José Luis Rodríguez García, in memoriam

Era el escritor total, el pensador libre, el poeta oscuro como un pozo repleto de diamantes, el novelista de los perdedores que anticipó el actual boom de la novela negra hispánica con su obra Manos negras, el biógrafo, el articulista de prensa culturalista, ácido y lúcido, el que aún dialogaba con comunistas y pájaros, el mejor filósofo de su generación según Gabriel Albiac, el que nos enseñó a amar a Holderlin mediante su estudio erudito y a Savonarola y a Chopin mediante sus novelas históricas, él, el ángel vencido, el profesor adorado, el guía de generaciones, el mejor de los nuestros, el que nos presentó a la Maga de Cortázar mientras sonaba la música de jazz…

Y ahora se ha muerto de pie como un velero como para que ya nosotros sepamos que no estamos completamente vivos.

Su genial libro Tan solo infiernos sobre la hierba (León, col. Provincia del ILC, Premio Provincia 1980) tiembla dedicado sobre mi escritorio mientras redacto esto repleto de recuerdos y, a la vez, asediado por ese policía que nos roba todas las lágrimas.

José Luis, dandi de la postutopía, ministro del atardecer, adiós a tu chalina, tu bigote y tu sombrero de viejo luchador de entonces, y adiós a tu escepticismo existencialista de ahora a juego con tus achaques de salud.

Sí, adiós a todo eso, te digo mientras me embriaga la tristeza por la revolución que no pudo ser.

Me siento como si se acabara de morir Rocamadour.

José Luis, Artaud y Samuel Becket te esperan en el último recodo del camino…

Mi gratitud, hermano, maestro, hombre.

Y dile a la muerte que la odio.