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La semana de la vuelta al cole ha empezado más movidita de lo normal, con la amenaza de unas posibles elecciones a corto plazo y con un duelo que por momentos me ha hecho recordar aquella escena cinematográfica de Pepe Isbert y Manolo Morán en ... Bienvenido Mr. Marshall.
Ayer comenzó un nuevo curso escolar en el que muchos padres han quemado tiempo y paciencia en marcar y forrar los libros de texto, pinturas de colores y un sinfín de material escolar.
Siempre digo que mi hijo es un niño feliz y la vuelta al colegio es uno de sus días favoritos. Limpiamos los zapatos y les sacamos brillo con el mismo ímpetu que si fuese la Noche de Reyes. Yo, sin embargo, soy todo lo contrario. Recuerdo apurar la cena y el momento de ir a la cama, intentando que el tiempo no corriese y agarrándome al día para que no se escapase.
Si de aquella hubiese tenido barba me habría alineado con Juan Belmonte, quien decía que la tensión antes de una corrida le obligaba a afeitarse dos veces.
Y es que el verano ha sido muy bueno y muy generoso. Recuerdo mis veranos de la pre-adolescencia, cuando aprobaba todas las asignaturas pero ninguna con nota, época en la que me dio por dedicarme al frontón, o más bien al frontenis.
Deporte interesante donde los haya y que va mucho más allá de arrimar un leñazo contra la pared. Además, el frontón me dio la oportunidad de conocer a un gran tipo, Vicente de la Varga y Bayón, profesor licenciado en Filología Románica por la Universidad de Oviedo y personaje irrepetible.
Vimos muchos partidos y siempre destacaba aquel José Antonio Diez, actual alcalde de León, tanto de delantero como de zaguero.
Sincronicé a la perfección con el profesor, seguramente porque nunca asistí a sus clases. Vicente fumaba cigarrillos rubios con boquilla, fue él quien me regaló mi primer polo de Lacoste blanco, alegando que a la cancha no se podía saltar con una camiseta de color. Le imagino horrorizado ante esta terrible moda de los pantalones pirata y las camisetas sin mangas. Tenía tanto arte que hasta las procesiones las tenía que ver desde un balcón y su mayor preocupación era la corriente «felpudista» que según él, se estaba apoderando de la sociedad.
Su palabra favorita era «contexto» y cualquier situación o comentario debía ir siempre acompañado del famoso contexto.
Todo tiene que tener su contexto, repetía una y otra vez, ante alguna fechoría que leía en el periódico o cuando algún compañero de dominó le contaba alguna batalla.
Las coincidencias de la vida llevaron a que su mujer montase un negocio en la misma calle en la que vivía yo, lo que supuso una amistad familiar que se prolongó durante muchos años.
Vicente era también era un apasionado de los libros y de él copié una pequeña liturgia que consiste en inspeccionar la librería con calma, salir a tomar un café y meditar la elección más adecuada acompañado si es posible por un Winston, volviendo a continuación a la librería con la decisión tomada.
El imprescindible Raúl Rodríguez le preguntaba el pasado miércoles al vicepresidente Igea en «La Brújula» de Onda Cero, qué libro le recomendaría al presidente Mañueco. No hubo ni reflexión ni duda, la respuesta fue firme: «El Mercader de Venecia». Una recomendación tan elocuente y poco sutil que ni siquiera necesita de ese contexto imprescindible del que siempre hablaba Vicente. ¡Con lo fácil que hubiera sido recomendar el último best seller de Dan Brown!
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