Esta cosa tan leonesa del Jalogüin
Eduardo Fernández
León
Miércoles, 2 de noviembre 2022, 16:08
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Eduardo Fernández
León
Miércoles, 2 de noviembre 2022, 16:08
En esa deliciosa película que todos vimos cuando no había tanta variedad televisiva y que ahora ningún joven conoce, que es El hombre tranquilo de John Ford sale un personaje pequeño y borrachuzo que encarna, según la idílica visión del director, al irlandés típico, bebedor ... que se pasa en el pub tres cuartas partes de su existencia, se arranca a cantar cada vez que puede, y de afición casamentero, antes de la proliferación de apps para ligar sin compromiso. El personaje de Michaeleen Flynn lo interpreta el actor irlandés Barry Fitzgerald, ganador de un oscar por Suguiendo mi camino, pero al que todo el mundo recuerda como el hombrecillo que atempera a John Wayne. El caso es que ese personaje en un momento de la película se encoge y estremece pensando que Norteamérica es un sitio carente de tradiciones; al menos frente al viejo continente.
Para no tener tradiciones, casi toda la humanidad les imita en el modo de vida, esperemos que menos en lo de atesorar armas y usarlas en los supermercados y los colegios. Hay a quien le vale cualquier cosa, llevado por el espíritu de laicización, es decir, palabro que encubre únicamente cargarse cualquier referencia religiosa de nuestro pasado histórico. Lo mismo hay bautizos y comuniones laicas, que navidades que resultan ser fiestas del solsticio de invierno o semanas santas que ya no se sabe lo que son; cómo no le iba a llegar tan bien la hora a la fiesta de Todos los Santos y los difuntos.
Cuando uno ve los documentos de muchos archivos municipales de pueblos de León y los periódicos de hace un siglo, se percibe claramente la importancia que esta fiesta ha tenido religiosa, cultural y antropológicamente en León. Como sucede ahora con Halloween, claro. A los que no les gustan los Santos cristianos de uno en uno, y menos en conjunto Todos los Santos, les viene bien cualquier fiesta para no currar un día, sin más. Pero no honrar a los que nos precedieron, no solo en las grandes empresas y gestas por las que esta provincia ha sido famosa en todo el mundo, sino también en nuestras pequeñas cosas cotidianas de pueblo o de familia, es un error imperdonable para reconocer nuestra identidad. Escribió Castelao que «la verdadera tradición no emana del pasado, la tradición no es la historia, la tradición es la eternidad», y de aquí a la eternidad, nos queda al empezar noviembre un montón de chavales disfrazados como de película de terror por las calles. El más gracioso no es que iba de Frankenstein -como el gobierno-, de vampiro o de monstruo; es el que iba de Agencia Tributaria, disfraz ingenioso por el que hay que felicitar a sus progenitores y desearles que no les pase nada en la próxima inspección.
¿En qué pueblo leonés no se ha celebrado desde tiempo inmemorial de recuerdo ancestral el Halloween? Por supuesto, siempre sale algún cursi redicho que tirando de erudición de wikipedia recuerda el origen céltico de la fiesta; eso sí, sin explicarnos si celtas cristianos o sin cristianizar, prerromanos o no, que en esos detalles no hay que entrar para que la historia no te reviente ir de sabiondo. Pero no es que me salga el alma de meapilas que llevo dentro -que ya les he confesado infinidad de veces que sí- sino que me quedo ya en la disolución de las tradiciones en cuanto tienen de reconocimiento de cultura propia. Miren, en mi opinión, lo de Jalogüin es una chuchada, es más es una chuchada inmunda que estará muy bien para que los padres y madres se lo pasen bien con lo de los disfraces de los niños, pero que arrincona -me temo que probablemente de forma irremisible- una tradición que no sólo es una fiesta religiosa, sino tomarse un minuto de descanso en nuestras vidas aceleradas para recordar a los nuestros, a los más cercanos, a los que nos trajeron hasta aquí con mil sacrificios, a nuestros modos de vida, a los que se dejaron la piel por dar a sus familias un entorno, un pueblo, una vivienda y una existencia mejor. Para eso me valdría también la religión cívica de los romanos con el culto a los antepasados, pero no, mejor Halloween como síntoma de una sociedad superficial que le compra a los yankis su falta de tradiciones mutada en espectáculo de peli mala. Pero por favor, si lo de las calabazas y los disfraces lo han inventado unos tíos en Minnesota en la década hace justo cien años. En Minnesota, oigan. Que nada que se haya creado en Minnesota puede ser bueno para León. Pues nada, a seguir disfrutando de nuestra identidad cultural y de nuestras fiestas, mientras yo, como el Micheleen del hombre tranquilo, me estremezco pensando, América, llena de grandes tradiciones.
Que a gusto me he quedado con la ñoñería del Jalogüín.
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