Esta incierta legislatura autonómica ha tenido un final abrupto. No puede decirse que no fuera previsible, pero no menos abrupto. Ya les dije el último día la enorme pereza que me produce vernos abocados a la intensificación de lo que parece una perenne campaña electoral ... sin principio ni fin. Así es la política española, desde las instancias nacionales a la junta vecinal más pequeña. Un pueblo que soporta impávidamente desde el covid a la subida de la luz está hecho a cualquier desgracia. Semejante fin de fiesta para la legislatura anticipa el período de mandato en diversas instituciones autonómicas, incluidas las Cortes. La presidencia en estas de Luis Fuentes es más breve, por tanto, de lo que habían sido otras en legislaturas anteriores y ha supuesto un reto muy notable en diversos aspectos.
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El primero, la falta de cultura política pactista en la tradición parlamentaria reciente, que en España y en Castilla y León ha tenido que abrazar sin mucha convicción, pero con grandes dosis de pragmatismo, la necesidad de alcanzar acuerdos ante la atomización, la dispersión y la volatilidad -por no decir también la polarización- del voto. Vamos, que a la fuerza amigos.
El segundo, que en la fuerza política del presidente de las Cortes, como en cualquier otra desde Ramsés II hasta hoy y desde la extrema izquierda a la derecha extrema, hay oponentes, rivales, adversarios, enemigos y compañeros de partido, por orden creciente de puñaladas y mordiscos de cocodrilo y que, en consecuencia, de nadie más que de los suyos he oído improperios más vívidos. No es nada que no me sucediera a mí cuando ocupaba la presidencia provincial de mi partido y con la probable, -aunque no segura- excepción de las Hermanitas de la Caridad y de las monjas de Santa Teresa de Calcuta, no es nada que no suceda en los más conspicuos grupillos humanos en los que hay más de uno con aspiración de mando. Antes de que los acostumbrados comentaristas que me ponen aquí a escurrir desde el leonesismo, sucumban a la recriminación a quien escribe y de quien escribo, que se tienten la ropa, porque ni para una vez que se augura la posibilidad de que doblen su acostumbrada representación en el parlamento autonómico son capaces de ir juntos y no rendirse a esto que ahora les comento, que no hay enemigo más cordial que los del propio credo.
El tercero, la imposible y creo que innecesaria solución a la falta de identidad de unas tierras tan extensas como las que componen León y Castilla. Aquí cada uno es de su pueblo, de su provincia y si se tercia y hay competición deportiva de por medio, de España. Lo demás, cacareos de propaganda.
Como el vértigo al que se ha adaptado la política -qué feliz y gráfica expresión del profesor Vallespín la de turbopolítica- hace que no se pierda un minuto en considerar el legado de nadie, permítanme que pierda yo algún instante en decir que me parece que su labor al frente de las Cortes ha sido encomiable. Lo digo ahora que no puede hacerme embajador plenipotenciario de las Cortes ante el Imperio Bizantino. Tampoco es que quiera que estas líneas parezcan un epitafio, puesto que el Sr. Fuentes se presenta a las próximas elecciones, digo yo que con incólume aspiración de continuar en la Cámara. O sea, que tomen mis palabras como un punto y seguido y no como un punto y final que solo está en las gélidas y veleidosas manos de los votantes. Y como ya les he referido en alguna ocasión, dice un alcalde amigo mío que las urnas son muy putísimas.
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Creo que de los tres problemas mencionados uno, el de las inquinas que indefectiblemente cualquier político se granjea entre sus propias filas, es irresoluble y no queda sino sobrellevarlo con paciente resignación y la templanza que a mi se me ha escapa ante una bandeja de pasteles. Pero los otros dos los ha afrontado el presidente de las Cortes con tesón, más dosis de acierto que del puro voluntarismo de otros predecesores y con la buena nota que seguro merece y le hurtará la voluntad popular, que es casquivana e inconstante como las damas de las comedias de enredo del teatro del Siglo de oro, pero sin el gracejo de estas. Así que ante la posibilidad de que Fuentes lidie solo con el rufián de germanías en que se convierte cada campaña electoral, permítanme que yo aporte mi opinión, después de compartir algún proyecto cultural presente y futuro que él aceptó impulsar también para León -como hizo el pasado septiembre ante el rey- a sabiendas de que no le tocaría en su momento presidirlo. Pensaba Nietzsche que solamente aquel que construye el futuro tiene derecho a juzgar el pasado. Ese derecho se lo ha ganado Fuentes incluso si no lo ve desde la política. Al cabo, a buen seguro compartirá el sentir de otro salmantino que pasó por la política como parlamentario, Miguel de Unamuno, que pedía procurar más ser padres de nuestro porvenir que hijos de nuestro pasado.
Mi opinión no irá acompañada de mi voto, así que consideren aún mayor el reconocimiento que me parece merece, porque ha sido capaz de tender puentes desde la presidencia de las Cortes cuando otros solo buscaban gresca, porque no ha barrido para Valladolid, cuando otros se olvidan tanto de León como de Salamanca, porque ha escuchado a muchos cuando otros solo se escuchaban a sí mismos.
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Por mucho que me chinche citar a Voltaire, en aquello de que el secreto de aburrir a la gente consiste en decirlo todo, ha eludido gracias a su mayor perfil institucional querer ser protagonista personalista en una comunidad que se lo pondría imposible a cualquiera en provincias como la nuestra. No parece haber pretendido decirlo todo, aleccionarnos a todos, abroncarnos a todos y mandarnos a todos, lo que es particularmente de agradecer en una época en la que aprovechando la pandemia algunos de los suyos nos han ordenado hasta cómo respirar.
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