Con el 70% de la población española vacunada, cada vez estamos más cerca de alcanzar la inmunidad de grupo, aunque la ineficacia de las vacunas disponibles para bloquear por completo la transmisión y las nuevas variantes del virus nos lo estén poniendo difícil. Sin embargo, ... la pandemia ha acentuado otro tipo de inmunidad de grupo: esa que las sociedades digitales desarrollan a causa de la sobreabundancia de información, la falta de contexto y la mezcla deliberada de 'fake news', bulos y 'clickbaits' con noticias relevantes. En este sentido, el aislamiento forzoso y la histeria colectiva han contribuido a alimentar un fenómeno que ya existía antes de la crisis sanitaria, pero cuyos tentáculos han podido trepar, en un entorno pestilente, hasta lugares que creíamos a salvo.

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Las dinámicas de grupo parapetadas detrás de las pantallas, cuando tras ellas no hay nada más, se transforman, porque los mecanismos de la economía de la atención descontextualizan los problemas, los vuelven un ítem más de una lista macabra en la que todo está mal y crean la sensación de que el culmen del activismo es la queja en Twitter. Así, mediante la sobreproducción de actualidad, el miedo del consumidor a perderse algo o su necesidad de generar una opinión sobre la marcha, se extravía la capacidad de reflexión necesaria para que algo, lo que sea, llegue a importarnos; para no estar, en definitiva, inmunizados ante la idea de que el mundo es una mierda. En su libro 'Cómo no hacer nada' -uno de esos infrecuentes textos subversivos catalogados de autoayuda en las librerías-, la artista plástica y escritora Jenny Odell lo explica mucho mejor que yo. Échenle un ojo y luego, si quieren, hablamos de Afganistán.

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