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Los lunes sin carne. Y los sábados… ¿sin qué?

Es muy posible que dentro de 100 años, o 200, vaya usted a saber, el personal se alimente de proteínas sintéticas y se verá liberado de la engorrosa tarea de criar animales para matarlos después y comérselos

Miércoles, 7 de octubre 2020, 10:43

Hace poco ha resurgido en España el movimiento internacional de «los lunes sin carne». Por este y otros trascendentales motivos habrá que dejar 10 o 500 GB en la agenda del teléfono para recordarnos que es el día mundial… de casi todo, y ... que los lunes son sin carne, los martes sin pescado, los miércoles sin pasteles, los jueves sin vermú ni cerveza, los viernes sin bebidas carbonatadas, los sábados… sin sexo (bueno, en este caso, como dice mi amigo Vicente, no hace falta porque lo tenemos ya muy asumido para los todos los días de la semana -él confiesa que tiene una alarma en el móvil para recordarle practicar algo de este tema, pero que la tiene un día al año, no sea que se le olvide, que algún año ya se le ha pasado y algún otro año se le quedó el móvil sin batería-), y el domingo sin salir de vinos por la distancia social; y vuelta a empezar la semana.

Ciertamente, es muy posible que dentro de 100 años, o 200, vaya usted a saber, el personal se alimente de proteínas sintéticas y se verá liberado de la engorrosa tarea de criar animales para matarlos después y comérselos (qué asco y qué salvajada, dirán entonces) y nos dedicaremos a convencer a los leones, si los hay, de que no coman cebras, y a las orcas de que no coman focas, o a las ballenas krill, que por ser más pequeño el ser vivo no tiene menos derechos -que diría Danny DeVito-. Y es que la evolución se ha empeñado en colocar al ser humano (obsérvese que no pongo hombre porque si no tendría que decir al hombre y a la mujer) en lo más alto de la escala trófica, habiéndose comido a lo largo de la historia de todo, incluso a congéneres, costumbre que quizás sería bueno reimplantar con algunos berzas (en cuyo caso no sería canibalismo sino veganismo) o con algunos animales (sería como comerse un gorrino). Así las cosas, en unos siglos no tendremos la desagradable sensación de comernos un Villagodio a la brasa, marcado al fuego por fuera y con la carne de color rosa, con unos granos de sal gorda, acompañado de un sabroso tinto y quizás unos pimientos de Fresno o de El Bierzo.

A esta iniciativa se han sumado jubilosos algunos chicuelos patrios de grupos políticos que se empeñan en desasnarnos para evitar semejante guarrería y salvajada, y está avalada por «personalidades» (sic) de la talla de Al Gore o Gwyneth Paltrow. Gore es aquel vicepresidente de EEUU, otro Nóbel de la Paz (vaya tropa la de los Nobel de la Paz -recuerde: Kissinger, Arafat, Obama-) que iba por todo el mundo, incluida España, como no, conferenciando sobre el cambio climático a 200.000 dólares la charleta y viajando en jet privado con dos acompañantes: para partirse de risa o de pena.

Claro que la otra «personalidad» que apoya esto, Gwyneth Paltrow, es un ser vivo (ganadora de un Oscar -ya hay mucha gente que pide la prohibición absoluta de cualquier premio-) que recomienda limpiarse la vagina con vapor o dejarse picar por las abejas, y vende velas con olor a «aquello» de sus partes a un precio superior al Jabugo (lo cual se entiende, dónde va usted a comparar lo último que es de un cerdo, con lo anterior, que es de una…actriz).

Los chicuelos patrios de ciertos grupos políticos son los poseedores de la verdad absoluta que otorga las reuniones en la cafetería universitaria, pero la cafetería de ahora, la de sándwich, croissant, plato combinado, leche sin lactosa y esas cosas (al pasar un tiempo ya iremos al restaurante de lujo); no la cafetería de antes con pincho de tortilla -en el mejor de los casos- hecho con aceite veterano y curtido en 50 fritadas anteriores. Estos son los avezados jovenzuelos de ahora que nos ilustran con lo que está bien y lo que está mal; curtidos defensores de la libertad (no la de comer carne), de los que no han corrido delante de los grises, como hace años, sino de los que son ellos los que corren a los grises (esto ya es para partirse en dos), mientras nos dan clases de democracia con el PowerPoint desde sus despachos: tontos para los recados pero listos para los polinomios, que diría Marian.

En fin, ejercicios de hipocresía social que se permiten las inteligencias superdotadas (decida usted para qué) de las sociedades ricas -aunque la nuestra sea pobre-, pero ricas comparadas con aquellas en las que no hay lunes sin carne si no toda la semana sin carne, y sin pescado, y sin pan, y sin leche, y sin agua. Y mientras esto ocurra en algún lugar del mundo, que haya ciruelos que propongan payasadas desgarra la moral del más templado.

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