Grulleros
Iban, venían, subían, bajaban, pero siempre intentando coincidir. Se comían a miradas, que no a besos, porque entonces besar era un rito privado...
Luis Artigue
Lunes, 5 de junio 2023, 08:44
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Luis Artigue
Lunes, 5 de junio 2023, 08:44
Iban, venían, subían, bajaban, pero siempre intentando coincidir. Se comían a miradas, que no a besos, porque entonces besar era un rito privado. Con sus encuentros furtivos forjaron un puente que una vez cruzaron y tuvieron seis hijos.
Él era cubero, y ella –entonces lo ... llaman «de profesión: sus labores»- oficiaba como columna o algo así ya que realmente sujetaba la casa. Trabajaron duro en aquellos años duros y entonces supieron del hambre como motor que va diseminando a las personas por los mapas. Pero sorprendentemente el hambre no les dio resentimiento sino arranque y les dotó asimismo de cierta empatía para con los que sufren, la cual nos inculcaron con la elocuencia del ejemplo y la creatividad autodidacta de la bondad.
¡Aún hay un beso en el centro de los abuelos! Él había ido a los frailes, estuvo en la Guerra de África, leía lo que podía, era republicano y quería que sus hijos estudiaran. Ella no estaba tan instruida, creía que ser republicano consistía en no ir a misa, de las guerras sólo pensaba en los muertos, y les quería a todos ellos, y le quería a él.
Oh, de los abuelos maternos ahora me ha llegado eso, pedazos de frases a medio coser, mitología y suelo en el que apoyarme. Su historia se cuela hoy en mi cuaderno para que no se me olvide que todas las historias pueden ser La Historia. Desde esta biografía a vuelapluma, o a partir de cualquier otra de esa generación, se puede reflexionar sobre los sinsentidos de la involucionista política actual, pero siempre quedará un espacio para la ternura...
Al final y después de darlo todo ella se durmió en ese sueño no elegido mientras él, con su llanto de inoculado orujo, no dudó en seguirla lo mismo que un sonámbulo poco tiempo después –bello gesto de amor y sobre todo de costumbre-.
Recientemente, organizado por el excelente Colegio Rural Agrupado de Trobajo del Cerecedo (¡Viva la Escuela Pública!), tuve la oportunidad de impartir un taller infantil de animación a la lectura en el colegio de Grulleros, el pueblo de mis abuelos maternos, el primer mundo.
Y no pude evitar recordar la última vez que, allí, visité su vieja casa, la del abuelo Esteban y la abuela Nicasia: la última vez que rejuvenecí mirando el columpio, en el patio. Y el pozo. Las herramientas oxidadas por un olvido lento… Entonces me dio por recordarles así, como si aún deambularan por allí –dignos sobrevivientes de si mismos-; como si me escucharan.
Al irnos y cerrar el portón de la calle –quién sabe por cuánto tiempo-, la noche primaveral de Grulleros nos saludó tan limpia que casi parecía poder leerse el número y el nombre de todas sus estrellas, como dice Neruda en un poema. Entonces me propuse escribir su historia porque intuí que me haría falta releerla muchas veces, pero no pude...
Lo hago por fin ahora como quien se adentra en esa noche otoñal que es uno mismo con una linterna en la mano, para intentar así estar a salvo de la sobredosis de presente que nos circunda.
Y es que ciertamente en esta sociedad urgente y vertiginosa se pondera tanto la juventud, la inexperiencia, la rivalidad, la pose, la tontería, la falta de alma en cualquier caso, que mirar hacia atrás se ha convertido en algo no solamente necesario, sino acaso la única función de la literatura concienciada.
Estos eran mis abuelos, ellos, con su paso lento, con sus pequeñas cosas, con aquella mirada enlagunada pero acompasada que en realidad no estaba para guerras ni paces...
Él era cubero y ella columna de casa.
A mí me gusta su historia de estraza porque podría ser la de todo León.
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