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Es posible que algunos de ustedes hayan tenido la ocasión de leer la novela de Nathaniel Hawthorne titulada La letra escarlata. O en su defecto, de ver la película del mismo título con Demi Mooere y Gary Oldman, dirigida por Roland Joffé, a quien yo le agradezco más Encontrarás dragones que Los gritos del silencio o La misión. Pero, volvamos al asunto, que alguno se estará preguntando si he fichado por Leonoticias como crítico cinematográfico, cosa que no debe de ser aburrida, porque ha habido en España Fiscal General del Estado que prefería lo de poner a caldo películas que lo de acusar a los malos malísimos. No; yo a estas alturas de mi vida no estoy más que para películas románticas y este es comentario que cansa pronto, porque como en el gobierno de coalición PSOE-Podemos, el amor triunfa siempre sobre todo inconveniente e infortunio, comisión de los Gal incluida, aunque haya que tomar medidas superdrásticas, o sea, tía.
En La letra escarlata hay adulterio -infidelidad no parecía suficientemente despreciativo-, miedo, vergüenza, temor por el futuro, mucha violencia personal y social sobre la mujer y grandísimas dosis de hipocresía. Si alguien está esperando un símil con la política leonesa, puede que de todo ello haya habido por momentos, pero no tengo tiempo, que me disperso y luego me lo reprochan ustedes. Lo importante del caso es que a modo de escarnio público, la adúltera -sí claro, tenía que ser mujer, al adúltero igual lo hubiesen condecorado- es obligada a llevar perennemente sobre su pecho la letra A (de adúltera, no va a ser de Adriana Lastra, luego me lo entenderán).
En esta curiosa provincia nuestra hemos asistido a un amago de debate disuelto por su propia inconsistencia. Esperamos -fe nunca ha faltado aquí a raudales- que la Mesa por León concite acuerdos tan notables como los fondos adicionales que esperamos lleguen para paliar esta sangría de actividad que tanto lastra nuestro futuro. Leonoticias tuvo la amabilidad de contar para nosotros los asistentes a la primera reunión. No sé si que hubiera tres mujeres y veintidós hombres manifiesta el impulso social que queremos, mientras que no me cabe duda de que no plasma el protagonismo de la mujer en la sociedad leonesa actual. Si se quiere reflejar el pulso de nuestra sociedad, ya puede crecer la proporción inmediatamente. Tampoco me ha parecido ver institucionalmente a la Universidad entre los llamados a la reflexión. Si es así y no un lapsus mío, me parecería imperdonable.
Como pasa habitualmente en León, nunca un nombramiento es acogido unánimemente de forma pacífica, y en esta ocasión le ha tocado a Humildad Rodríguez. No me refiero a la cuestión de la capacidad de su propuesta y la unanimidad del nombramiento, que es aspecto formal que nos interesa mucho menos a los ciudadanos que a los egos de los que a la tabla redonda se sientan. Hablo del inconveniente que se ha esgrimido ante su paso por la política local. Claro, qué va a opinar este, dirán ustedes. Si ella por un mandato tiene problemas, yo necesitaría cinco vidas para hacerme perdonar lo mío. Pero no es tan simple.
Tengo de Humildad Rodríguez un recuerdo grato para lo que se estila en las asperezas de la confrontación política leonesa. Yo era Delegado Territorial de la Junta del PP y ella concejal del PSOE. Lo recuerdo para que se comprenda bien que afortunadamente -pensaremos ambos- mediaba un abismo entre sus posiciones y las mías, que fueron siempre defendidas por los dos con corrección de trato y vehemencia a un tiempo. Y mira que había líos con aquel equipo de gobierno y su tranvía. No creo que exista inconveniente por una pasada experiencia política para nadie que ventile sus diferencias, políticas y en general, con tolerancia y convicción democrática. Por mucho que el común de los mortales se sorprenda, hay quien entiende la política como espíritu de servicio, en todos los partidos. Y, por añadidura, la política se enriquece con quienes dedican un tiempo de sus vidas a la comunidad, eso sí, teniendo la libertad de conciencia y movimiento que otorga mantener una vida al margen de la política. Detesto -porque han alentado la desafección de los ciudadanos tanto como la corrupción- los políticos profesionales que desde que terminan de estudiar, supuesto que lo hicieran, y hasta que alcanzan la tierna edad de su jubilación viven solo de la política, esto es, hacerse un Adriana Lastra. Ninguno de tales inconvenientes me parece imputable a Humildad, y sin embargo, su paso por la Fundación General de la Universidad y Empresa de León la provee de una perspectiva envidiable para su nueva responsabilidad.
Temo que con tan cerrada defensa le haré un flaco favor y estaré empequeñeciendo sus méritos a ojos de los que la censuran por su paso por la concejalía. Al final, su nombramiento se ha solventado con la unanimidad que merece y que la urgencia por ponerse a trabajar demanda, que esto se nos cae abruptamente. Si Hawthorne lo hubiese sabido en su novela, cuando la protagonista es expuesta para público escarnio en la picota, en lugar de vociferar «adúltera, adúltera», la muchedumbre podría haber ido al insulto sumo; «concejal, concejal». Al final habrá que agradecer a los que protestaban que no la obliguen a ir a trabajar para todos con una letra escarlata al pecho, C de concejal.
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