy español. Y si no, consideren ustedes antes de ponerme a escurrir cuántas veces reconocen tenerle una tirria tremenda al político de turno. O cuántos electores leoneses votan por tradición familiar, por costumbre personal, por militancia política, por voto útil o por animadversión al contrario, sin haberse leído un programa electoral -para lo que sirven, me dirán ustedes- o sin hacer crítica profunda de las opciones alternativas. Pues eso, que en España se vota bien con la víscera y la teoría esa del votante medio y la elección racional que yo estudiaba en Políticas es una filfa que tal vez sirva para los nórdicos, gente fría que se emborracha sola en casa hasta el suicidio, pero no para gente apasionada como nosotros, que arregla la política, la economía y el fútbol socialmente en el bar.
A mí que a un tipo que se carga quince criaturas de Dios le salgan gratis los homicidios a partir de un número, me parece que requería una reforma como la de la prisión permanente revisable, porque los muertos no son un número, sino gente irrepetible, con sus expectativas, sus risas, sus abrazos y sus problemas vitales, que ya no se producirán nunca más. No crean que tengo problema en abrazar descarnadamente el populismo penitenciario llegado el caso, que les hablo con conocimiento de causa. Desde el respeto, no comparto que la prisión permanente revisable «sin aportar eficacia a la evitación de los delitos más graves compromete algunos de los valores fundamentales que nos configuran como sociedad democrática», salvo que concluyamos que Francia, Alemania, Italia, Reino Unido, Dinamarca o Austria son también sociedades poco democráticas. No todas las penas tienen un exclusivo fin disuasorio o preventivo; para las víctimas y sus familias la dimensión retributiva cuenta y mucho al saber que, al menos ante la ausencia del ser querido, quien la hace, la paga.
Pero nos toca ahora lo de la mordaza. La mordaza es lo que se usa cuando se quiere poner un montón de Guardias Civiles a la entrada de una residencia privada en Galapagar para evitar el jarabe democrático. Mordaza es lo que se usa cuando no se quiere contar para qué usa el presidente del Gobierno el Falcon ni cuantas veces, ni quién se sube a él. Mordaza es que en un país con pleno reconocimiento del derecho de manifestación se salte los requisitos formales para fastidiar el derecho de libertad deambulatoria del resto de los ciudadanos. Mordaza es tener que aguantar que te graben sin consentimiento si eres policía porque, claro, a nadie le presiona eso en un trabajo delicado -pongamos realizar una cirugía a corazón abierto, que un periodista hable con sus fuentes, prepararme a mí un flan o dar una clase en la universidad: que todos los profesores están encantados de que los alumnos sin previa autorización les graben en su trabajo; ni representa una amenaza para sus familias (los que no estén de acuerdo, que vayan mandando grabaciones suyas para que las pueda subir a la red y yo les contaré cuántas voy recibiendo de los campeones de la transparencia). Mordaza es que los antidisturbios tengan que echar flores y confeti a los que queman contenedores y coches -si son de extrema izquierda, si son de la ultraderecha, pelotazo de goma estilo Mossos que te crio, que a esos bien los excusan los indepes que quieren cargarse la ley actual -. Mordaza es pretender que todos nos callemos si consideramos que nuestra sociedad estaría más desprotegida con la derogación de la Ley de Seguridad Ciudadana. Yo, de momento, con cada una de mis vísceras, agradezco a todas las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad cada día que dedican su esfuerzo a hacer mi vida y la de los mías más segura. Y también con cada una de mis vísceras combatiré con mi voto, que es herramienta democrática, a los que por mantenerse en el poder cambien cromos con la seguridad de todos, porque salvo que lo recuerde mal, el art. 17.1 de la Constitución reconoce nuestro derecho a la libertad y a nuestra seguridad a la vez.
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