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Una anécdota. Se cuenta que después de la Segunda Guerra Mundial, con una Alemania absolutamente arruinada, el canciller Konrad Adenauer, lanzó un mensaje radiofónico a la población para pedir que ahorraran, porque no tenían capacidad para comprar prácticamente nada. Los alemanes asumieron ese sacrificio con tanta disciplina que al cabo de pocas semanas Adenauer tuvo que volver a dirigirse a la población para explicar que tanto ahorro había provocado la práctica desaparición del consumo interno y pidió que consumieran un poco más. Cuenta la maledicencia popular española que, si eso mismo hubiera pasado en España, en lugar de ahorrar hubiéramos hecho lo contrario, corriendo a los bares para «tomar la última» y gastar el dinero que tuviéramos «por si acaso».
Años después se habló del «milagro alemán», gracias al buen hacer de Adenauer, artífice de una enorme capacidad productiva y de ahorro que situó a Alemania como una de las principales potencias mundiales. De nuevo la maledicencia española, impregnada de un atávico ateísmo económico en cuanto a la capacidad productiva y el ahorro, aclaró que «de milagro nada, que trabajando así cualquiera lo conseguía. Que milagro el de España que, a pesar de nuestras cosas, por aquí seguimos».
Ahora Alemania ha sido capaz de incrementar sus recursos sanitarios siguiendo un informe de 2012 del Instituto Robert Koch (IRK), que simulaba una epidemia, y lo ha podido hacer por su capacidad de trabajo y de ahorro. Ha llegado a ocupar unas 2.700 camas UCI de las casi 27.000 que tiene (33 por cada 100.000 habitantes, en España 9). En el Plan Nacional de Pandemias elaborado por el IRK se incluían ayudas de planificación para hospitales y residencias de ancianos, almacenamiento de respiradores y otros elementos de protección, planes para la adquisición rápida en caso de emergencia, así como para cubrir necesidades de sanitarios. ¿Le suena?
Esa capacidad de producción y ahorro (en 2008 hubo una muestra en Berlín: Ahorrar. Historia de una virtud alemana; virtud con motivaciones económicas y culturales, según R. Muschalla, comisario de la muestra) ha permitido al Bundestag aprobar un plan de 750.000 millones para afrontar esta crisis y repartir unos 50.000 millones entre autónomos y pymes en un tiempo récord y sin apenas trámites.
Otra anécdota. Hace años coincidí dirigiendo una cátedra de verano con el economista y político Ramón Tamames, él de lo suyo, yo de lo mío; pero ya se sabe que todos llevamos dentro un presidente del gobierno, un seleccionador de fútbol, un médico y, en mi caso, además, un economista (otro defecto mío). Algunas noches cenábamos juntos en el hotel y le comentaba a Tamames que yo creía que los países debían de tener una sólida base productiva. Del ahorro ni hablamos y eso que empezaba la fiebre del AVE -tenemos casi 3.500 kilómetros de AVE, los primeros del mundo, igual que en contagiados o fallecidos por la epidemia, extraña coincidencia-, que pueden llegar a costar 25 millones de euros por kilómetro y más de 100.000 de mantenimiento al año. Multiplique y sume a la deuda. Y no es demagogia, son cifras y prioridades.
Esa capacidad productiva yo la entendía basada en un potente sector primario y secundario de la economía, así como en sectores modernos, como los recursos del conocimiento (mire la marca de su móvil, ordenador, medicamentos, etc.). Sorprendentemente -para mi-, Tamames me señaló que las economías modernas tienen una gran base en el sector servicios, porque la tecnología había reducido considerablemente la capacidad de ocupación en los sectores convencionales. ¡Y yo que pensaba que el ludismo estaba superado!
Años después escuché a Carlos Herrera entrevistar a Tamames y preguntarle cómo explicaba que Alemania hubiera capeado la crisis económica tan bien. Me sorprendió la respuesta en la que se decía que Alemania había mantenido una gran capacidad productiva y unos elevados niveles de exportación -a China fundamentalmente-.
Ahora toca pensar de dónde van a salir los más de 70.000 millones de ingresos anuales del turismo, o de otros servicios, que están muy bien, pero que si no se fomentan otros sectores nos acabamos convirtiendo en veleta de otros países y, lo más inesperado, de un microscópico virus.
En este momento estamos obligados a un descomunal gasto público y endeudamiento. Verá usted como cuando esto pase seguirá habiendo quien defienda lo mismo -lo paga usted- en lugar de producir y ahorrar. Ya lo dijo Adenauer, católico convencido: «Hay algo que Dios ha hecho mal. A todo le puso límites menos a la tontería.»
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