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Ya no hay locos

¿A quién le importa que a mí me pete mudar de género ahora, mañana, pasado mañana o cuando me dé la gana?

Carlos Javier Taranilla

Miércoles, 10 de febrero 2021, 09:12

Transcurrió la pasada semana y la 'Ley trans' (valga la redundancia), como popularmente se la conoce –mejor dicho, el borrador de la misma–, se llevó la palma del noticiero. Humo echaba y sigue echando la prensa.

Por cierto, «nada nuevo bajo el sol». Ya habíamos dicho hace un par de columnas (para entendernos) que en opinión sostenida de la iluminadísima ministra de 'Igual dá' (como dice la Macarena Olona), eso de sentirse hombre o mujer (o situarse al margen de alguno de los dos sexos: personal no binario, se viene denominando) depende única y exclusivamente de lo que cada cual sienta sobre sí mismo/a. Las leyes de la naturaleza como las de los cuerpos legales, enterémonos bien, están para ser interpretadas, en este caso siendo cada cual juez y parte. Y en ello está la libertad inherente a nuestra condición humana o, a este paso, humanoide si nos apuran.

Y es que, además, como dijo el filósofo Heráclito: 'Panta rei', o sea, «todo fluye, se mueve». Pues, si todo se mueve, el deseo también.

Porque, vamos a ver: ¿A quién le importa que a mí me pete mudar de género ahora, mañana, pasado mañana o cuando me dé la gana? ¿Y que vuelva a hacerlo al cabo de un rato? Mire, hombre –digo, mujer; o en lo que termine optando por transmudarse Vd.–, que si en mi casa mando yo más mandaré en la cárcel de mi alma, que es como Platón llamaba al cuerpo. Y si no tuviere o tuviese aquella, pues en la de mi voluntad libre y manifiestamente expresada ante el Juez encargado del Registro Civil.

Aunque, bien mirado, para simplificar trámites, también podría efectuarse tal comunicación, aparte de una manera fehaciente a través de fedatario público o de burofax con acuse de recibo, por los medios telemáticos tan al uso en nuestros tiempos; verbigracia, usando una aplicación dispuesta por la Administración o, si no, a través de las redes sociales; sin ir más allá, utilizando las que ya existen y hacen furor. Por ejemplo, yo envío la expresión de mi voluntad soberana a través de un 'whas', pongo por caso. En cuanto se vuelvan azules las dos palomillas del mensaje, significa que mi deseo ha llegado a puerto. Y, sin más trámites, ya me he convertido legalmente en lo que yo quería ser: hombre (porque supongo que también habría que confirmar, para no llamarse a engaños, lo que uno ya es), dama o nada. Y punto. Que por cuatro niñerías no vamos a andar perdiendo el tiempo en ir hasta el Registro y hacer colas –interminables, creen algunos– cargando de trabajo al funcionario y a Su Señoría Ilustrísima, así como de gastos al Estado proveyendo más y más plazas para atender al colectivo trans y no tan trans.

¿La edad para decidir? Que nadie se extrañe que esté prevista a los dieciséis años. ¿No es también la de abortar libremente sin consentimiento paterno ni materno (o viceversa, perdón) o en su caso del tutor legal? Pues ¿por qué no va a ser la de migrar al sexo que antes se decía opuesto? Ahora no sé si valdrá o seguirá valiendo complementario o como diablos se termine denominando en el inclusivo lenguaje con el que nos vienen dando un quebradero de cabeza por aquí, por allí, por allá y por acullá.

Con todo y eso, habremos de convenir que se trata de un viaje hacia lo desconocido, puesto que los seres trans se estarán mudando hacia lo que aún no han sido y, por tanto, ignoran. Cosas de la aventura: la incógnita de lo que encontraremos al otro lado, para algunos, más que generar reservas representa un atractivo.

La solución pudiera estar, como casi siempre, en los clásicos, si tiramos del 'Discurso de Aristófanes' en el 'Banquete de Platón'. Me refiero al mito de andrógino, un tercer sexo que en tiempos ancestrales participaba de los otros dos: seres mitad hombre y mitad mujer, como si pegásemos por las espaldas a uno y a otra o a otra y a uno (que tanto monta). Si el Dr. Cavadas lo consiguiera, solo tendría cualquiera que darse la vuelta cuando quisiese y ya estaba hecho todo un trans.

Entretanto, insisto, como reza el viejo proverbio del sabio Salomón (Eclesiastés 1:9), «nada nuevo bajo el sol». De modo, que menos extrañarse ¿No se ha conservado el término matrimonio para denominar la unión legal de dos varones? Pues damas, caballeros y colectivo LGTBI, dicha expresión proviene etimológicamente del latín 'mater', que significa madre; y, al menos en el caso citado, brilla por su ausencia. Sin embargo, no se quiso denominar el contrato civil de otra manera porque tratándose de un matrimonio existe mayor facilidad a la hora de la adopción de menores. ¿El tiro de gracia a la etimología del lenguaje? Eso es algo aleatorio.

¿En dónde las busca Vd., don Pedro? Que venga ahora aquella otra ministra de cuyo nombre no quiero acordarme a decir que demos clase en los exteriores, que es muy sano. Para más inri, el virus se reproduce de manera más vehemente con el frío. Estas chicas, don Pedro... Tiene Vuecencia que atarlas, siquiera, un poquito más cortas. A ver qué tal.

Mientras pincho en «guardar», rompe el silencio de la tarde gris, plomiza, Paco Ibáñez desgranando a la guitarra aquellos hirientes versos de León Felipe. Juzgue el lector:

Ya no hay locos, amigos, ya no hay locos.

Ya no hay locos, en España ya no hay locos.

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