Los peores enemigos

«Obreros sí, pero lo suficientemente lejos para no molestar». El resultado, junto a otros factores añadidos entre los que destaca el político, sería el que hoy tenemos a vista con una simple mirada comparativa entre Valladolid y León.

La leyenda sin duda tiene buena parte de bulo simplificador, pero puede servir como marco para una reflexión que hoy sigue vigente: ¿Qué podemos hacer para que León no siga muriendo? ¿Qué está en nuestra mano hacer? ¿Qué errores no podemos repetir? Obviamente, todo ello partiendo de la base de un diagnóstico que parece evidente nadie puede ya negar: León vive casi exclusivamente de la inercia del pasado, y especialmente la provincia está en un proceso acelerado de cierre. Hay quien dice, sin duda simplificando también demasiado, que en realidad estamos viviendo gracias a la suma de la herencia recibida y de la deuda que vamos a legar, lo que haría de nosotros una generación verdaderamente indigna.

Aquellas fuerzas vivas que hace 70 años se opusieron a la Renault vivían cómodamente y no querían que su ciudad tranquila se convirtiera en otra cosa, pero pronto vino el fin de la minería, el desmantelamiento de la ganadería, y la supervivencia de la agricultura únicamente gracias a la respiración asistida. Hoy en día el declive de la ciudad de León es más lento de lo que podría ser gracias en parte a la absorción del ahorro y la población de lo que queda de la provincia, y los sectores privilegiados siguen existiendo, siendo especialmente preocupante que parte de ellos se ubican en la administración.

En la Montaña Oriental, que es desde donde se escriben estas líneas, el dramático cierre de Hulleras de Sabero en 1991 nos hizo conejillos de Indias y vino casi inmediatamente después del anegamiento del Valle de Riaño y de la aplicación de las primeras políticas comunitarias. De un plumazo nos quedamos prácticamente con una sola y muy triste «industria»: la de la exportación forzosa del capital humano y el talento que siempre ha caracterizado a este rincón de la provincia.

Los golpes a nuestros sectores productivos y el incumplimiento de los compromisos de industrialización fueron acompañados de un «diseño político» para nuestra comarca en virtud del cual teníamos que pasar a vivir del turismo. Si esa decisión era ya de por sí discutible, pronto nos encontraríamos con lo que puede ser el tiro de gracia si no lo remediamos: la aprobación de unas normativas urbanísticas y medioambientales importadas de países mucho más ricos que nosotros, las cuales, aplicadas aquí con los criterios restrictivos que tan cómodos son para nuestra administración, significan pura y llanamente nuestro certificado de defunción. Hemos pasado de nacer gracias a explotaciones a cielo abierto, a ver cómo algunos funcionarios se oponen incluso a la circulación de bicicletas por nuestros montes: la famosa ley del péndulo, hoy en día agudizada por la confrontación política y el atrincheramiento de muchos sectores en sus privilegios, como aquellas fuerzas vivas del León de mediados del siglo XX, que hoy suelen esconderse en un conservacionismo mal entendido.

Hay por tanto muchos factores en contra, de todo tipo, pero también queda en esta comarca un puñado de miles de personas que siguen en pie. Diría más: después de la criba económica y social que han supuesto las últimas décadas, los que quedan tienen un certificado vital de resiliencia como en pocos otros lugares. Esperemos que hayamos aprendido de nuestra historia y no volvamos a ser los peores enemigos de nosotros mismos.