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La moción de censura de Vox fue el momento inaplazable de Pablo Casado, cuyo discurso en el Congreso rompió con su trayectoria inmediatamente anterior, desprovista de la más mínima responsabilidad como principal partido de la oposición y alternativa de gobierno. Hasta ahora el hacer político ... del PP había consistido únicamente en deslegitimar al Gobierno salido de las últimas elecciones para derribarlo; entendió que la pandemia le abría una ventana de oportunidad y exacerbó su radicalización hasta alcanzar cotas de indecencia en la pasada primavera, cuando eclosionó la crisis de la covid19. Bien sea por convicción o porque tal estrategia solo valió para cohesionar al gobierno de coalición y asegurar el apoyo externo de los variopintos grupos que pululan por el Congreso, lo cierto es que parece que Pablo Casado ha decidido dar un giro a la escorada marcha que llevaba.
El asunto es muy importante porque de ello depende, aunque no de forma exclusiva, que se invierta la deriva de polarización política y crispación social en la que nos habíamos sumido como en una pesadilla, hasta el punto de tener desquiciado políticamente a un país que se enfrenta a una doble crisis sanitaria y económica. Por supuesto es también imprescindible que por otras partes menguantes se deje de poner en cuestión la Constitución y las instituciones emanadas de la misma.
Ciertamente el panorama político ha cambiado mucho en poco tiempo. La chapucera moción de censura ha fracasado estrepitosamente, pero también es cierto que ahora tenemos a la extrema derecha consolidada como tercera fuerza parlamentaria. Aquella parte de la izquierda que tanto denostó el anterior bipartidismo puede aplicarse la frase de Oscar Wilde «Cuando los dioses quieren castigarnos conceden nuestros deseos». La declaración antieuropeista de Abascal fue reveladora del fanatismo y del peligro que representa, cuando es obvio que, sin la existencia de la UE y su aval, no se podrían satisfacer las obligaciones corrientes y mucho menos pagar ERTES o pensar en programas de inversión para el futuro. Como es bien sabido, la consolidación de un partido de extrema derecha con el nacionalismo español como principal aglutinante ha sido la reacción autóctona al delirante independentismo catalán. Pero también obedece a una corriente común a todas las democracias que ha escalado hasta gobiernos como los de Polonia y Hungría dentro de la Unión Europea. Lo más grave es que el nacionalismo irracional ha ocupado gobiernos de países tan importantes como India, Turquía, Brasil y, sobre todo, Estados Unidos con Donald Trump.
Algunas señales más del giro de Casado se están dando en cuestiones de Estado como el desbloqueo del Pacto de Toledo, la abstención sobre el estado de alarma o un desmarque frente a los disturbios contra el confinamiento. Ya solo le falta desbloquear la renovación del CGPJ y demás órganos pendientes. Sin embargo, como se está viendo, no lo va a tener fácil o van a intentar impedírselo una buena parte de los medios de comunicación que hasta ahora lo apoyaban y que cuentan con un ejército de trolls resentidos que siguen escribiendo y emitiendo en la misma onda anterior. Gente que disfruta y explota todas y cada una de las desgracias que ocasiona el virus o, por ejemplo, llama bolivariano a un gobierno que acoge a la mayor parte de la oposición venezolana. La realidad no les importa: si les desvirtúa el discurso, peor para la realidad. Esa nube tóxica que emponzoña a diario cualquier debate político y que ha sustituido los argumentos por las descalificaciones y los insultos, considera abierta o veladamente el giro del PP como una traición.
Otra dificultad añadida para una cierta normalización de la vida política democrática es el gobierno de la Comunidad de Madrid. El PSOE resultó el partido más votado en las últimas elecciones pero la coalición del PP con Ciudadanos produjo un gobierno encabezado por la inenarrable Isabel Díaz Ayuso. Una presidenta que ejerce con una obsesión enfermiza por autoafirmarse buscando enfrentamientos con el Gobierno nacional aunque sea a costa de la salud de los madrileños. Lo mismo presume de la «proeza» de construir un hospital sin personal sanitario, que rompe un acuerdo con los presidentes de Castilla-La Mancha y Castilla y León a la puerta de la reunión, o que diseña un absurdo confinamiento de Madrid por barrios imposible de cumplir pero, eso sí, permitiendo las fiestas privadas. Con la insensatez de una marioneta ―manejada por turbios personajes― desprecia temerariamente las recomendaciones de todos los expertos mundiales, de los nacionales y de los de su propio gobierno, hasta el punto de contabilizar en los últimos meses catorce dimisiones de altos cargos, entre ellos el consejero de Políticas Sociales, la Directora General de Salud Pública y las directoras de Atención Primaria y de Hospitales. Su defensa de la economía madrileña es un mero pretexto para hacer oposición al gobierno y evitar responder de su gestión. Si ya en primavera alentaba, junto a la extrema derecha, las manifestaciones del barrio de Salamanca, su actitud actual es un incentivo para los disturbios con el objetivo de mantener la polarización política y la crispación social.
Está en juego una convivencia democrática normalizada en la que las discrepancias entre gobierno y oposición permitan en este momento decisivo poner en primer plano el esfuerzo común contra la pandemia y la crisis económica. Los próximos meses van a ser tiempos muy difíciles y exigirán una colaboración sin condiciones. Exactamente lo contrario de lo visto durante esta primavera en la primera oleada.
El otro momento decisivo que estamos viviendo es el de las elecciones estadounidenses que se han convertido en un referéndum sobre la continuidad o no de Donald Trump, el presidente más estrambótico y negativo que hemos conocido. La elección de Trump fue ya una gran sorpresa ―obtuvo menos votos populares que Hillary Clinton― porque no se explica en términos políticos de normalidad. Entre otras cosas, proyectó la frustración de una parte importante de la tradicional clase obrera industrial que ha dejado de confiar en el «sueño americano» de igualdad de oportunidades y de progreso permanente. A ese fenómeno se ha sumado las presión migratoria de muchos millones de latinoamericanos que viven en un infierno diario y para los que los USA son el paraíso en la tierra. Trump ha explotado inmoralmente el temor que despierta entre los norteamericanos más tradicionales la inmigración masiva con la falacia de un muro que no es alternativa al problema real. El trampantojo le funcionó hasta que llegó la pandemia y le dejó desnudo con todas sus obscenidades al aire. Las encuestas predicen una victoria de Joe Biden que así libraría a su país de un monstruo capaz de desestabilizar la democracia más antigua del mundo aunque muestre claras insuficiencias en su funcionamiento. También nos libraría al resto del planeta de un ser inestable e impredecible al frente de la primera potencia mundial.
En todo caso debe tenerse muy en cuenta que algunos de los problemas evidenciados por la elección de Trump seguirán pendientes. Entre ellos, no es el menor la desindustrialización de Estados Unidos y buena parte de los países desarrollados derivada del dumping económico, social y medioambiental practicado fundamentalmente por China gracias a una globalización sin reglas. Durante un tiempo el consumismo de los productos baratos podía tapar el negativo efecto estructural de la transferencia masiva de puestos de trabajo desde occidente hasta el extremo oriente. Pero, durante esta primavera, la escasez de algo tan simple como las mascarillas puso de manifiesto que esta es una carrera a ninguna parte que debe corregirse… si no queremos más Trumps entre nosotros.
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